Historias de Villavieja de la Roca (2)
2. EL INEFABLE DON CRISPÍN[1]
Por José I. Martín Benito
A Gabriel García Márquez
Quince años después de haber llegado al Regimiento, el alcalde D. Crispín Tundidor habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer "Peñarredonda". Entonces Villavieja no era más que una pequeña aldea...
A lo largo de los años, sentado en la poltrona, pero dejando al descubierto su testículo herniado, D. Crispín había ido viendo desfilar uno por uno a aquellos laboriosos y emprendedores hombres que venían a proponerle algún negocio, rentable no sólo para Villavieja sino también para sus desvelados gobernantes. Los cronistas de la villa y los biógrafos profesionales, contratados para hacer un panegírico de la figura de D. Crispín, decían no encontrar palabras para definir la arrolladora personalidad del prócer, por lo que en los ambientes cultos de la villa y aún de la provincia se le conocía como el inefable.
En verdad nada decían los anuarios de sus mil y una andanzas, de los constantes devaneos con sus subalternos, de las cenas o comidas pantagruélicas donde se ajustaban las concesiones de obras y se daban licencias a nuevos y provechosos negocios; nada decían tampoco de sus presiones a los periodistas y visitas a las rotativas para que la información fuera mucho más blanda y se prescindiera de cualquier crítica a su gestión. Cuentan que un día se personó en "El Faro provincial" y pidió la cabeza de un redactor por liberal y masón. No se sabe si surtió efecto, pero a las dos semanas Juan Bautista era trasladado de la crónica municipal a la sección de sucesos. En otra ocasión decidió cancelar la orden de pago de la publicidad municipal hasta mejores fechas, lo que fue interpretado por el periódico en cuestión como que la lealtad y fidelidad estaban siendo puestas a prueba. En esto de rodearse de clientes y adictos y en sacudirse las moscas D. Crispín era un auténtico maestro.
Pronto contó con un coro de acólitos a su alrededor, que cantaban las glorias del periodo y alababan las ideas luminosas salidas de su laureada testa. Aunque no era hombre leído, suplía su falta de cultura con circunloquios y sonrisas. Rara vez daba la cara en momentos difíciles, pues para eso tenía a su incondicional Diógenes Carranza, veterano ambicioso, leguleyo y jugador de bolsa. Con éste, D. Néstor y el ingeniero D. Romualdo del Águila acostumbraban a jugar la partida de dominó los sábados por la tarde en el Casino, al tiempo que pasaban revista a la vida de Villavieja, hacían proyectos y se conjuraban para ir a las casas de lenocinio de la capital de la provincia, argumentando el viaje como de asuntos oficiales.
Rodeado de aquellos camaradas D. Crispín se sentía seguro. Sólo los mal nacidos y de espíritu retorcido, se decía, podrían dudar de su persona. Desde luego eran falsos aquellos rumores de una cena de trabajo en Monzón del Valle, en donde las malas lenguas le involucraban en haber pactado la concesión a una empresa del servicio municipal de limpieza. Además, ¡qué diantre!, - ¿acaso el municipio no estaba más limpio que cuando lo hacían las brigadas municipales?, respondía a los que le interpelaban. ¡Cómo podían dudar de su honestidad y patriotismo!. Sólo cuando recibió la citación del juzgado perdió por un momento la compostura. Aquella noche, incluso, imaginó su epitafio político:
"Aquí descansan los despojos, desvelos y sinsabores de D. Crispín Tundidor, munícipe amantísimo y de esclarecido gobierno. Padre de la Patria, espejo de regidores, luz y guía de Villavieja de la Roca. Dedicó su vida y su fama a tan inveterada Villa. Promovió el progreso, protegió las artes y las letras. Los vecinos y el consistorio agradecidos le dedican este pedestal".
A la mañana siguiente las calles amanecieron llenas de pasquines que vitoreaban al alcalde y arremetían contra sus rivales políticos. Cuando se encontró con D. Néstor no pudo por menos de esbozar una sonrisa: sus incondicionales no le habían abandonado.
