Cuaderno del Este: Del Órbigo al Henares (y 4)
EL PATIO DE LOS CISNES
Por José I. Martín Benito
El postrero día de marzo retornan los viajeros a las tierras orbicurenses, después de su periplo por los valles del Tajo, del Tajuña y del Henares. Casi en un decir ¡Jesús! se plantan en Alcalá. Será su última parada antes de tomar la nacional VI y, con ello, el camino de Benavente. Apenas hay movimiento en las calles, a pesar de ser las diez de la mañana. Será que este domingo de Pascua ha sorprendido a más de uno y los cuerpos todavía no se han acostumbrado al cambio de la hora.
Buscan los viajeros un lugar para desayunar y lo encuentran en la esquina de la plaza de Cervantes. Hay allí otro grupo que también se dispone a enfilar la mañana, previo acomodo de la humana naturaleza. El interior del café cuenta con un pequeño reservado de varias mesas. No sabrían decir ahora los viajeros si son de madera o hierro –lo que no se escribe pronto se olvida-. En la pared hay una placa metálica de color azul, donde se lee “Plaza de Cervantes”, similar a la de la esquina del edificio. Cuelgan también fotografías antiguas de Alcalá, tanto de la plaza como de la calle Mayor, pobladas de guerreras y paradas militares.
Aplacado el cuerpo, es preciso llenar el espíritu. Por la calle Bustamante llegan muy pronto a la Plaza de San Diego, donde se le abre al contraluz la fachada de la Universidad. Los viajeros la han visto muchas veces, pero siempre en soporte fotográfico. Es la primera vez que sus ojos la palpan y sus manos la contemplan, como queriendo descubrir de un plumazo su complejo programa iconográfico. Pero eso lo dejarán para el momento más pausado del estudio.
Al cruzar el umbral se encuentran, junto a otros visitantes, en el patio de Santo Tomás de Villanueva. Es este un patio al que llaman, asimismo, “Mayor de Escuelas”, pero que también podrían denominarle como “de los Cisnes”, por estar este animal representado desde el brocal del pozo hasta los pedestales de las columnas, como recurso parlante de una heráldica no oficial que recuerda al fundador del estudio complutense, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. De aquí pasan los viajeros a otro espacio abierto, que dicen de Filósofos, donde escuchan en palabras del guía, el origen de la palabra “gorrón”, en alusión a aquellos criados o estudiantes que calaban un sombrero o gorra grande, diferente al resto, y que desempeñaban algunos trabajos a cambio de ropa y alimentos. Los viajeros son sorprendidos, de pronto, por el riego automático. -“Es que el césped tiene que estar dispuesto para dentro de tres semanas, cuando venga el rey a entregar el Cervantes”- se justifica el guía. Y, como antesala, de la venidera jornada, les hace pasar al Paraninfo y les ilustra sobre la puesta en escena de pretéritos exámenes de doctorado: -“Allí la cátedra, donde subía el examinando.., alrededor los profesores que le hacían preguntas...”. Ahora el guía dirige el índice al techo, para señalar la armadura, y luego al suelo, con trazado geométrico de azulejo.
Desde el Paraninfo se dirigen los viajeros a la capilla. En el presbiterio se levanta el marmóreo túmulo de Cisneros, ostentoso sepulcro vacío, más para la gloria de sus artífices que para albergar los restos del egregio franciscano.
A la salida de la vieja Universidad son obsequiados con unos pastelillos de chocolate. Es Domingo de Pascua, claro, ya se ha dicho... Ahora sí, ahora la calle Mayor está rebosante. Los viajeros se pierden por la ciudad y se inmortalizan delante de la fachada del palacio arzobispal. Casas, conventos, antiguos edificios... reconvertidos en establecimientos más mundanos, les sorprenden en la calle de Santiago.
Poco después del mediodía dicen adiós a Alcalá y, bordeando Madrid por la M-40, toman la carretera de La Coruña. Se cruzan con los que regresan a casa. La mañana está, a ratos, nublada. Hay miles de vehículos retenidos. Los usuarios, pacientemente, esperarán que la cola se ponga en marcha. Pero es inútil, nada se mueve. Los viajeros pasan Villalba y el túnel de Guadarrama; todo sigue igual. Miles de coches y personas atrapados. ¡Un largo vía crucis en el día de Pascua! Sólo cerca de Villacastín la cola desaparece y se abre el cielo.
Los viajeros deciden hacer escala en Mota del Marqués para comer. Todo está saturado, pero, finalmente, encuentran mesa y mantel. Mientras esperan se entretienen observando el ajetreo, la salida y entrada de comensales, las discusiones de las camareras, el ir y venir de carnes a la parrilla. Un lugar para repostar y llenar el vientre, no para disfrutar del sosegado placer de la comida.
A las cinco de la tarde están los viajeros cruzando el Esla en Castrogonzalo. Vuelven fatigados del Henares y lo que menos han pensado es ordenar sus impresiones. Eso vendrá después. Antes, deben pasar el Órbigo y buscar el Tera para ver a “Linda” en Mózar de Valverde.
Fotos: Detalle de la fachada de la Universidad de Alcalá. Sepulcro de Cisneros (R. Jiménez) y Mota del Marqués desde el castillo.
