La Crónica de Benavente

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miércoles, octubre 06, 2010

Crónica asturiana

PEÑATU Y LA MEMORIA RECOBRADA
Por José Ignacio Martín Benito*

La memoria se pierde en el corazón asturiano. Han venido los viajeros hasta las Puertas de Vidiago buscando el paso a una dimensión escondida, donde anida el recuerdo del viejo profesor.
Al pie de la carretera de Santander les sale al paso la ansiada indicación y, poco después, un moderno contenedor, de hormigón visto, que pretende mostrar a las gentes de hoy el modo de vivir de los que habitaron estos parajes hace cuatro mil años.
El tiempo apremia y los visitantes toman el camino que les conduce a la idolatrada peña. La subida a pie, por una senda empinada y húmeda, se hace interminable, sobre todo en el último tramo, quebrado y resbaladizo. A lo largo de la ruta, varios mojones señalan la distancia en metros, pero no en altura.
La imponente roca domina dos valles y cobija los grabados y pinturas prehistóricas, eso sí, cristianizadas sabe Dios cuándo. En torno al peñasco, norte y sur se dan la mano; el primero se abre a la llanura inquieta del Cantábrico, mientras que el segundo permanece escoltado por las altas cumbres. El mar y la montaña han arropado durante milenios la memoria perdida de quienes hollaron los bosques del litoral, mucho antes que llegaran los trasgos y las chanas, los astures y don Pelayo.
Pero la memoria no es sino una ensoñación. Los viajeros lo comprueban cuando el guía afirma desconocer la figura del profesor Jordá, insigne estudioso del arte prehistórico asturiano, al que aquellos recuerdan con honda gratitud. Mejor sitio imposible para evocar al maestro y, por eso, los viajeros refieren al guía el cariñoso comentario que Gómez-Tabanera hacía de don Francisco: “Paco es un arqueólogo tan serio, que al ídolo de Peña Tú, lo trata de Peña Usté”.
Tratamientos aparte, los recuerdos retroceden más de cinco lustros y, de pronto, vienen a la memoria las imágenes de Navia y Luarca, de Coaña y Mohías, del viaje desde Salamanca con don Paco y doña Carmen y la entrada en Asturias por el puerto de Leitariegos, antes de llegar a la Pola de Allende para hurgar las entrañas del castro de San Chuis y dominar el mar de nubes desde el prominente cerro.
Hoy Asturias muestra su pasado prehistórico a los turistas, en las cuevas de El Buxu y Tito Bustillo, en el dolmen bajo la ermita de Cangas de Onís y también en esta desnuda Peña de Vidiago. Bloques pétreos, modelados por la mano humana, que compiten con los menhires naturales que emergen en la playa de Toró y con los “cubos de la memoria” del muelle de Llanes.
Estos, los de Ibarrola, son la memoria fragmentada, como las piezas de un puzzle difícil de encajar. Acaso habría que pedir a los artistas que diseñaran, si fueran capaces de concentrar los recuerdos, un nuevo y gran contenedor, que guardara los pasos perdidos y reencontrados en la larga cadena de la Historia.
Pero los hombres, ya se sabe, fracasan en la construcción de arcas. La de Noé sólo fue una solución coyuntural que, concluido el diluvio, quedó varada en la cumbre de un monte desconocido; otra, la de la Alianza, fue saqueada en nombre de la civilización romana. Poco sirvió que quedara su imagen grabada en los muros del arco de Tito, pues el templo de Salomón fue destruido, dando así principio a una nueva diáspora de las gentes de Judea.
Los asturianos saben también mucho de hacer las maletas, cruzar el charco y volver a la patria, enriquecidos los pocos y mojados los más. La memoria de aquella gesta permanece en Llanes en las casas de indianos; pero también aquí, los recuerdos se resquebrajan y algunos inmuebles apenas soportan el paso del tiempo y del olvido. El esplendor y la decadencia se tornan en esta villa del oriente asturiano, que ha visto ahora en el turismo una de las panaceas a su nueva prosperidad.
Recobrar la memoria, ese es el reto. Enlazar pasado y presente con el tiempo por venir. Como en las pirámides, desde lo alto del Peñatu, cuarenta siglos nos contemplan.

* Sábado, 8 de agosto de 2009.
Fotos: Peñatu (Vidiago);Cubos de la memoria (Llanes).

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