La Crónica de Benavente

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jueves, febrero 16, 2006

Prender y Raptar (I)

Sinónimos o antónimos
Raptar
J.I. Martín Benito

El prendimiento emana de la autoridad. El rapto no, o al menos, no oficialmente. Aunque las jerarquías del poder den la orden de secuestro, esta se hace sin la parafernalia del armiño. El cetro manda o mandaba, pero eran otros los que ejecutaban la voluntad regia.
No siempre fue así, pues raptos ha habido muchos, tanto en la historia como en la mitología. Y hubo ocasiones que hasta la misma cabeza del poder participaba activamente en una actividad de secuestro. Al rapto era especialmente aficionado Zeus, que enamorado de jóvenes y doncellas, adoptaba las más diversas formas para irrumpir y llevarse su presa. Lo hizo disfrazado de toro para seducir a Europa en la playa de Sidón, o de Tiro, que los mitólogos no se ponen de acuerdo. La muchacha se acercó al bello animal, montó sobre su grupa y Zeus, con la presa sobre él, emprendió veloz carrera hacia el mar, en busca de Creta. Nada mejor que una isla para esconder el ansiado y hermoso trofeo, libre de la mirada de los curiosos
Pero no interesa aquí descifrar los amores de Zeus y Europa bajo la fuente de Cortina, ni tampoco enumerar su prole porque, al fin, después de la tormenta - el rapto- llegó la calma. Y es que en esto del amor, el dios era muy apasionado y no hacía distingos. En otra ocasión, Zeus, convertido en águila, se llevó al bello Ganímedes al Olimpo; por allí debe andar todavía el muchacho escanciando néctar y ambrosía.
Claro que el dios supremo no se detenía y bajaba y subía del Olimpo cuantas veces fuera, con nuevos trofeos para su particular colección. Su hermano Hades no le iba a la zaga y perdía también el seso y los sentidos por las jóvenes muchachas; lo hizo raptando a Perséfone o Proserpina -que tanto da- para llevársela al mundo subterráneo y dar origen al mito de la primavera y a los misterios de Eleusis.
No se por qué, pero al final, muchos de los secuestrados, acaban adoptando el síndrome de Estocolmo. Le pasó a la propia hija de Ceres, que ya no pudo desligarse del todo de los encantos, si es que los tenía, de Plutón.
El rapto siempre ha sido algo individual, más o menos como el robo. Pero también aquí hay excepciones. Si no, que se lo pregunten a las esposas e hijas de los sabinos, cuando los romanos, carentes de mujeres, decidieron llevárselas en masa.
Raptar es llevarse a alguien por la fuerza, en contra de su voluntad y esconderlo de las miradas de los demás. Hay algo de lujuria en el rapto, sobre todo en el de Cezanne: el hombre nos da la espalda, mientras se aleja con su presa, abandonada... Claro que también, a veces, se confunde rapto con fuga; al menos en algunas culturas el rapto y posterior huída de los amantes equivale a adviento de desposorios. En este caso no hay fuerza y sí voluntad, comunión o consentimiento de ambas partes. No parece, sin embargo, que hubiera acuerdo en el rapto de las hijas de Leucipo, rey de Mesenia, tal y como lo concibió Rubens, en una escena de violencia barroca y forzados escorzos. Los raptores fueron aquí Castor y Pólux, los "Dióscuros", esto es, los hijos de Zeus. Se ve que los jóvenes habían aprendido bien el oficio de su padre.
Y es que hay que andarse con mucho cuidado, que los dioses son muy caprichosos y tienen las mismas pasiones que nosotros, los humanos. Lo dice hasta el Génesis: "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza". Cuídemonos, no siendo que el día menos pensado seamos arrebatados y llevados, por vuelo de águila, a las cumbres del Olimpo.
Fotos: El rapto de los hijos de Leucipo, de Rubens. 1616-1618; El rapto de Proserpina, de Bernini y El rapto, de Paul Cezanne.
Estad atentos: Próxima entrega: Prender

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