Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (3)
LA MIRADA DE ESCULAPIO
Por José I. Martín Benito
Desde luego, los viajeros no ayunaron. Una cosa es la letra del villancico y otra muy distinta su propósito. Además, les espera una dura jornada que les llevará primero a las ruinas de Ampurias, luego hasta las del monasterio de San Pedro de Rodas y, más tarde, hasta Cadaqués, para lo cual se necesitan fuerzas. Entonces, por la mañana, ignoran lo que será cruzar el cabo de Creus, los recodos, las subidas y bajadas y, sobre todo, el intenso tráfico rodado de las siete de la tarde.
Es esta tierra de emporio comercial y no sólo por los tiempos que corren. De casta le viene al galgo. De Emporion, Ampurias y, de ésta, Ampurdán. Hace más de 2.500 años que los griegos de Focea se instalaron en una isla cercana a la costa del golfo de Rosas para comerciar con los indígenas. Siglos después desembarcaron los romanos. Sagunto fue la disculpa. Pero lo que estaba en juego era el dominio sobre Iberia. Así que fue aquí donde comenzó la conquista de Hispania. Poco podían sospechar en el lejano occidente las gentes de los castros galaicos y astures la que se le venía encima y que su destino comenzaba a forjarse con aquel desembarco. Y es que desde el mar llegan no sólo las galernas y el comercio, sino también la guerra y dicen que la civilización. Legiones enteras arribaron por mar o atravesaron primero los Alpes y luego los Pirineos. Tras los dos Escipiones vendrían los legionarios de Nobilior, Marcelo, Lúculo y Sertorio; también lo hicieron Pompeyo y César, pero estos más a debatir sus cuitas. Por último, Octavio y Carisio y, con ellos, la ocultación de tesoros y la traición de los brigecinos.
Hace sol y calor en Ampurias. Y mucha luz. Fuera del recinto algunos se refrescan en las aguas de un Mediterráneo intensamente azul. Regueros de visitantes llegan de tierras muy diversas e invaden aquellos espacios que un día tuvieron intensa actividad, para sumirse luego en un largo y desolado sueño. Los campos de soledad y los collados mustios renacieron de sus cimientos de la mano de la arqueología y hoy conforman el nuevo santuario, uno más de los que se esparcen por el Ampurdán. De nuevo, en la antigua ciudad grecorromana, exhumadas sus ruinas, sigue bullendo el comercio. Los actuales peregrinos dejan monedas en la tienda próxima al museo. Antes habrán recorrido lo que queda de las calles, casas y cisternas, bajo la atenta mirada de Esculapio.
Centro de peregrinación lo es también, ya se dijo, Figueras, vértice de un triángulo en torno al legado de Dalí, con Cadaqués y el castillo de Púbol. Los viajeros solo vieron uno. Llegaron a Cadaqués un viernes de agosto caída la tarde, pero era mucha la aglomeración de personas y vehículos. Lejos debía quedar el pueblo pequeño en el que se instalaron Gala y el pintor. Así que, sin bajar del automóvil, vieron y se marcharon, una vez más, en busca de las playas de Rosas, olvidándose por un rato de la carretera, del ruido y del gentío.
Los andarines han estado unas horas antes en Castelló de Ampurias y en un viejo monasterio. En el primero se detuvieron para comer y para visitar su casco antiguo. Hay allí una iglesia de tan grandes proporciones que los lugareños la llaman “la catedral” y así la anuncian, no sólo en los folletos turísticos, sino también en la pétrea placa de la puerta. En verdad nunca fue tal, pues Castelló jamás tuvo obispo ni cabecera de obispado. Dice la guía –una señora mayor que expende recuerdos del templo en el presbiterio, a la entrada del Museo- que el obispo se la llevó para Gerona. Y es que las capitales siempre han sido madrastras para sus hijos. Los visitantes abandonan el templo y la villa, en busca de San Pedro de Rodas, en algún lugar ignoto del cabo de Creus.
En el trayecto, en plena comarca de la Selva, le salen al paso los anuncios que recuerdan el pasado dolménico del territorio. Pero tendrán que escoger entre los megalitos y los capiteles. A las cinco de la tarde el sol aprieta todavía, por lo que lo mejor será buscar la sombra de los muros del viejo cenobio y dejar los escorpiones.
Sant Pére eleva sus torres que se recortan entre el mar y la montaña. El monasterio se ha remozado con los fondos europeos. No hay monjes, pero ahora ha surgido un nuevo punto de riqueza. Manadas de turistas se pierden por las laberínticas dependencias: invaden el claustro, penetran en la iglesia, suben al deambulatorio superior y bajan a la cripta. A la salida, casi de manera inevitable, pasan por la tienda. Los viajeros, por asociación, no pueden por menos de recordar Moreruela. No es la primera vez que lo hacen en la distancia. Pero en las riberas del Esla se ha invertido poco y el deterioro continúa.
De vuelta a Figueras se encontrarán con fiesta en la plaza. Varias decenas de personas se han congregado para bailar sardanas. Observan un buen rato. Atrás han quedado Ampurias, Castelló, Sant Pére de Rodas, el relámpago de Cadaqués y la playa de Rosas. La jornada ha sido agotadora. Son las doce y el retiro es obligado.