Por José I. Martín Benito
El postrero día de marzo retornan los viajeros a las tierras orbicurenses, después de su periplo por los valles del Tajo, del Tajuña y del Henares. Casi en un decir ¡Jesús! se plantan en Alcalá. Será su última parada antes de tomar la nacional VI y, con ello, el camino de Benavente. Apenas hay movimiento en las calles, a pesar de ser las diez de la mañana. Será que este domingo de Pascua ha sorprendido a más de uno y los cuerpos todavía no se han acostumbrado al cambio de la hora.
Buscan los viajeros un lugar para desayunar y lo encuentran en la esquina de la plaza de Cervantes. Hay allí otro grupo que también se dispone a enfilar la mañana, previo acomodo de la humana naturaleza. El interior del café cuenta con un pequeño reservado de varias mesas. No sabrían decir ahora los viajeros si son de madera o hierro –lo que no se escribe pronto se olvida-. En la pared hay una placa metálica de color azul, donde se lee “Plaza de Cervantes”, similar a la de la esquina del edificio. Cuelgan también fotografías antiguas de Alcalá, tanto de la plaza como de la calle Mayor, pobladas de guerreras y paradas militares.
Aplacado el cuerpo, es preciso llenar el espíritu. Por la calle Bustamante llegan muy pronto a la Plaza de San Diego, donde se le abre al contraluz la fachada de la Universidad. Los viajeros la han visto muchas veces, pero siempre en soporte fotográfico. Es la primera vez que sus ojos la palpan y sus manos la contemplan, como queriendo descubrir de un plumazo su complejo programa iconográfico. Pero eso lo dejarán para el momento más pausado del estudio.
Al cruzar el umbral se encuentran, junto a otros visitantes, en el patio de Santo Tomás de Villanueva. Es este un patio al que llaman, asimismo, “Mayor de Escuelas”, pero que también podrían denominarle como “de los Cisnes”, por estar este animal representado desde el brocal del pozo hasta los pedestales de las columnas, como recurso parlante de una heráldica no oficial que recuerda al fundador del estudio complutense, el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros. De aquí pasan los viajeros a otro espacio abierto, que dicen de Filósofos, donde escuchan en palabras del guía, el origen de la palabra “gorrón”, en alusión a aquellos criados o estudiantes que calaban un sombrero o gorra grande, diferente al resto, y que desempeñaban algunos trabajos a cambio de ropa y alimentos. Los viajeros son sorprendidos, de pronto, por el riego automático. -“Es que el césped tiene que estar dispuesto para dentro de tres semanas, cuando venga el rey a entregar el Cervantes”- se justifica el guía. Y, como antesala, de la venidera jornada, les hace pasar al Paraninfo y les ilustra sobre la puesta en escena de pretéritos exámenes de doctorado: -“Allí la cátedra, donde subía el examinando.., alrededor los profesores que le hacían preguntas...”. Ahora el guía dirige el índice al techo, para señalar la armadura, y luego al suelo, con trazado geométrico de azulejo.
Desde el Paraninfo se dirigen los viajeros a la capilla. En el presbiterio se levanta el marmóreo túmulo de Cisneros, ostentoso sepulcro vacío, más para la gloria de sus artífices que para albergar los restos del egregio franciscano.
A la salida de la vieja Universidad son obsequiados con unos pastelillos de chocolate. Es Domingo de Pascua, claro, ya se ha dicho... Ahora sí, ahora la calle Mayor está rebosante. Los viajeros se pierden por la ciudad y se inmortalizan delante de la fachada del palacio arzobispal. Casas, conventos, antiguos edificios... reconvertidos en establecimientos más mundanos, les sorprenden en la calle de Santiago.
Poco después del mediodía dicen adiós a Alcalá y, bordeando Madrid por la M-40, toman la carretera de La Coruña. Se cruzan con los que regresan a casa. La mañana está, a ratos, nublada. Hay miles de vehículos retenidos. Los usuarios, pacientemente, esperarán que la cola se ponga en marcha. Pero es inútil, nada se mueve. Los viajeros pasan Villalba y el túnel de Guadarrama; todo sigue igual. Miles de coches y personas atrapados. ¡Un largo vía crucis en el día de Pascua! Sólo cerca de Villacastín la cola desaparece y se abre el cielo.
Los viajeros deciden hacer escala en Mota del Marqués para comer. Todo está saturado, pero, finalmente, encuentran mesa y mantel. Mientras esperan se entretienen observando el ajetreo, la salida y entrada de comensales, las discusiones de las camareras, el ir y venir de carnes a la parrilla. Un lugar para repostar y llenar el vientre, no para disfrutar del sosegado placer de la comida.
A las cinco de la tarde están los viajeros cruzando el Esla en Castrogonzalo. Vuelven fatigados del Henares y lo que menos han pensado es ordenar sus impresiones. Eso vendrá después. Antes, deben pasar el Órbigo y buscar el Tera para ver a “Linda” en Mózar de Valverde.
Fotos: Detalle de la fachada de la Universidad de Alcalá. Sepulcro de Cisneros (R. Jiménez) y Mota del Marqués desde el castillo.
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