La Crónica de Benavente

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sábado, marzo 03, 2007

Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (y 5)

GERONA
Por José I. Martín Benito

Del Tera al Ter. Los hidrónimos serán parecidos, pero no así sus aguas. Al menos los viajeros vieron turbias las del segundo. Han cruzado el río por uno de los puentes peatonales que cosen a la ciudad nueva con el casco histórico y ponen rumbo a la zona de las torres. En uno de los extremos y en la parte baja, dos templos les esperan. San Nicolás y San Pedro de Galligants se dan la mano. Fuera ya del culto, el primero alberga una exposición temporal de vanguardia, en tanto que San Pedro, restaurado por la Diputación Provincial en el siglo XIX, contiene la colección arqueológica donada por los herederos de un coleccionista gerundense. La iglesia, hay que decirlo, sufrió la devastación y ruina provocada por el sitio de los franceses durante la Guerra de la Independencia y por la inundación del río. De poco valieron las defensas abalaurtadas que se hicieron tras la Paz de los Pirineos. El francés cruzó igualmente las montañas y se presentó en la ciudad. Lo demás, ya lo sabemos por las crónicas. Los sitios de Gerona, Zaragoza y Ciudad Rodrigo fueron acaso los más largos y heroicos de aquel conflicto.
En estas ensoñaciones estaban los viajeros cuando por la tarde han penetrado en la ciudad vieja, cansados del paseo matutino por los entresijos del castell de Sant Ferran. Son las cinco. Agotados, deciden hacer un alto para descansar. Lo encontrarán en los sombreados jardines que hay junto a San Pere, antes de visitar los llamados baños árabes. La verdad es que éstos de árabes tienen poco, pues cuando se construyeron Gerona era ya dominio de cristianos. Pero los ecos de las arquitecturas nos remiten al mundo hispano-musulmán, al alfiz y al arco de herradura. Los viajeros evocarán aquí los baños que un día encontraron en los sótanos de un palacio en Jaén, aunque nada de Aixa, Fátima y Marién, las tres morillas enamorizadas.
Después se encaminan en larga subida a la Catedral, tras la huella del códice que Emeterio y Ende ilustraron hace más de mil años en un monasterio tabarense. El esfuerzo de la larga escalera bien merecerá el Grial. Pero en su lugar sólo encontraron dos reproducciones facsimiladas, pues el original estaba guardado a cal y canto por el cabildo. Los visitantes tuvieron que conformarse con el resto del tesoro y recordar la lápida que los de Gerona regalaron a los de Tábara. Al menos, eso sí, pudieron contemplar el tapiz de la Creación, que se exhibe en una atmósfera de penumbra. Entienden que el ambiente es para que la luz no dañe al color de las telas, pero los viajeros le dan también su particular interpretación; en la soledad, a oscuras en aquella habitación, hasta que los ojos se van adaptando y descubriendo poco a poco la luz y los colores. Y recuerdan: “la tierra era soledad y el caos y las tinieblas cubrían el abismo...” (Gén. 1, 2). De la nada, de la sombra salió la luz. Al principio eran las tinieblas y el sumo hacedor fue insuflando claridad a las tierras y a las aguas. Hasta que la luz se hizo... Después buscarán la frescura del claustro, bajo el muro torreado.


Cuando salen de la catedral seguirán la huella de Sefarad en el Call dels Jueus, entre calles estrechas y empinadas con escaleras inacabables. No pueden por menos de recordar la judería de Hervás, recóndita en el valle del Ambroz, y se preguntan cuántas llaves de las aljamas hispanas conservarán aun los hijos de la Diáspora.
Gerona está limpia. Pocos cascos históricos han encontrado los viajeros tan inmaculados, sin desperdicios o papeles que perturben la contemplación de casas, rincones y palacios.
Aun tendrán tiempo de comprar unas sandalias, no las del pescador, que tanto Roma como Tierra Santa ni se divisan, por lo que será difícil caminar sobre las aguas; aunque esta provincia tenga la réplica del lago de Tiberiades en Bañolas.
La rambla hierve y con un calzado cómodo se disfruta mejor. Por ella iban, descubriendo tiendas y librerías, cuando de pronto se toparon, sin buscarla, con la Fontana d´Or, restaurado edificio donde se exhibe una muestra sobre la vida en los palacios de la Edad Media. La exposición se cierra a las nueve y faltan sólo diez minutos. Pero no tendrán dificultad para entrar. Está visto que los gerundenses quieren enseñar sus tesoros, que son muchos. Tímidas gotas de alguna nube pasajera mojan ligeramente el pavimento.
Todo ello se esconde tras cruzar el Ter desde la parte nueva de la ciudad. Rebasar esa barrera es un poco pasar también el Rubicón: una inmensa oportunidad se abre a la ambición de los soldados, en este caso armados sólo con sandalias y cámara en ristre, que el pilum lo dejaron en Ampurias. Cruzar el Ter es trasladarse en el tiempo, de la Gerona de ayer a la de hoy, donde el pasado y el presente conviven en armonía inacabada. Y así debe seguir siendo.



Foto: Río Ter a su paso por la ciudad. San Pere de Galligants. Beato de Gerona y Tapiz de la Creación.

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