Relato de un legionario (y 5)
BRIGECIO
Pronto se vio que la herida tardaba en curar por lo que fui trasladado a Brigecio, una pequeña ciudad de los astures a orillas del Astura que había caído en nuestras manos y donde los pocos habitantes que quedaban no se mostraban muy hostiles. Por entonces entablé amistad con una muchaca, Attia Maldua, hija de Attio Reburrino, comerciante de sagos y otros artículos. Gracias a ella pude avisar a Carisio de la llegada de tres columnas del ejército de los astures que preparaban, esta vez sí, un ataque en masa contra nuestros campamentos. Su padre había visto movimientos de tropas al norte de Asturica en uno de sus viajes comerciales. Carisio cayó sobre los astures y desbarató sus planes. Montaban éstos, según pude saber, aquellos caballos pequeños y fuertes, de los que hoy enviamos muchos a Roma. No son tan veloces como los caballos lusitanos que se crían en las riberas del Tajo, pero son más duros y resistentes.
Nuestras tropas, después de una lucha encarnizada, tomaron Lancia, donde se habían refugiado los derrotados. A pesar de su fama de cruel, Carisio no destruyó la ciudad, desoyendo a los soldados que reclamaban se le pegase fuego.
Permanecí todavía varios meses en Brigecio hasta que Carisio nos licenció a algunos soldados y nos concedió tierras a orillas del río Anas, en un lugar al que llamó en nuestro honor Emerita Augusta. Con motivo de la fundación acuñó monedas, en cuyo reverso iban aquellas terribles armas de los astures: la caetra, la falcata y la punta de la maldita lanza que me atravesó la pierna. Yo todavía debería haber permanecido varios años en el ejército, pero la herida sufrida en la escaramuza del Eria y el haber avisado al legado de la concentración de tropas enemigas que venían sobre nosotros, me valió el reconocimiento como veterano. La guerra tardaría todavía algún tiempo en concluir. Después de varios generales, tuvo que venir a Hispania Marco Agripa, el más experto militar romano.
Por entonces, Attia Maldua y yo, ya estábamos disfrutando de nuestra casa en la nueva colonia, donde comenzaba a levantarse la ciudad que pronto se convertiría en la capital de Lusitania. Cuando años después paseaba con mis dos hijos varones por el foro emeritense, no pude por menos de recordar lo que mi padre había dicho aquella mañana de las Idus de Marzo. Roma era para mí ya un recuerdo y el foro de Emerita me parecía lo más deslumbrante del mundo.
Fotos: Soldados con sagum. Puente sobre el río Anas (Mérida). Moneda de Carisio acuñada con motivo de la fundación de Mérida.
Por José I. Martín Benito
Pronto se vio que la herida tardaba en curar por lo que fui trasladado a Brigecio, una pequeña ciudad de los astures a orillas del Astura que había caído en nuestras manos y donde los pocos habitantes que quedaban no se mostraban muy hostiles. Por entonces entablé amistad con una muchaca, Attia Maldua, hija de Attio Reburrino, comerciante de sagos y otros artículos. Gracias a ella pude avisar a Carisio de la llegada de tres columnas del ejército de los astures que preparaban, esta vez sí, un ataque en masa contra nuestros campamentos. Su padre había visto movimientos de tropas al norte de Asturica en uno de sus viajes comerciales. Carisio cayó sobre los astures y desbarató sus planes. Montaban éstos, según pude saber, aquellos caballos pequeños y fuertes, de los que hoy enviamos muchos a Roma. No son tan veloces como los caballos lusitanos que se crían en las riberas del Tajo, pero son más duros y resistentes.
Nuestras tropas, después de una lucha encarnizada, tomaron Lancia, donde se habían refugiado los derrotados. A pesar de su fama de cruel, Carisio no destruyó la ciudad, desoyendo a los soldados que reclamaban se le pegase fuego.
Permanecí todavía varios meses en Brigecio hasta que Carisio nos licenció a algunos soldados y nos concedió tierras a orillas del río Anas, en un lugar al que llamó en nuestro honor Emerita Augusta. Con motivo de la fundación acuñó monedas, en cuyo reverso iban aquellas terribles armas de los astures: la caetra, la falcata y la punta de la maldita lanza que me atravesó la pierna. Yo todavía debería haber permanecido varios años en el ejército, pero la herida sufrida en la escaramuza del Eria y el haber avisado al legado de la concentración de tropas enemigas que venían sobre nosotros, me valió el reconocimiento como veterano. La guerra tardaría todavía algún tiempo en concluir. Después de varios generales, tuvo que venir a Hispania Marco Agripa, el más experto militar romano.
Por entonces, Attia Maldua y yo, ya estábamos disfrutando de nuestra casa en la nueva colonia, donde comenzaba a levantarse la ciudad que pronto se convertiría en la capital de Lusitania. Cuando años después paseaba con mis dos hijos varones por el foro emeritense, no pude por menos de recordar lo que mi padre había dicho aquella mañana de las Idus de Marzo. Roma era para mí ya un recuerdo y el foro de Emerita me parecía lo más deslumbrante del mundo.
Fotos: Soldados con sagum. Puente sobre el río Anas (Mérida). Moneda de Carisio acuñada con motivo de la fundación de Mérida.
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