Crónicas galas (3)
EL MENHIR DEL ARCÁNGEL
Por José I. Martín Benito
Por José I. Martín Benito
Los viajeros han venido a las tierras del norte tras la huella de los alineamientos megalíticos y de la imagen del Mont Saint Michel. Mañana buscarán los primeros en Carnac. Ahora están enfrente de la mole piramidal. La aguja que remata la iglesia de la abadía, parece un proyectil o un dardo a punto de ser disparado desde la peña. En todo caso, sirve de vértice a la isla, de antena de comunicación con el celeste arcángel. Miguel bien pudiera trocar la espada por la lanza y clavarla en el lomo de la bestia.
Tal vez sea este el menhir por excelencia de los finesterres, ya sean normandos, bretones o galaicos. Si hubiera un “ónphalos” en occidente, como lo hubo en Delfos, acaso hubiera que buscarlo en las criptas de la abadía.
En el exterior, las casas dibujan volantes en las faldas del monte. Parecen los peldaños de una gran escala que mira hacia arriba. No en balde, la aguja de Mont Saint Michele señala el cielo, aunque también bien podría ser el rejón clavado en el dorso del dragón.
Los viajeros han venido cuando la marea está baja, de modo que sólo pueden contemplar lenguas de arena en torno a la isla. Dicen que el mar está retirado varios kilómetros hacia adentro. Los viajeros no lo esperarán. Tampoco sabrían precisar el tiempo de vigilia. Ya se encarga de ello San Miguel, que vigila desde la torre cualquier movimiento.
Cielo, tierra y mar entre Normandía y Bretaña. Es esta tierra de peregrinos, ya vinieran por rendir culto y esperar los favores del arcángel o ya vengan reclamados por la mitología turística que acompaña desde hace años a la peña. Los viajeros tienen más de lo segundo que de lo primero, y comprueban que con los que se cruzan, también. Ya no se escuchan los lamentos de los que sufrieron aquí prisión. Las olas debieron llevárselos mar adentro en sus largas retiradas. Los viajeros, después de tres horas de haber estado en el interior de la fortaleza, inician la suya. Pero está visto que las casas fuertes le acompañarán de Normandía a Bretaña.
Los viajeros llegan a Saint Malo buscando una central de energía maremotriz, pero tardarán en encontrarla. El mar asedia la ciudad. Lo hace de manera paciente, aunque en ocasiones descarga contra los muros su rabia contenida y luego desatada. Pero hoy es tiempo de tregua y por eso los defensores bajan a la playa y vuelan cometas. Será que el mar afila sus espadas, para descargar una feroz embestida contra los muros de granito. El genio de Vauban tendrá que emplearse no sólo en defender la ciudad de los británicos, sino también de la furia de Poseidón. El ingeniero francés dispuso convenientemente las defensas, esperando el ataque por mar. Sin embargo, no podía sospechar la destrucción de buena parte de la ciudad causada por los bombardeos de agosto de 1944. La destrucción vino en esta ocasión del cielo, como la claridad. Varios edificios de la ciudad quedaron reducidos a escombros, entre ellos la catedral. Pero lo que vino desde arriba –las bombas- se remediaría también desde lo alto. En 1972, el arzobispo de Rennes, acompañado de los obispos bretones inauguró de nuevo el templo mayor de Saint-Malo.
Parece que la guerra y la defensa han sido el sino de esta población, que ha mirado con recelo al otro lado del Canal de la Mancha. Como en Saintes, hay aquí también un monumento a los caídos en la Gran Guerra, en un lugar muy próximo a la seo.
Las calles están repletas de visitantes y de espíritu comercial. Los viajeros no pueden detenerse por más tiempo y van en busca de la central eléctrica.
Tal vez sea este el menhir por excelencia de los finesterres, ya sean normandos, bretones o galaicos. Si hubiera un “ónphalos” en occidente, como lo hubo en Delfos, acaso hubiera que buscarlo en las criptas de la abadía.
En el exterior, las casas dibujan volantes en las faldas del monte. Parecen los peldaños de una gran escala que mira hacia arriba. No en balde, la aguja de Mont Saint Michele señala el cielo, aunque también bien podría ser el rejón clavado en el dorso del dragón.
Los viajeros han venido cuando la marea está baja, de modo que sólo pueden contemplar lenguas de arena en torno a la isla. Dicen que el mar está retirado varios kilómetros hacia adentro. Los viajeros no lo esperarán. Tampoco sabrían precisar el tiempo de vigilia. Ya se encarga de ello San Miguel, que vigila desde la torre cualquier movimiento.
Cielo, tierra y mar entre Normandía y Bretaña. Es esta tierra de peregrinos, ya vinieran por rendir culto y esperar los favores del arcángel o ya vengan reclamados por la mitología turística que acompaña desde hace años a la peña. Los viajeros tienen más de lo segundo que de lo primero, y comprueban que con los que se cruzan, también. Ya no se escuchan los lamentos de los que sufrieron aquí prisión. Las olas debieron llevárselos mar adentro en sus largas retiradas. Los viajeros, después de tres horas de haber estado en el interior de la fortaleza, inician la suya. Pero está visto que las casas fuertes le acompañarán de Normandía a Bretaña.
Los viajeros llegan a Saint Malo buscando una central de energía maremotriz, pero tardarán en encontrarla. El mar asedia la ciudad. Lo hace de manera paciente, aunque en ocasiones descarga contra los muros su rabia contenida y luego desatada. Pero hoy es tiempo de tregua y por eso los defensores bajan a la playa y vuelan cometas. Será que el mar afila sus espadas, para descargar una feroz embestida contra los muros de granito. El genio de Vauban tendrá que emplearse no sólo en defender la ciudad de los británicos, sino también de la furia de Poseidón. El ingeniero francés dispuso convenientemente las defensas, esperando el ataque por mar. Sin embargo, no podía sospechar la destrucción de buena parte de la ciudad causada por los bombardeos de agosto de 1944. La destrucción vino en esta ocasión del cielo, como la claridad. Varios edificios de la ciudad quedaron reducidos a escombros, entre ellos la catedral. Pero lo que vino desde arriba –las bombas- se remediaría también desde lo alto. En 1972, el arzobispo de Rennes, acompañado de los obispos bretones inauguró de nuevo el templo mayor de Saint-Malo.
Parece que la guerra y la defensa han sido el sino de esta población, que ha mirado con recelo al otro lado del Canal de la Mancha. Como en Saintes, hay aquí también un monumento a los caídos en la Gran Guerra, en un lugar muy próximo a la seo.
Las calles están repletas de visitantes y de espíritu comercial. Los viajeros no pueden detenerse por más tiempo y van en busca de la central eléctrica.
Fotos: Mont Saint Michele y estatua de San Miguel en la iglesia. Murallas de Saint Malo y monumento a los caídos de la Gran Guerra.
Etiquetas: Crónicas galas
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