Crónica portuguesa (y 4)
LA CRUZ DE CRISTO
Por José I. Martín Benito *
"Andurinha, ven a janela"
Por José I. Martín Benito *
"Andurinha, ven a janela"
La Cruz de Cristo omnipresente en Belem, acompañará también a los visitantes en Tomar, centro neurálgico de la orden cristológica. En la villa, el símbolo cruciforme se encuentra en el pavimento de las aceras, a modo de mosaico y en la casa de comidas donde repondrán fuerzas. Han venido aquí atraídos por la célebre ventana manuelina. Una marca de vinos “Convento de Tomar”, con denominación de origen Ribatejo, lleva el dibujo de la famosa janela, rematada con la consabida cruz. Ignoran los viajeros el número de golondrinas que se habrán posado en aquella ventana, blanca y verde, evocando la canción de Dulces Pontes: “Andurinha, ven a janela”. Los viajeros se sienten, pues, aves migratorias y acuden al reclamo.
Inician la escalada en mecánica cabalgadura, sin contratiempo alguno. Eso sí, quedan sorprendidos por encontrarse a las puertas del castillo con infantes, soldados y jinetes medievales, que visten túnicas blancas, lorigas, yelmos y grebas. No son los monjes-soldados, primero del Temple y, después, de la orden de Cristo, que desde aquí extendían sus dominios a buena parte del territorio luso; ya se vio Castelo Novo en la serra de Gardunha. Los caballeros de ahora parecen dispuestos para la ocasión; decorado no hace falta, que los muros del castillo-convento, con alguna que otra restauración, servirán para lo que se avecina. Pronto sabrán los viajeros la razón de aquella bienvenida, si la podemos llamar así, pues los personajes se muestran ajenos a los visitantes. Y es que estos caballeros y soldados parece que van a lo suyo e ignoran a los recién llegados. Intrigados por la aparición, los viajeros preguntan, que si preguntando se va a Roma, bien servirá también para descifrar el retorno a la Edad Media y los enigmas de un castillo y convento portugués.
Es así como vienen a saber que los figurantes forman parte de un ensayo general, pues lo que se está preparando es una función de teatro, les responden los preguntados. Luego conocerán, a la salida de la fortaleza, que los domingos se representa una versión teatral de la novela de Umberto Eco, “El nombre de la Rosa”. Por marco que no quede. Un cartel señala que está prohibida la entrada a menores de 12 años y a los portadores de teléfonos móviles.
Desde la azotea del claustro de los Felipes, los viajeros observan el ensayo de tres actores en la puerta de la iglesia. Uno de ellos se olvida del parlamento y saca el papel con el diálogo que le toca decir, mientras una docena de curiosos observa la escena a distancia.
Los viajeros van de sorpresa en sorpresa conventual. Si una vez vieron Batalha, los Jerónimos y Alcobaça y ahora el convento de Cristo, se preguntan cómo será Mafra. Pero para esto último tendrán que esperar otra ocasión, aunque por el Memorial de Saramago y algunos planos de las guías turísticas, puedan adivinar su grandeza.
Los visitantes se pierden por los claustros. Hay naranjos y azulejos y un manuelino en estado puro poblado de esferas, cordones y corales. Lo visitantes meten las narices por la cocina, la despensa y el refectorio, pero han desaparecido los olores, sabores y manjares. El tiempo se ha detenido sólo de manera pétrea, que son otros los actores y otras también las costumbres y necesidades. Aún así, el lugar es el mismo. Los hombres pasan, la tierra permanece. Los viajeros recuerdan que fue en Tomar, donde las Cortes de la nación lusitana reconocieron en abril de 1581 a Felipe, de España, como rey de Portugal, tras los sucesos derivados de la pérdida del rey don Sebastián en el desastre norteafricano de Alcazarquivir, acaecido tres años antes. El hijo de Isabel, la portuguesa, y del césar Carlos vino a juntar así los reinos peninsulares, en una frágil unión que se fracturó sesenta años después.
La mañana se les ha ido en el camino desde Lisboa y en la visita al convento, evocaciones incluidas. Después de comer en el restaurante “A Mao”, los curiosos se adentran en el casco antiguo de Tomar, descubren la antigua sinagoga, convertida ahora en museo y, poco después, visitan la iglesia de S. Joâo Baptista; la cruz de Cristo y las armas de Portugal han bajado de la cima al llano. La Praça da Republica tiene un pavimento ajedrezado; en el centro, de espaldas al castillo y frente a la iglesia sanjuanista, rinde Tomar homenaje y recuerdo a Gualdim Pais, fundador de la villa, cuando el convento fue de los freires del Temple.
