Relato de un legionario (1)
Mi nombre es Fabio Máximo Crispo. Hoy, en mi casa de Emerita, a los 57 años, presintiendo la llegada de la parca, me dispongo a dejar constancia de mi vida.
Nací en Roma allá por el año 690 de la fundación, en el seno de una familia de alfareros. Me crié con mi abuelo Valerio Fulvio y con mi madre Valeria Poncia, pues mi padre, Fabio Sabino, estuvo casi todo el tiempo a las órdenes de César y sólo lo veía cuando éste regresaba de sus campañas y celebraba sus triunfos en la ciudad. Mi padre fue un gran soldado de una de las alas de la caballería de la Legión XIII. Acompañó a César en Hispania contra los legados pompeyanos, Afranio, Petreyo y Varrón, en la campañas de Ilerda y de la Bética en el verano del 704. Al año siguiente, estuvo con César en Tesalia, derrotando a las tropas de Pompeyo en una clamorosa victoria en Farsalia.
Pompeyo pasó a Egipto, donde fue apresado y decapitado por los partidarios de su reina Cleopatra. Precisamente, si algo mal hizo César fue dejarse enredar por las argucias de Cleopatra, entre tanto iba alargando las promesas de reparto de tierras.
Ese era el sueño de mi padre, cultivar su propia tierra, pues cuando se casó con mi madre Poncia se vio envuelto de pronto en el oficio de la familia de mi abuelo. Acaso por escapar de él, decidió hacer fortuna enrolándose a las órdenes de César o acaso también porque confiaba mucho en el propio César.
Pero decía que todo empezó a complicarse con aquella diabólica mujer. Primero fue César y luego Antonio... y todo fue seguido de grandes males para la República. Los problemas siempre vienen del Oriente. No hablaré aquí de Cleopatra, pues su historia es bastante conocida...
Después de Egipto, a finales del 707, mi padre fue nuevamente a Hispania, esta vez persiguiendo a los hijos de Pompeyo. Hicieron el trayecto de Roma a Obulco en tan sólo veinte jornadas con un ejército de 40.000 hombres y en la primavera del 708 exterminaron a 30.000 pompeyanos. Después, los soldados de César arrasaron y saquearon las ciudades de Munda, Urso, Hispalis y Corduba. Se habló entonces de matanzas y de saqueos; mi padre nunca me dijo nada, quizás avergonzado, pero ahora, con distancia y después de haber servido durante casi quince años en la milicia, he de confesar que alguna vez, sin querer, me vi envuelto en uno de aquellos arrebatos de la tropa que siempre deploré.
(Continuará...)
Etiquetas: Relato de un legionario
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