A Gabriel García Márquez
Quince años después de haber llegado al Regimiento, el alcalde D. Crispín Tundidor habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer "Peñarredonda". Entonces Villavieja no era más que una pequeña aldea...
A lo largo de los años, sentado en la poltrona, pero dejando al descubierto su testículo herniado, D. Crispín había ido viendo desfilar uno por uno a aquellos laboriosos y emprendedores hombres que venían a proponerle algún negocio, rentable no sólo para Villavieja sino también para sus desvelados gobernantes. Los cronistas de la villa y los biógrafos profesionales, contratados para hacer un panegírico de la figura de D. Crispín, decían no encontrar palabras para definir la arrolladora personalidad del prócer, por lo que en los ambientes cultos de la villa y aún de la provincia se le conocía como el inefable.
En verdad nada decían los anuarios de sus mil y una andanzas, de los constantes devaneos con sus subalternos, de las cenas o comidas pantagruélicas donde se ajustaban las concesiones de obras y se daban licencias a nuevos y provechosos negocios; nada decían tampoco de sus presiones a los periodistas y visitas a las rotativas para que la información fuera mucho más blanda y se prescindiera de cualquier crítica a su gestión. Cuentan que un día se personó en "El Faro provincial" y pidió la cabeza de un redactor por liberal y masón. No se sabe si surtió efecto, pero a las dos semanas Juan Bautista era trasladado de la crónica municipal a la sección de sucesos. En otra ocasión decidió cancelar la orden de pago de la publicidad municipal hasta mejores fechas, lo que fue interpretado por el periódico en cuestión como que la lealtad y fidelidad estaban siendo puestas a prueba. En esto de rodearse de clientes y adictos y en sacudirse las moscas D. Crispín era un auténtico maestro.
Pronto contó con un coro de acólitos a su alrededor, que cantaban las glorias del periodo y alababan las ideas luminosas salidas de su laureada testa. Aunque no era hombre leído, suplía su falta de cultura con circunloquios y sonrisas. Rara vez daba la cara en momentos difíciles, pues para eso tenía a su incondicional Diógenes Carranza, veterano ambicioso, leguleyo y jugador de bolsa. Con éste, D. Néstor y el ingeniero D. Romualdo del Águila acostumbraban a jugar la partida de dominó los sábados por la tarde en el Casino, al tiempo que pasaban revista a la vida de Villavieja, hacían proyectos y se conjuraban para ir a las casas de lenocinio de la capital de la provincia, argumentando el viaje como de asuntos oficiales.
Rodeado de aquellos camaradas D. Crispín se sentía seguro. Sólo los mal nacidos y de espíritu retorcido, se decía, podrían dudar de su persona. Desde luego eran falsos aquellos rumores de una cena de trabajo en Monzón del Valle, en donde las malas lenguas le involucraban en haber pactado la concesión a una empresa del servicio municipal de limpieza. Además, ¡qué diantre!, - ¿acaso el municipio no estaba más limpio que cuando lo hacían las brigadas municipales?, respondía a los que le interpelaban. ¡Cómo podían dudar de su honestidad y patriotismo!. Sólo cuando recibió la citación del juzgado perdió por un momento la compostura. Aquella noche, incluso, imaginó su epitafio político:
"Aquí descansan los despojos, desvelos y sinsabores de D. Crispín Tundidor, munícipe amantísimo y de esclarecido gobierno. Padre de la Patria, espejo de regidores, luz y guía de Villavieja de la Roca. Dedicó su vida y su fama a tan inveterada Villa. Promovió el progreso, protegió las artes y las letras. Los vecinos y el consistorio agradecidos le dedican este pedestal".
A la mañana siguiente las calles amanecieron llenas de pasquines que vitoreaban al alcalde y arremetían contra sus rivales políticos. Cuando se encontró con D. Néstor no pudo por menos de esbozar una sonrisa: sus incondicionales no le habían abandonado.
Ilustración: Alcalde Pendonero. Acuarela de Joaquín Pinto (Colección de Eduardo Samaniego y Álvarez).
Etiquetas: Historias de Villavieja de la Roca
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