Juguetes
“Cheri Bomba”
Por J. I. Martín Benito
Guardo pocos juguetes de mi infancia. Entonces los regalos de Reyes duraban todo el año. A veces, ni eso, sobre todo si era mazapán lo que dejaban en casa de la abuela. Recuerdo que mi hermano Juan Carlos disfrutó de más juguetes que yo, pero también los fundía antes.
Los que más me gustaban eran “los indios”. Aquellas figuras de plástico que se compraban en el quiosco por poco más de una peseta. Luego subieron a 3, después a 5. Eran minúsculas figuras de no más de seis o siete centímetros, con las que los niños nos entreteníamos. Las había también mayores que, por su precio, escaseaban.
Mi primo y yo teníamos varias, que juntábamos en una caja en el desván. A veces le pedíamos a nuestro amigo Andrés que sacara el fuerte: un complejo de madera que era la admiración –no sé si la envidia- de todos los muchachos. Y allí en su puerta, o en las vecinas “lanchas” del señor Luciano, desplegábamos los ejércitos de indios y vaqueros.
Andrés tenía también algunas figuras de mayor tamaño que le habían regalado sus tíos. También mi primo Luís Mari disponía de un jefe indio de gran plumaje y rifle en la mano.
Pero la admiración de todos era el “Cheri Bomba”. Y ese era mío. Un año me lo trajeron los Reyes y fue la admiración de todos mis amigos.
-Andrés, saca el fuerte- le decíamos.
- Vale, pero tu traes “el Cheri Bomba”.
Y yo iba a casa a buscar al vaquero. Le llamábamos así, “Cheri”, porque tenía unas estrellas en los pantalones. El personaje iba bien armado: dos cananas a la cintura con sendas pistolas, rifle en la mano izquierda y un cartucho de dinamita –la bomba- en la mano derecha, a punto de ser arrojado. Recuerdo que también tuve otra figura de estas, de las grandes; era “El Peladilla”, un indio con la cabeza afeitada y de duras facciones, que un día me regaló mi prima Fe. No sé que fue del “Peladilla”. El “Cheri Bomba” lo conservo. Un día lo reencontré en casa, en Ciudad Rodrigo, y lo traje para Benavente. Aquí lo tengo, en un estante de mi librería.
Cuando miro al “Cheri Bomba”, me acuerdo de Andrés, de Manolete, de Javi y de mi primo Luís Mari; me acuerdo también de los hermanos Casimiro y Pedrito Ratero Mateos y de aquella infancia en el Arrabal del Puente; y de “la Encañería”, la fuente en la que más de uno se cayó al intentar beber agua. Y ahora, que escribo estas líneas, me acuerdo también de mi maestra, doña Joaquina, y de la leche en polvo y de la hoguera de San Antón en el Toral y de las casetas que hacíamos el día del Corpus, una vez pasada la procesión, con las ramas de los árboles que engalanaban las paredes de las calles. Y recuerdo también, cómo olvidarlo, el ruido de las carracas en Semana Santa y el “Monumento”... y el tañer de las campanas que anunciaron aquel domingo muy de mañana la muerte de Alejandrito, a quien el juego del carburo se lo llevó.
Y todo eso me trae a la memoria este vaquero que me acompaña desde mi niñez, este “Cheri Bomba”, osado e intrépido, testigo mudo del paso del tiempo y de una infancia irrepetible.
Por J. I. Martín Benito
Guardo pocos juguetes de mi infancia. Entonces los regalos de Reyes duraban todo el año. A veces, ni eso, sobre todo si era mazapán lo que dejaban en casa de la abuela. Recuerdo que mi hermano Juan Carlos disfrutó de más juguetes que yo, pero también los fundía antes.
Los que más me gustaban eran “los indios”. Aquellas figuras de plástico que se compraban en el quiosco por poco más de una peseta. Luego subieron a 3, después a 5. Eran minúsculas figuras de no más de seis o siete centímetros, con las que los niños nos entreteníamos. Las había también mayores que, por su precio, escaseaban.
Mi primo y yo teníamos varias, que juntábamos en una caja en el desván. A veces le pedíamos a nuestro amigo Andrés que sacara el fuerte: un complejo de madera que era la admiración –no sé si la envidia- de todos los muchachos. Y allí en su puerta, o en las vecinas “lanchas” del señor Luciano, desplegábamos los ejércitos de indios y vaqueros.
Andrés tenía también algunas figuras de mayor tamaño que le habían regalado sus tíos. También mi primo Luís Mari disponía de un jefe indio de gran plumaje y rifle en la mano.
Pero la admiración de todos era el “Cheri Bomba”. Y ese era mío. Un año me lo trajeron los Reyes y fue la admiración de todos mis amigos.
-Andrés, saca el fuerte- le decíamos.
- Vale, pero tu traes “el Cheri Bomba”.
Y yo iba a casa a buscar al vaquero. Le llamábamos así, “Cheri”, porque tenía unas estrellas en los pantalones. El personaje iba bien armado: dos cananas a la cintura con sendas pistolas, rifle en la mano izquierda y un cartucho de dinamita –la bomba- en la mano derecha, a punto de ser arrojado. Recuerdo que también tuve otra figura de estas, de las grandes; era “El Peladilla”, un indio con la cabeza afeitada y de duras facciones, que un día me regaló mi prima Fe. No sé que fue del “Peladilla”. El “Cheri Bomba” lo conservo. Un día lo reencontré en casa, en Ciudad Rodrigo, y lo traje para Benavente. Aquí lo tengo, en un estante de mi librería.
Cuando miro al “Cheri Bomba”, me acuerdo de Andrés, de Manolete, de Javi y de mi primo Luís Mari; me acuerdo también de los hermanos Casimiro y Pedrito Ratero Mateos y de aquella infancia en el Arrabal del Puente; y de “la Encañería”, la fuente en la que más de uno se cayó al intentar beber agua. Y ahora, que escribo estas líneas, me acuerdo también de mi maestra, doña Joaquina, y de la leche en polvo y de la hoguera de San Antón en el Toral y de las casetas que hacíamos el día del Corpus, una vez pasada la procesión, con las ramas de los árboles que engalanaban las paredes de las calles. Y recuerdo también, cómo olvidarlo, el ruido de las carracas en Semana Santa y el “Monumento”... y el tañer de las campanas que anunciaron aquel domingo muy de mañana la muerte de Alejandrito, a quien el juego del carburo se lo llevó.
Y todo eso me trae a la memoria este vaquero que me acompaña desde mi niñez, este “Cheri Bomba”, osado e intrépido, testigo mudo del paso del tiempo y de una infancia irrepetible.
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