De mis papeles (8)
PROSA ALEJANDRINA
J. I. Martín Benito
El escrito que subo hoy a este blog está fechado en Salamanca, un jueves del mes de marzo de 1981. Habían pasado pocos días del intento de golpe de estado del 23 de febrero. Recuerdo que aquella tarde del 23 estaba en mi piso de estudiante, con la radio puesta, pasando a máquina los apuntes de Historia Antigua, que nos impartía el profesor Marcelo Vigil Pascual. De pronto, algo pasó en el Congreso y mis compañeros de piso y yo estuvimos toda la tarde y buena parte de la noche pendiente de la SER.
Al día siguiente, mantuvimos la normalidad y fuimos a clase, al edificio de la plaza de Anaya, al lado de la catedral nueva. Estábamos con el profesor Moreta. Esa mañana no fue una clase de Historia Medieval como la de otros días. Todos, incluido el profesor, estábamos pendientes de lo que sucedía en el Congreso. Había alumnos que se habían llevado el receptor al aula y, así, estábamos informados. Finalmente, los diputados comenzarán a salir y el alivio llenó Salamanca. A los dos días de la intentona golpista fuimos a la manifestación convocada en defensa del sistema democrático.
Pocos días después, inspirado no sé por qué, escribí el texto que ahora hago público por primera vez. No es que esté directamente relacionado con el episodio de aquellos días de febrero, pero está muy cerca en el tiempo. Recuerdo, sí, que viajé en la distancia y con la imaginación a Ciudad Rodrigo. Hoy, veinticinco años después, detecto en él cierta amargura, pero también percibo el latido de la vida.
Salamanca, jueves, 12 de marzo de 1981
J. I. Martín Benito
El escrito que subo hoy a este blog está fechado en Salamanca, un jueves del mes de marzo de 1981. Habían pasado pocos días del intento de golpe de estado del 23 de febrero. Recuerdo que aquella tarde del 23 estaba en mi piso de estudiante, con la radio puesta, pasando a máquina los apuntes de Historia Antigua, que nos impartía el profesor Marcelo Vigil Pascual. De pronto, algo pasó en el Congreso y mis compañeros de piso y yo estuvimos toda la tarde y buena parte de la noche pendiente de la SER.
Al día siguiente, mantuvimos la normalidad y fuimos a clase, al edificio de la plaza de Anaya, al lado de la catedral nueva. Estábamos con el profesor Moreta. Esa mañana no fue una clase de Historia Medieval como la de otros días. Todos, incluido el profesor, estábamos pendientes de lo que sucedía en el Congreso. Había alumnos que se habían llevado el receptor al aula y, así, estábamos informados. Finalmente, los diputados comenzarán a salir y el alivio llenó Salamanca. A los dos días de la intentona golpista fuimos a la manifestación convocada en defensa del sistema democrático.
Pocos días después, inspirado no sé por qué, escribí el texto que ahora hago público por primera vez. No es que esté directamente relacionado con el episodio de aquellos días de febrero, pero está muy cerca en el tiempo. Recuerdo, sí, que viajé en la distancia y con la imaginación a Ciudad Rodrigo. Hoy, veinticinco años después, detecto en él cierta amargura, pero también percibo el latido de la vida.
* * *
ESPACIO CONGELADO
"Cuando la caída de la tarde trajera proyectaando la inmesa nube de vapor que se expandía a intervalos de distancias, la vieja campana de la torre neoclásica anunciaba jadeando la llegada momentánea de la sombra al enorme escenario acostumbrado.
Lenta y pausadamente, la masa deseada de espacio congelado extendía sus húmedas formas diminutas, bañando los barbechos de polvo de unas horas, surcando los contornos de campos indecisos, bebiendo de su aire la atmósfera de nubes, para poder vislumbrar la noche que volvía.
Mientras la niebla proyecta su destino, unos ecos de otoño respiran a lo lejos las últimas palabras del día que agoniza, al tiempo que palpita un corazón más fuerte, amparado entre los bancos de agua aprisionada que, ahora, feudatarios, imponen su criterio.
Es ahora el tiempo de otras luces que vienen al combate sedientas de victoria, conscientes, pese a todo, de su relevo inútil, de su infortunio e impotencia por ser minoritarios. Es la hora de siempre, cuando duermen los genios, creando el aeroplano que proyecte a otro medio la experiencia del sueño, que es distinto, distinto al que en la sombra purifica las ansias de un espacio sin límite.
El grueso del ejército, como todos los días, retorna a su descanso nocturno merecido, para poder alentar las fuerzas el rápido destierro de las horas negras que han gozado en su reinado del tiempo permitido.
Pero mientras tenía lugar la nueva escaramuza que habría de llevar irreversiblemente al retorno de los astros blancos, se dejaba oír entrecortado el aleteo de lechuzas que, constantes, ululaban por la aldea. Se dejaba oír, también, las carreras sigilosas de los pequeños carnívoros nocturnos que buscaban su comida en los tejados. Se dejaba oír, al lado de las casas, el forcejeo de los cuerpos deseados y el llanto de los niños que temían la llegada inexacta de un fantasma".
Lenta y pausadamente, la masa deseada de espacio congelado extendía sus húmedas formas diminutas, bañando los barbechos de polvo de unas horas, surcando los contornos de campos indecisos, bebiendo de su aire la atmósfera de nubes, para poder vislumbrar la noche que volvía.
Mientras la niebla proyecta su destino, unos ecos de otoño respiran a lo lejos las últimas palabras del día que agoniza, al tiempo que palpita un corazón más fuerte, amparado entre los bancos de agua aprisionada que, ahora, feudatarios, imponen su criterio.
Es ahora el tiempo de otras luces que vienen al combate sedientas de victoria, conscientes, pese a todo, de su relevo inútil, de su infortunio e impotencia por ser minoritarios. Es la hora de siempre, cuando duermen los genios, creando el aeroplano que proyecte a otro medio la experiencia del sueño, que es distinto, distinto al que en la sombra purifica las ansias de un espacio sin límite.
El grueso del ejército, como todos los días, retorna a su descanso nocturno merecido, para poder alentar las fuerzas el rápido destierro de las horas negras que han gozado en su reinado del tiempo permitido.
Pero mientras tenía lugar la nueva escaramuza que habría de llevar irreversiblemente al retorno de los astros blancos, se dejaba oír entrecortado el aleteo de lechuzas que, constantes, ululaban por la aldea. Se dejaba oír, también, las carreras sigilosas de los pequeños carnívoros nocturnos que buscaban su comida en los tejados. Se dejaba oír, al lado de las casas, el forcejeo de los cuerpos deseados y el llanto de los niños que temían la llegada inexacta de un fantasma".
Salamanca, jueves, 12 de marzo de 1981
Foto: Torre neoclásica de la catedral de Ciudad Rodrigo.
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