Es tiempo de retorno. Los viajeros no se entretienen más, aunque lo harían de buena gana, y ponen rumbo a la Beira Baixa; dejan atrás Castelo Branco y Castel Novo. Se ha puesto el sol. Belmonte deberá esperar mejor ocasión. Atraviesan la serra da Estrela entre dos luces. Adivinan Guarda. Cruzan el Côa, que presienten, pero que ni ven ni oyen y llegan, al anochecer, a Ciudad Rodrigo.
Inician la escalada en mecánica cabalgadura, sin contratiempo alguno. Eso sí, quedan sorprendidos por encontrarse a las puertas del castillo con infantes, soldados y jinetes medievales, que visten túnicas blancas, lorigas, yelmos y grebas. No son los monjes-soldados, primero del Temple y, después, de la orden de Cristo, que desde aquí extendían sus dominios a buena parte del territorio luso; ya se vio Castelo Novo en la serra de Gardunha. Los caballeros de ahora parecen dispuestos para la ocasión; decorado no hace falta, que los muros del castillo-convento, con alguna que otra restauración, servirán para lo que se avecina. Pronto sabrán los viajeros la razón de aquella bienvenida, si la podemos llamar así, pues los personajes se muestran ajenos a los visitantes. Y es que estos caballeros y soldados parece que van a lo suyo e ignoran a los recién llegados. Intrigados por la aparición, los viajeros preguntan, que si preguntando se va a Roma, bien servirá también para descifrar el retorno a la Edad Media y los enigmas de un castillo y convento portugués.
Es así como vienen a saber que los figurantes forman parte de un ensayo general, pues lo que se está preparando es una función de teatro, les responden los preguntados. Luego conocerán, a la salida de la fortaleza, que los domingos se representa una versión teatral de la novela de Umberto Eco, “El nombre de la Rosa”. Por marco que no quede. Un cartel señala que está prohibida la entrada a menores de 12 años y a los portadores de teléfonos móviles.
Desde la azotea del claustro de los Felipes, los viajeros observan el ensayo de tres actores en la puerta de la iglesia. Uno de ellos se olvida del parlamento y saca el papel con el diálogo que le toca decir, mientras una docena de curiosos observa la escena a distancia.
Los viajeros van de sorpresa en sorpresa conventual. Si una vez vieron Batalha, los Jerónimos y Alcobaça y ahora el convento de Cristo, se preguntan cómo será Mafra. Pero para esto último tendrán que esperar otra ocasión, aunque por el Memorial de Saramago y algunos planos de las guías turísticas, puedan adivinar su grandeza.
Los visitantes se pierden por los claustros. Hay naranjos y azulejos y un manuelino en estado puro poblado de esferas, cordones y corales. Lo visitantes meten las narices por la cocina, la despensa y el refectorio, pero han desaparecido los olores, sabores y manjares. El tiempo se ha detenido sólo de manera pétrea, que son otros los actores y otras también las costumbres y necesidades. Aún así, el lugar es el mismo. Los hombres pasan, la tierra permanece. Los viajeros recuerdan que fue en Tomar, donde las Cortes de la nación lusitana reconocieron en abril de 1581 a Felipe, de España, como rey de Portugal, tras los sucesos derivados de la pérdida del rey don Sebastián en el desastre norteafricano de Alcazarquivir, acaecido tres años antes. El hijo de Isabel, la portuguesa, y del césar Carlos vino a juntar así los reinos peninsulares, en una frágil unión que se fracturó sesenta años después.
La mañana se les ha ido en el camino desde Lisboa y en la visita al convento, evocaciones incluidas. Después de comer en el restaurante “A Mao”, los curiosos se adentran en el casco antiguo de Tomar, descubren la antigua sinagoga, convertida ahora en museo y, poco después, visitan la iglesia de S. Joâo Baptista; la cruz de Cristo y las armas de Portugal han bajado de la cima al llano. La Praça da Republica tiene un pavimento ajedrezado; en el centro, de espaldas al castillo y frente a la iglesia sanjuanista, rinde Tomar homenaje y recuerdo a Gualdim Pais, fundador de la villa, cuando el convento fue de los freires del Temple.
Es tiempo de retorno. Los viajeros no se entretienen más, aunque lo harían de buena gana, y ponen rumbo a la Beira Baixa; dejan atrás Castelo Branco y Castel Novo. Se ha puesto el sol. Belmonte deberá esperar mejor ocasión. Atraviesan la serra da Estrela entre dos luces. Adivinan Guarda. Cruzan el Côa, que presienten, pero que ni ven ni oyen y llegan, al anochecer, a Ciudad Rodrigo.
* 9 diciembre 2006
Fotos: Janela; iglesia y caballero; naranjas y azulejos. (Convento de Cristo, Tomar).
Etiquetas: Crónica portuguesa
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