El viaje del magistral (2)
PEREGRINOS
La aldea de Santa Marta es muy menguada. Apenas si la forman treinta casas, construidas de adobe y tapial, como son todas las de esta parte de la Riba de Tera. La iglesia es lo único que queda de lo que fue gran abadía y conserva varias reliquias de mártires, entre ellas la de la propia santa astorgana.
Esa tarde, en compañía del beneficiado del lugar, pude acercarme a ver, con vista de ojos, la marcha que llevaban las obras de la casa que su ilustrísima estaba construyendo a la vera del templo; todo en buena piedra de sillería y en donde los canteros estaban terminando de labrar los bustos de Su Majestad, el césar Carlos y de Su Santidad, el Papa Julio, que habrían de colocarse a ambos lados de las armas de su señoría reverendísima, don Pedro de Acuña y Avellaneda.
El beneficiado agradeció mucho nuestra compañía aquella noche, pues, según nos dijo, no eran corrientes las visitas y más en los fríos meses del invierno. Así que, terminada la inspección ocular a la casa del obispo, nos retiramos a la rectoral –no sin antes pasar por la iglesia y dar gracias a Santa Marta por haber realizado el viaje sin percance alguno. El cura nos agasajó con unas sopas de ajo, unos huevos con tocino y un vino del país.
Según nos relató, los inviernos en esta parte de la diócesis son fríos y húmedos, con nieblas persistentes, por lo que algunos de los caminantes que se atreven a viajar a Santiago en esta época del año, a menudo pierden la derrota y se extravían.
Fue el caso, refirió, de un peregrino que habiendo pasado la noche en un pajar del lugar, una nebulosa mañana emprendió la marcha rumbo a Sanabria y a eso de caer el sol retornó al lugar, sin saber que volvía; y así, durante tres días seguidos, por lo que, llegado a oídos del cura, le quiso tomar confesión, no siendo que tuviera alguna cuenta pendiente con Dios en aquel lugar. El peregrino, por no tener que decir la verdad, no quiso la administración del sacramento, lo que previno la desconfianza del cura, que comenzó a hacer averiguaciones. Según se supo luego, el supuesto peregrino no era tal, sino que no teniendo donde ir, y una vez que en Benavente había pasado por todas las casas de beneficencia, vino a recalar en Santa Marta, en donde pretendía pasar unas jornadas a cuenta de la caridad pública; que aquí, según nos dijo el beneficiado, siempre han dado hospitalidad a los peregrinos que van a visitar al señor Santiago.
Y es que, abusando de la buena voluntad de las gentes de este obispado, de un tiempo a esta parte se han dejado ver por los caminos que van hacia Galicia muchos hombres y mujeres de dudosa reputación, que viven de la caridad pública, cuando no los hay que tienden celadas a los caminantes en las fragosas subidas a los puertos de Foncebadón y Piedrafita.
Esa tarde, en compañía del beneficiado del lugar, pude acercarme a ver, con vista de ojos, la marcha que llevaban las obras de la casa que su ilustrísima estaba construyendo a la vera del templo; todo en buena piedra de sillería y en donde los canteros estaban terminando de labrar los bustos de Su Majestad, el césar Carlos y de Su Santidad, el Papa Julio, que habrían de colocarse a ambos lados de las armas de su señoría reverendísima, don Pedro de Acuña y Avellaneda.
El beneficiado agradeció mucho nuestra compañía aquella noche, pues, según nos dijo, no eran corrientes las visitas y más en los fríos meses del invierno. Así que, terminada la inspección ocular a la casa del obispo, nos retiramos a la rectoral –no sin antes pasar por la iglesia y dar gracias a Santa Marta por haber realizado el viaje sin percance alguno. El cura nos agasajó con unas sopas de ajo, unos huevos con tocino y un vino del país.
Según nos relató, los inviernos en esta parte de la diócesis son fríos y húmedos, con nieblas persistentes, por lo que algunos de los caminantes que se atreven a viajar a Santiago en esta época del año, a menudo pierden la derrota y se extravían.
Fue el caso, refirió, de un peregrino que habiendo pasado la noche en un pajar del lugar, una nebulosa mañana emprendió la marcha rumbo a Sanabria y a eso de caer el sol retornó al lugar, sin saber que volvía; y así, durante tres días seguidos, por lo que, llegado a oídos del cura, le quiso tomar confesión, no siendo que tuviera alguna cuenta pendiente con Dios en aquel lugar. El peregrino, por no tener que decir la verdad, no quiso la administración del sacramento, lo que previno la desconfianza del cura, que comenzó a hacer averiguaciones. Según se supo luego, el supuesto peregrino no era tal, sino que no teniendo donde ir, y una vez que en Benavente había pasado por todas las casas de beneficencia, vino a recalar en Santa Marta, en donde pretendía pasar unas jornadas a cuenta de la caridad pública; que aquí, según nos dijo el beneficiado, siempre han dado hospitalidad a los peregrinos que van a visitar al señor Santiago.
Y es que, abusando de la buena voluntad de las gentes de este obispado, de un tiempo a esta parte se han dejado ver por los caminos que van hacia Galicia muchos hombres y mujeres de dudosa reputación, que viven de la caridad pública, cuando no los hay que tienden celadas a los caminantes en las fragosas subidas a los puertos de Foncebadón y Piedrafita.
(Continuará...)
Etiquetas: El viaje del magistral
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