La Crónica de Benavente

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miércoles, mayo 17, 2006

Crónicas menorquinas (V)

De una procesión a la carrera y de unas gaviotas estelares
Por José I. Martín Benito

Es 9 de abril en Mahón. A lo lejos ruido de tambores. Todos los sonidos de España convergen esta noche aquí, en la cercanía de un puerto bien resguardado. Cuando los viajeros, ya anochecido, llegan a la altura de la procesión, los penitentes se dirigen con los jirones de esta –sólo dos pasos- a la iglesia del Carmen. Pero, contra lo que cabría esperarse, los costaleros no los bailan a ritmo de la música, sino que los corren cuesta arriba. Parece como si tuvieran prisa por llegar y descargar las imágenes.
Son las diez y media en la noche menorquina, cuando los restos de la procesión del Vía Crucis entran en el Carmen. En esta procesión –dice la guía de la Semana Santa- participan todas las cofradías de la ciudad. Los viajeros no lo saben, porque no lo vieron, así que tendrán que fiarse de la letra impresa. Lo que sí vieron fue la cola de dos pasos que volvían a la carrera, casi en desbandada, como si de un encierro taurino se tratase.

***


De Ciudadela a Alcudia en el “Nura Nova”. Los viajeros han embarcado en el pequeño y angosto puerto, casi un desfiladero. La catedral se yergue poderosa arriba. Pasará mucho tiempo antes de que la pierdan de vista desde cubierta.
Menorca va quedando atrás y con ella, las taulas, el monte Toro y los acebuches. La estela del barco es una línea recta, un camino de plata, una especie de cordón umbilical que se resiste a separarse de la isla. El espíritu de los viajeros también se resiste al adiós y por eso quieren abarcar Menorca con la mirada de un movimiento de cabeza, de izquierda a derecha, para abarcar desde una punta a la otra la parte noroeste de la isla verde. Lo hacen casi como un ritual, como si así quedara grabado para siempre en la memoria el paisaje isleño. Pero poco a poco la bruma va ocultando sus contornos y el agua se apodera del horizonte.
Entre el mar y el cielo. Los viajeros se entretienen en la cubierta de popa con una gaviota que sigue la estela. El ave planea, bate alas, se eleva, se suspende a merced del viento. Los ensimismados argonautas se preguntan si tan intrépida voladora les acompañará hasta Alcudia. Las dudas se hacen mayores cuando entran en escena otras dos acompañantes, surgidas quién sabe de dónde. A media travesía las gaviotas desaparecen y el barco sigue su singladura en busca de la isla mayor. Tardan en divisar los primeros perfiles y crestones de la Tramontana. Cuando han pasado cerca de tres horas, los pasajeros descubren el semicírculo de la bahía de Alcudia. La proa del "Nura Nova" enfila hacia su epicentro. Después, el atraque en el puerto y el desembarco, lento y pausado. El pasaje va abandonando lentamente la embarcación. El descenso, que lo hacen por una estrecha escalera metálica, resulta incómodo para bajar los equipajes. Ahora todos los navegantes viajan con valijas, y es que los versos de Machado alusivos a ir ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar, quedan muy bien para la poesía, pero no para los desplazamientos.
A los viajeros les espera fuera un automóvil de alquiler. Son las tres de la tarde y es preciso regalarse. Así que Alcudia, la ciudad tan recomendada por sus hijos adoptivos, tendrá que esperar una visita más sosegada. Después de deshojar la margarita y elegir un restaurante en el mismo puerto, se disponen a paladear la comida mallorquina. Reconfortados los cuerpos, ponen dirección a Palma para, desde allí, como centro de operaciones, descubrir a partir del día siguiente los secretos de la isla grande.
Fotos: Puerto de Ciudadela (Menorca) y gaviota durante la travesía de Ciudadela a Alcudia.

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