Cuaderno del Este: Campanas y mallos (4)
FUERTES Y ERMITAS
(La espada y la cruz)
(La espada y la cruz)
Por José I. Martín Benito
Desde Jaca, una romería de vehículos busca la nieve en la antesala de Canfranc. Los automóviles han tomado el testigo al ferrocarril, mientras la gigantesca estación languidece a la espera de un nuevo uso y de una remodelación que no termina por llegar. Los viajeros la vieron desde el exterior y se les antojó una de esas grandes estaciones centroeuropeas que han visto en el celuloide.
En este Viernes Santo luce el sol. Pero hay restos de nieve helada en las calles, lo que se hace más frecuente a medida que la carretera se adentra en el interior de las montañas, en busca de Candanchú. Al doblar una curva, emerge, casi de golpe, la grandiosidad de las cumbres y de las laderas nevadas. En esta época del año el corazón de los Pirineos es de un blanco intenso, luminoso. Los rayos solares acentúan la blancura. Aquí acuden millares de turistas en busca de las sensaciones que les debe producir deslizarse por las inclinadas pendientes. Los viajeros estarán unas horas, el tiempo necesario para que Rodrigo recuerde de este periplo no sólo castillos y monasterios.
Tras una ligera subida de un kilómetro están en la cima de Somport. A las cinco de la tarde bajan el puerto y, como peregrinos a la inversa, buscan Borce, en la vertiente francesa. Beben con ansiedad el agua de una fuente, llenan sus botellas y se dirigen a la capilla de Santiago. A esas horas no se ven peregrinos. Tampoco asoman por allí los naturales del país. El pueblo está prácticamente vacío. Sólo algún turista despistado corre sus calles, mientras el cielo se ha ido tornando gris.
La vuelta hacia Jaca la harán por el largo túnel bajo el puerto. Antes de llegar a él descubrirán el fuerte de Portalet camuflado en el desfiladero del Aspe. Ahora está abandonado, pero otrora debió ser lugar estratégico, oculto en la montaña perforada. En la pared vertical asoman troneras con la roca como parapeto. Por un momento los viajeros recuerdan antiguos eremitorios (la oración, ya se sabe, no es incompatible con la espada). El fuerte, inaugurado en época de Napoleón III, fue utilizado como prisión en la última guerra mundial. La frontera natural que marcan los Pirineos se apuntaló con construcciones defensivas. Y es que tanto Francia como España se han vigilado mutuamente, recelosas de ser invadidas. Por eso en Jaca, como en Figueras, se edificó un sistema abalaurtado: la ciudadela. Los viajeros la bordean y se disponen a visitarla, pero llegarán tarde, en el momento de su cierre al público. No es hora de lamentase y deprisa buscarán la catedral, no vaya a ser... Pero, no, es víspera del Sábado de Gloria, por lo que entre fieles y turistas el templo está a rebosar. Otra cosa es el Museo Diocesano, que ese sí permanece cerrado. Los visitantes quieren llevarse una instantánea del cimborrio y por eso colocan cuidadosamente la cámara en exposición bajo la cúpula. Al advertirlo, una mujer se acerca y les recomienda introducir una moneda en el cepillo para que la catedral se ilumine. Artificios de la técnica.
En el vestíbulo del ayuntamiento jaqués hay tres campanas. El hijo de los viajeros señala la mayor y pregunta si allí también cortaron cabezas... La sombra del rey Ramiro es alargada.
Tras abandonar la ciudad y antes que el sol se oculte, se dirigen hacia la ruta del Serrablo. Remontando el curso del alto Gállego buscarán las iglesias. Todas ellas tienen cementerios anejos. Es probable que las perlas hayan permanecido por el aislamiento, que la economía de los montañeses no les daba para sustituirlas por otras de nueva fábrica.
Desisten los viajeros de hacer el trayecto de Oliván a Susin, pues el asfalto desaparece para convertirse en un camino carretero en donde la montura se resiste a seguir avanzando. Así que irán a Orós Bajo y desde aquí a Lárrede. En el camino se encuentran con la solitaria iglesia de San Juan de Busa. Es la hora del crepúsculo. Los visitantes corren el cerrojo y entran en el templo desnudo. Entre dos luces llegan a los pies de la restaurada San Pedro de Lárrede y casi al oscurecer a Satué. Sólo aquí les reciben los perros, acaso los únicos habitantes de estos parajes desolados; pero no, es tiempo vacacional y algún oriundo venido de Zaragoza o de Madrid se deja ver. De noche abandonan Satué y alcanzan Sabiñánigo, desistiendo ya del románico de Latas.
Desde Jaca, una romería de vehículos busca la nieve en la antesala de Canfranc. Los automóviles han tomado el testigo al ferrocarril, mientras la gigantesca estación languidece a la espera de un nuevo uso y de una remodelación que no termina por llegar. Los viajeros la vieron desde el exterior y se les antojó una de esas grandes estaciones centroeuropeas que han visto en el celuloide.
