Crónicas mallorquinas (I)
Baños, costaleros y una tumba
por José I. Martín Benito
Es lunes santo en Palma. De ello tomarán conciencia los viajeros cuando salgan de los baños árabes y busquen Santa Clara. En el interín, tomarán unas instantáneas de la mole catedralicia, que se les antoja un barco de piedra varado en la bahía. Los contrafuertes remedan velámenes, mientras que el rosetón parece el timón de popa. En esto de las barcas de piedra el occidente atlántico lleva delantera (esta reflexión la hacen los viajeros mientras por un rincón de la memoria se cuela la leyenda jacobea y la novela de Saramago), pero acaso habrá que tener en cuenta que las embarcaciones, pétreas o no, debían pasar antes las columnas de Herakles y, aquí, en Mallorca, estamos en pleno “Mare Nostrum”.
De los baños de Palma sólo queda su arquitectura, que el agua y el vapor hace mucho tiempo se esfumaron. Así que los visitantes tienen que conformarse con presenciar sólo las columnas, los arcos de herradura y las claraboyas. Los viajeros encuentran aquí un sabor parecido a los baños que hay en los sótanos del palacio de la Diputación de Jaén, también muslimes y evocan –no pueden por menos de hacerlo- los de Gerona, aunque los catalanes fueran ya obra de cristianos.
Pero cristianos o moros da lo mismo, que unos y otros buscaban el placer del agua para lavarse las impurezas y los humores y relajarse de los calores mediterráneos. Así que ver ahora los baños sin agua, es como ver El Prado sin cuadros o estar en medio de una biblioteca sin estantes y sin libros. Los visitantes de hoy admiran el continente, pero pierden la noción del contenido. Tendrá que ser así.
Con el plano en la mano los viajeros sortean las calles en busca de Santa Clara y de San Francisco. En el patio de las clarisas, los costaleros ultiman los preparativos previos al desfile, de lo que se harán eco después, en alabanza, los medios radiofónicos, pues los pasos habrán de sortear la pequeña puerta de salida del recinto, antes de enfilar las calles palmeñas.
En San Francisco, mientras tanto, ensayan cornetas y tambores, en el preludio de la larga procesión que se avecina. La tarde se ha puesto fría y los viajeros se compadecen del policía que en pantalón corto ayuda a una motorista despistada.
Pero la iglesia del santo de Asís les espera; en el interior se toparon los viajeros, sin buscarla, con la tumba de Raimundo Llul, filósofo y escritor tan celebrado en la isla y en las letras hispánicas medievales. Aquel salió de Mallorca y peregrinó por Tierra Santa y por el norte de África, estudió el árabe y se dedicó a componer, entre otras, obras de caballería mística. Hoy son otros los que llegan desde diversos lugares a la isla grande y no precisamente para rendir homenaje a Llull, mucho menos para recordar a Blanquerna. Era entonces Mallorca isla políglota, mucho antes que la llegada del turismo la hiciera también heredera de la Torre de Babel.
Es lunes santo en Palma. De ello tomarán conciencia los viajeros cuando salgan de los baños árabes y busquen Santa Clara. En el interín, tomarán unas instantáneas de la mole catedralicia, que se les antoja un barco de piedra varado en la bahía. Los contrafuertes remedan velámenes, mientras que el rosetón parece el timón de popa. En esto de las barcas de piedra el occidente atlántico lleva delantera (esta reflexión la hacen los viajeros mientras por un rincón de la memoria se cuela la leyenda jacobea y la novela de Saramago), pero acaso habrá que tener en cuenta que las embarcaciones, pétreas o no, debían pasar antes las columnas de Herakles y, aquí, en Mallorca, estamos en pleno “Mare Nostrum”.
De los baños de Palma sólo queda su arquitectura, que el agua y el vapor hace mucho tiempo se esfumaron. Así que los visitantes tienen que conformarse con presenciar sólo las columnas, los arcos de herradura y las claraboyas. Los viajeros encuentran aquí un sabor parecido a los baños que hay en los sótanos del palacio de la Diputación de Jaén, también muslimes y evocan –no pueden por menos de hacerlo- los de Gerona, aunque los catalanes fueran ya obra de cristianos.
Pero cristianos o moros da lo mismo, que unos y otros buscaban el placer del agua para lavarse las impurezas y los humores y relajarse de los calores mediterráneos. Así que ver ahora los baños sin agua, es como ver El Prado sin cuadros o estar en medio de una biblioteca sin estantes y sin libros. Los visitantes de hoy admiran el continente, pero pierden la noción del contenido. Tendrá que ser así.
Con el plano en la mano los viajeros sortean las calles en busca de Santa Clara y de San Francisco. En el patio de las clarisas, los costaleros ultiman los preparativos previos al desfile, de lo que se harán eco después, en alabanza, los medios radiofónicos, pues los pasos habrán de sortear la pequeña puerta de salida del recinto, antes de enfilar las calles palmeñas.
En San Francisco, mientras tanto, ensayan cornetas y tambores, en el preludio de la larga procesión que se avecina. La tarde se ha puesto fría y los viajeros se compadecen del policía que en pantalón corto ayuda a una motorista despistada.
Pero la iglesia del santo de Asís les espera; en el interior se toparon los viajeros, sin buscarla, con la tumba de Raimundo Llul, filósofo y escritor tan celebrado en la isla y en las letras hispánicas medievales. Aquel salió de Mallorca y peregrinó por Tierra Santa y por el norte de África, estudió el árabe y se dedicó a componer, entre otras, obras de caballería mística. Hoy son otros los que llegan desde diversos lugares a la isla grande y no precisamente para rendir homenaje a Llull, mucho menos para recordar a Blanquerna. Era entonces Mallorca isla políglota, mucho antes que la llegada del turismo la hiciera también heredera de la Torre de Babel.
Fotos: Baños árabes, patio de Santa Clara, Plaza de San Francisco y Tumba de Raimundo Llull (Palma de Mallorca).
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