Desde luego, los viajeros no ayunaron. Una cosa es la letra del villancico y otra muy distinta su propósito. Además, les espera una dura jornada que les llevará primero a las ruinas de Ampurias, luego hasta las del monasterio de San Pedro de Rodas y, más tarde, hasta Cadaqués, para lo cual se necesitan fuerzas. Entonces, por la mañana, ignoran lo que será cruzar el cabo de Creus, los recodos, las subidas y bajadas y, sobre todo, el intenso tráfico rodado de las siete de la tarde.
Es esta tierra de emporio comercial y no sólo por los tiempos que corren. De casta le viene al galgo. De Emporion, Ampurias y, de ésta, Ampurdán. Hace más de 2.500 años que los griegos de Focea se instalaron en una isla cercana a la costa del golfo de Rosas para comerciar con los indígenas. Siglos después desembarcaron los romanos. Sagunto fue la disculpa. Pero lo que estaba en juego era el dominio sobre Iberia. Así que fue aquí donde comenzó la conquista de Hispania. Poco podían sospechar en el lejano occidente las gentes de los castros galaicos y astures la que se le venía encima y que su destino comenzaba a forjarse con aquel desembarco. Y es que desde el mar llegan no sólo las galernas y el comercio, sino también la guerra y dicen que la civilización. Legiones enteras arribaron por mar o atravesaron primero los Alpes y luego los Pirineos. Tras los dos Escipiones vendrían los legionarios de Nobilior, Marcelo, Lúculo y Sertorio; también lo hicieron Pompeyo y César, pero estos más a debatir sus cuitas. Por último, Octavio y Carisio y, con ellos, la ocultación de tesoros y la traición de los brigecinos.
Hace sol y calor en Ampurias. Y mucha luz. Fuera del recinto algunos se refrescan en las aguas de un Mediterráneo intensamente azul. Regueros de visitantes llegan de tierras muy diversas e invaden aquellos espacios que un día tuvieron intensa actividad, para sumirse luego en un largo y desolado sueño. Los campos de soledad y los collados mustios renacieron de sus cimientos de la mano de la arqueología y hoy conforman el nuevo santuario, uno más de los que se esparcen por el Ampurdán. De nuevo, en la antigua ciudad grecorromana, exhumadas sus ruinas, sigue bullendo el comercio. Los actuales peregrinos dejan monedas en la tienda próxima al museo. Antes habrán recorrido lo que queda de las calles, casas y cisternas, bajo la atenta mirada de Esculapio.
Centro de peregrinación lo es también, ya se dijo, Figueras, vértice de un triángulo en torno al legado de Dalí, con Cadaqués y el castillo de Púbol. Los viajeros solo vieron uno. Llegaron a Cadaqués un viernes de agosto caída la tarde, pero era mucha la aglomeración de personas y vehículos. Lejos debía quedar el pueblo pequeño en el que se instalaron Gala y el pintor. Así que, sin bajar del automóvil, vieron y se marcharon, una vez más, en busca de las playas de Rosas, olvidándose por un rato de la carretera, del ruido y del gentío.
Los andarines han estado unas horas antes en Castelló de Ampurias y en un viejo monasterio. En el primero se detuvieron para comer y para visitar su casco antiguo. Hay allí una iglesia de tan grandes proporciones que los lugareños la llaman “la catedral” y así la anuncian, no sólo en los folletos turísticos, sino también en la pétrea placa de la puerta. En verdad nunca fue tal, pues Castelló jamás tuvo obispo ni cabecera de obispado. Dice la guía –una señora mayor que expende recuerdos del templo en el presbiterio, a la entrada del Museo- que el obispo se la llevó para Gerona. Y es que las capitales siempre han sido madrastras para sus hijos. Los visitantes abandonan el templo y la villa, en busca de San Pedro de Rodas, en algún lugar ignoto del cabo de Creus.
En el trayecto, en plena comarca de la Selva, le salen al paso los anuncios que recuerdan el pasado dolménico del territorio. Pero tendrán que escoger entre los megalitos y los capiteles. A las cinco de la tarde el sol aprieta todavía, por lo que lo mejor será buscar la sombra de los muros del viejo cenobio y dejar los escorpiones.
Sant Pére eleva sus torres que se recortan entre el mar y la montaña. El monasterio se ha remozado con los fondos europeos. No hay monjes, pero ahora ha surgido un nuevo punto de riqueza. Manadas de turistas se pierden por las laberínticas dependencias: invaden el claustro, penetran en la iglesia, suben al deambulatorio superior y bajan a la cripta. A la salida, casi de manera inevitable, pasan por la tienda. Los viajeros, por asociación, no pueden por menos de recordar Moreruela. No es la primera vez que lo hacen en la distancia. Pero en las riberas del Esla se ha invertido poco y el deterioro continúa.
De vuelta a Figueras se encontrarán con fiesta en la plaza. Varias decenas de personas se han congregado para bailar sardanas. Observan un buen rato. Atrás han quedado Ampurias, Castelló, Sant Pére de Rodas, el relámpago de Cadaqués y la playa de Rosas. La jornada ha sido agotadora. Son las doce y el retiro es obligado.
Fotos: Ampurias, Castelló d´Empuries y monasterio de Sant Pére de Rodes.
Etiquetas: Cuaderno del Este, Nuevos santuarios
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