En este Viernes Santo luce el sol. Pero hay restos de nieve helada en las calles, lo que se hace más frecuente a medida que la carretera se adentra en el interior de las montañas, en busca de Candanchú. Al doblar una curva, emerge, casi de golpe, la grandiosidad de las cumbres y de las laderas nevadas. En esta época del año el corazón de los Pirineos es de un blanco intenso, luminoso. Los rayos solares acentúan la blancura. Aquí acuden millares de turistas en busca de las sensaciones que les debe producir deslizarse por las inclinadas pendientes. Los viajeros estarán unas horas, el tiempo necesario para que Rodrigo recuerde de este periplo no sólo castillos y monasterios.
Tras una ligera subida de un kilómetro están en la cima de Somport. A las cinco de la tarde bajan el puerto y, como peregrinos a la inversa, buscan Borce, en la vertiente francesa. Beben con ansiedad el agua de una fuente, llenan sus botellas y se dirigen a la capilla de Santiago. A esas horas no se ven peregrinos. Tampoco asoman por allí los naturales del país. El pueblo está prácticamente vacío. Sólo algún turista despistado corre sus calles, mientras el cielo se ha ido tornando gris.
La vuelta hacia Jaca la harán por el largo túnel bajo el puerto. Antes de llegar a él descubrirán el fuerte de Portalet camuflado en el desfiladero del Aspe. Ahora está abandonado, pero otrora debió ser lugar estratégico, oculto en la montaña perforada. En la pared vertical asoman troneras con la roca como parapeto. Por un momento los viajeros recuerdan antiguos eremitorios (la oración, ya se sabe, no es incompatible con la espada). El fuerte, inaugurado en época de Napoleón III, fue utilizado como prisión en la última guerra mundial. La frontera natural que marcan los Pirineos se apuntaló con construcciones defensivas. Y es que tanto Francia como España se han vigilado mutuamente, recelosas de ser invadidas. Por eso en Jaca, como en Figueras, se edificó un sistema abalaurtado: la ciudadela. Los viajeros la bordean y se disponen a visitarla, pero llegarán tarde, en el momento de su cierre al público. No es hora de lamentase y deprisa buscarán la catedral, no vaya a ser... Pero, no, es víspera del Sábado de Gloria, por lo que entre fieles y turistas el templo está a rebosar. Otra cosa es el Museo Diocesano, que ese sí permanece cerrado. Los visitantes quieren llevarse una instantánea del cimborrio y por eso colocan cuidadosamente la cámara en exposición bajo la cúpula. Al advertirlo, una mujer se acerca y les recomienda introducir una moneda en el cepillo para que la catedral se ilumine. Artificios de la técnica.
En el vestíbulo del ayuntamiento jaqués hay tres campanas. El hijo de los viajeros señala la mayor y pregunta si allí también cortaron cabezas... La sombra del rey Ramiro es alargada.
Tras abandonar la ciudad y antes que el sol se oculte, se dirigen hacia la ruta del Serrablo. Remontando el curso del alto Gállego buscarán las iglesias. Todas ellas tienen cementerios anejos. Es probable que las perlas hayan permanecido por el aislamiento, que la economía de los montañeses no les daba para sustituirlas por otras de nueva fábrica.
Desisten los viajeros de hacer el trayecto de Oliván a Susin, pues el asfalto desaparece para convertirse en un camino carretero en donde la montura se resiste a seguir avanzando. Así que irán a Orós Bajo y desde aquí a Lárrede. En el camino se encuentran con la solitaria iglesia de San Juan de Busa. Es la hora del crepúsculo. Los visitantes corren el cerrojo y entran en el templo desnudo. Entre dos luces llegan a los pies de la restaurada San Pedro de Lárrede y casi al oscurecer a Satué. Sólo aquí les reciben los perros, acaso los únicos habitantes de estos parajes desolados; pero no, es tiempo vacacional y algún oriundo venido de Zaragoza o de Madrid se deja ver. De noche abandonan Satué y alcanzan Sabiñánigo, desistiendo ya del románico de Latas.
En dirección a Huesca alcanzan el puerto nevado de Monrepós y bajan a la Hoya. Hay que reponer fuerzas para poder encarar al día siguiente el desafío de Alquézar, Barbastro y remontar el Isábena en busca de la Roda.
Fotos: Estación de Canfranc. Candanchú. Hospital de Borce (Francia). Fuerte de Portalet (Francia) y San Pedro de Lárrede.
Fotos: Estación de Canfranc. Candanchú. Hospital de Borce (Francia). Fuerte de Portalet (Francia) y San Pedro de Lárrede.
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