La Crónica de Benavente

vallesbenavente@terra.es

miércoles, enero 24, 2007

Cuaderno del Este: Campanas y mallos (5)

MÁRTIRES Y LIRIOS
Por José I. Martín Benito

Recuerdan los viajeros que la primera vez que tuvieron conocimiento de Roda de Isábena fue a través de las páginas de un semanario. Por él se enteraron que, perdida en el bajo Pirineo, había una catedral románica, con pinturas al fresco, Pantocrátor incluido. De ahí que cuando planificaron este viaje se propusieran acercarse a conocerla.
Antes irán a Alquézar y correrán la sierra de Guara por Abiego y Adahuesca. Los campos verdes y los frutales en flor preludian la explosión de la primavera. En Abiego son las diez de la mañana y la colegiata está cerrada, así que tendrán que conformarse con el exterior y seguir la carretera en busca del objetivo matutino.
El tajo del Vero aísla Alquézar por el naciente. Dicen las guías que estos parajes los descubrieron para el turismo los franceses, empeñados en bajar los cañones. Pero los forasteros no están para prácticas tan arriesgadas y buscarán adentrarse por los intestinos de la villa hasta alcanzar la acrópolis. En su recorrido les sale al encuentro la casa de Fabián, habilitada como museo etnográfico, pero en donde desentonan las baldosas de gres.
Cuando alcanzan la castrense cima y entran en la colegiata, no tañen las campanas. No lo harán en todo el recorrido, y eso que hasta aquí llegan también las leyendas de cabezas cortadas, servidas en delantales o en bandejas de plata. En el museo se detienen ante el retablo de Santa Quiteria, patrona de la rabia, la peste y la locura; cuenta su hagiografía que, habiendo consagrado su virginidad a Cristo y negándose a casar, su furioso padre la decapitó. La mártir recogió su cabeza, entró en la iglesia y se acostó para dejarse morir en el sarcófago. Maravilloso prodigio este de caminar con la cabeza bajo el brazo, como la que lleva el cántaro. Tal vez por ello, en el lugar de la decapitación brotó una fuente, lo que sólo debe ocurrir con la santidad, concluyen los viajeros, pues nada dicen las crónicas de manantial alguno en la campana del rey Ramiro, de lo que deducen que los nobles segados por el Monje no debían ser precisamente muy virtuosos. Por si fuera poco, en la sala hay también un lienzo de Salomé con el trofeo del Bautista. No serán los únicos mártires. En la torre exenta, relieve con las imágenes de Nonila y Alodia, las niñas del Somontano.
Cuando bajan de la fortaleza se pierden por las calles de la población y llegan a una placita recoleta desde donde sale una calle llamada de Zamora. Rodean la villa y se asoman al barranco para buscar una instantánea con la colegiata al fondo.
De Alquézar a Barbastro siguiendo el curso de un Vero encajado. Los lirios floridos crecen aquí silvestres y se asoman por docenas a las cunetas de la carretera. En la patria de los Argensola la catedral está cerrada y no abre hasta las seis de la tarde, por lo que los visitantes deciden poner rumbo a Graus, donde almorzarán, camino de Roda de Isábena. Muy cerca de Graus está Benavente de Aragón, pero los viajeros no se desviarán a pesar de la duda. El mimo en la restauración de Alquézar contrasta con el abandono de Graus. Las casonas se apuntalan o, simplemente, sucumben, a pesar de estar la villa declarada conjunto histórico. Si Ayerbe acogió la infancia de Ramón y Cajal, Graus vio los últimos años de Joaquín Costa, el ilustre pensador aragonés que, decepcionado de la política, se retiró a la paz de estos desiertos con sus doctos libros.
Los viajeros cruzan el Cinca y luego remontan el Isábena para llegar a Roda. El río se precipita y repta como una serpiente hacia el valle, dibujando meandros. Algunas gotas de lluvia mojan el parabrisas del automóvil, pero la marcha es tranquila. En uno de los recodos del camino divisan el caserío de la que fuera antigua sede episcopal. La villa se levanta sobre un promontorio con el fondo blanco de Monte Perdido. En Roda las casas son de piedra y las calles estrechas y limpias. Hasta aquí parece que también han llegado los fondos europeos: será que han cruzado los Pirineos y bajan río abajo, eso sí, con pereza, por lo que tardarán en llegar a Graus. En la plaza de la catedral se cuela tímidamente el sol, mientras que unos chiquillos la convierten en improvisado campo de fútbol para riesgo de los viandantes. A la villa llegan también los ecos del rey Ramiro, pues no en balde, aclamado por el pueblo y el clero, llegó a ser obispo electo de su catedral, si bien el metropolitano de Toledo prefirió consagrar a otro prelado que, sin embargo, no logró sentarse en la silla rodense. Al final, entre tiras y aflojas, Ramiro cambió la mitra por la corona y el báculo por el cetro y se fue a recoger la herencia de su Batallador hermano y a recolectar, en Huesca, levantiscas testas nobiliarias en la campana más grande que jamás viera reino alguno.
Fotos: Abiego; Alquézar; lirios; Roda de Isábena.

relojes web gratis