Relato de un legionario (3)
EL FRÍO DEL NORTE
Actium fue mi primera gran batalla. Previamente había acompañado a Octavio en la campaña de Iliria y después en la franja de Dalmacia y en la fortificación de Triestre; debió ser entre el 718 y 720 de la fundación. Yo me había alistado con veinticuatro años, acudiendo a la llamada de Augusto contra la amenaza de Sexto Pompeyo, el cual controlaba el mar, Sicilia y el grano. Pero mi vida de soldado se forjó sobre todo en Hispania, en la Legio X. Aquí llegué a finales del 724 con Estatilio Tauro, legado de Augusto. Las tribus de las montañas hacían constantes incursiones a las tierras llanas de los vacceos. Quizás ese fue el pretexto para iniciar lo que después de una larga y penosa guerra sería la conquista completa del territorio, aunque ignoro realmente para qué quería Roma aquellas agrestes y húmedas tierras del norte que nada producen. Alguna vez oí que allí había ricos metales, entre ellos oro. No sé si eso sería cierto. Mis compañeros y yo nunca lo vimos. Por contra, lo que sí pasamos fueron mil penalidades y mucho frío, un frío que cuando lo recuerdo hoy en mis cálidas tierras de Emerita todavía lo siento.
Allí en el norte se quedaron para siempre mis mejores camaradas. Luchábamos durante años contra un enemigo al que rara vez veíamos y que nos acosaba por sorpresa con armas arrojadizas. Con sus montañas como refugio, rehusaban el combate abierto, lo que desesperaba a los hombres y hasta al propio Octavio años más tarde, el cual había venido personalmente a dirigir las operaciones. Supimos que Augusto había caído enfermo y se había retirado a Tarraco. Por algún tiempo la moral de la tropa se resintió.
Pero decía que estos montañeses desconocen la disciplina militar y el arte de la guerra. En alguna ocasión pude presenciar, incluso, como miembros de una misma familia se habían quitado la vida antes de caer en nuestras manos, sabedores que tenían reservada la esclavitud. Hispania es indómita. Aún hoy, retirado en las ricas tierras de la vega emeritense y disfrutando de la pax romana, me asaltan temores y me despierto inquieto a media noche.
Allí en el norte se quedaron para siempre mis mejores camaradas. Luchábamos durante años contra un enemigo al que rara vez veíamos y que nos acosaba por sorpresa con armas arrojadizas. Con sus montañas como refugio, rehusaban el combate abierto, lo que desesperaba a los hombres y hasta al propio Octavio años más tarde, el cual había venido personalmente a dirigir las operaciones. Supimos que Augusto había caído enfermo y se había retirado a Tarraco. Por algún tiempo la moral de la tropa se resintió.
Pero decía que estos montañeses desconocen la disciplina militar y el arte de la guerra. En alguna ocasión pude presenciar, incluso, como miembros de una misma familia se habían quitado la vida antes de caer en nuestras manos, sabedores que tenían reservada la esclavitud. Hispania es indómita. Aún hoy, retirado en las ricas tierras de la vega emeritense y disfrutando de la pax romana, me asaltan temores y me despierto inquieto a media noche.
(Continuará...)
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