La Crónica de Benavente

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viernes, diciembre 29, 2006

Cuaderno del Este: Teruel

TORRES GEMELAS
Por José I. Martín Benito

El pasado día 11 de septiembre se cumplía un año de los atentados de Nueva York y Washington*. Ese mismo día llegaba el viajero a la ciudad de las Torres que, en España, no es otra que Teruel. Mira por donde se entera uno que los turolenses tienen también sus torres gemelas, no tan altas como fueron las de Nueva York, pero más gráciles y galanas. En el recorrido nocturno por la ciudad oye el viajero la leyenda que rodea a la construcción de las torres de San Salvador y San Martín, ligada a la rivalidad de dos amigos arquitectos, dos mudéjares: Omar y Abdulah, que competían por construir la torre más hermosa y, a la vez, por conseguir los amores de una bella dama. La construcción se hacía bajos andamios y cortinas que tapaban la obra y así, nadie, ni ellos mismos, sabía que estaba haciendo el otro. Cuando Omar descubrió su obra, los turolenses se quedaron maravillados y Abdulah, desesperado por creer que la joven elegiría entonces a su amigo, subió a la torre de San Martín y se arrojó al vacío. Pero ella, que le amaba en secreto, al saber su muerte, siguió sus pasos. Después que los alarifes descubrieron la torre de Abdulah, la ciudad se quedó atónita, al ver que ambas construcciones, la de San Salvador y la de San Martín, se parecían como una gota de agua; desde entonces se las conoce con el nombre de “las torres gemelas”.
Es Teruel, ciudad ligada al amor. A los pies de la torre de San Pedro, el viajero asiste a una improvisada representación nocturna de la historia de los Amantes, Diego e Isabel, y su trágico destino. Pero si en Teruel se muere de amor, también se puede encontrar. Dicen que quien bebe de los dos caños de la fuente de la plaza de la catedral encuentra en la ciudad el amor de su vida.
Todas y otras historias escucha el viajero, mientras suenan las doce campanadas en la ciudad de Eros y el Torico brama desde su altivo pedestal. ¡El toro y el amor, símbolos tan ligados en la mitología y en los ritos y juegos españoles y mediterráneos! También en Teruel corren un toro ensogado. El viajero ve en un escaparate diversas instantáneas en blanco y negro de la fiesta, algunas de las cuales podrían confundirse con otras de Benavente.
Son los turolenses, los de la ciudad y provincia, muy dados a los juegos del toro. El viajero se los vuelve a encontrar, sin buscarlos, en Rubielos de Mora. La carretera se adentra en la Sierra de Gúdar. El cielo se nubla y amenaza tormenta. Entra el visitante en la villa por el Portal de San Antonio, torre puerta almenada, y se halla de inmediato en la plaza de la fuente de la Negrita, frente a la casa consistorial y al palacio de los marqueses de Villasegura. Más adelante, una placa recuerda que el general Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, acabó a sangre y fuego en 1835 con el reducto liberal que se había refugiado en el convento del Carmen.
Las calles de Rubielos están desiertas, a pesar de lo avanzado de la tarde. Cuelgan de lado a lado cuerdas con banderas de bandas rojas y gualdas aragonesas, que anuncian la fiesta. Pero no se ve prácticamente un alma, como no sea la de algún viejo sentado a la puerta. ¿Dónde está la gente? El viajero se detiene en la confluencia de cuatro calles y lee los versos de un azulejo adosado a la pared:


Estas son las Cuatro Esquinas
y las Cuatro son de acero.
Quiero entrar y no me dejan,
quiero salir y no puedo.


Como una advertencia le llega el sonido lejano de un clarín. Guiado por la música, como si del cuento del flautista se tratara, el viajero acierta a ver entre los árboles la procedencia de la melodía. Allí esta la gente, fuera de la ciudad, a la vera del arroyo, esperando el momento. El recinto tiene forma de anfiteatro, con varias gradas; la orchesta transformada en medio coso taurino, en tanto que los toriles ocupan el lugar del frente escénico. Van llegando unos y otros para sumarse a la fiesta y presenciar el improvisado paseíllo, donde un grotesco mozo, seguido por la charanga, arranca los aplausos del respetable, al desfilar montera en mano y un pañuelo morado por capote.
El viajero ya ha visto bastante y decide volver al silencio de la villa, donde se dan la mano portadas adoveladas, balcones de forja y de madera, escudos nobiliarios, palacios y casonas... En una de las puertas se ha fijado un bando municipal, donde el alcalde apela al comportamiento cívico de los vecinos en las fiestas patronales y anuncia que se correrán toros embolados y ensogados. Una de las placas informativas salpicadas por el recorrido urbano advierte al turista que la tradición de estos toros de fuego y de soga es anterior a 1620, y de nuevo el visitante establece relación con Benavente, donde el toro enmaromado se documenta también en el siglo XVII.
Apenas si tiene tiempo el viajero de abandonar la villa y dirigirse a Mora de Rubielos, antes de que la tarde caiga y las tinieblas se mezclen con las atormentadas nubes, que ponen neblina en las sierras de Gúdar y el Maestrazgo.

Foto: Torre mudéjar de San Martín (Teruel) y Sierra de Gúdar.
* Escrito en septiembre de 2002

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