La Crónica de Benavente

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viernes, febrero 09, 2007

Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (2)

TEATRO DE LA MEMORIA
Por José I. Martín Benito

De Barcelona a Figueras por la A-7. Tienen prisa los viajeros en llegar al Ampurdán y por eso no se detendrán en el camino, a pesar de las incitaciones de la geografía y de la huella del hombre. De momento, han venido buscando la de Dalí y esa les espera en las tierras situadas al norte de Gerona.
El trayecto se hace largo por la intensidad del tráfico. La autopista está llena de camiones que se dirigen con sus mercancías al paso de la Junquera; pero también son muchas las caravanas de campistas que transitan esta mañana del mes de agosto. Como un alivio reciben los viajeros poder abandonar esta vía rápida y buscar los últimos kilómetros que les separan de Figueras por la antigua nacional. A mediodía entran en el Museo del Empordan, al que han confundido con el de Dalí. El personal les advierte que lo que buscan queda dos calles más arriba, pero que pueden pasar a ver una muestra sobre los años de formación del artista en la villa. Obedientes, lo hacen y no salen defraudados. Allí descubrirán, además de algunos libros ilustrados por el genio, los primeros pasos de un adolescente, a su maestro y a sus compañeros de las clases de pintura.
Para comer eligen un restaurante de comida rápida a la vera del antiguo Teatro de la ciudad, hoy sede del Museo, auténtico santuario daliniano. Cuando buscan la entrada se encontrarán un rosario de fieles que espera pacientemente la entrada al templo, en una cola serpenteante que se adapta a la sombra de las cuatro de la tarde. Los devotos parecen en su mayoría venidos del otro lado del Pirineo y del Canal de la Mancha: italianos, alemanes, ingleses... A los viajeros les da tiempo a entrar en la vecina iglesia de San Pedro, un ejemplar del gótico catalán, pero aquí no hay visitas. Una inmensa soledad llena las naves, en contraste con el bullicio y el ir y venir de los turistas del otro lado de los muros. Es el sino de los presentes tiempos y del poder de atracción de las nuevas reliquias, especialmente en el año del Centenario.
Cuando finalmente pueden penetrar en el Museo, se darán cuenta ciertamente de las coincidencias que éste tiene con una iglesia. Aquí se da cita la idea de espacio-camino con un escenario por presbiterio y un telón de fondo por retablo, todo bajo cristalina y diáfana cúpula. Los fieles podrán deambular por las naves laterales que, aquí, no son sino los pasillos de acceso a los antiguos palcos. Las imágenes se suceden por uno y otro lado y a distinta altura, todo guiado bajo los dedos invisibles del Creador y de su Musa. Y es que Gala está omnipresente: Tan pronto Dalí levanta la piel del mar para enseñarle el nacimiento de Venus, como transforma su rostro en múltiples esferas, para ascender finalmente a los cielos en el palacio del Viento.
El escenario es completo; incluso, en el exterior, los homenajes a Newton, Meissonier y Pujols, junto con la torre de televisores de Wolf Voster, parecen sustituir a las avenidas de las esfinges de los templos egipcios, a las estatuas alzadas sobre marmóreo pedestal de los santuarios helénicos o al tradicional cruceiro de los católicos Finisterres. A propósito de Meissonier, los visitantes se paran un buen rato a contemplar el pequeño cuadro que representa a un reflexivo Napoleón en un bosque, escoltado por un soldado de la guardia imperial, y se figuran la campaña española del Emperador en los últimos días de 1808 esperando cruzar el Esla para perseguir a los ingleses del general Moore en su retirada de La Coruña. Este óleo del pintor francés, junto a otros del Greco, de Gérard Dou o de Fortuny, forman parte del legado coleccionista de Dalí a su Teatro de la memoria. Con ello, el santuario enlaza la antigüedad con la modernidad.
Pero todo lugar santo que se precie, además de los objetos de culto, debe contar también con esos servicios auxiliares, donde los devotos podrán llevarse un recuerdo de su paso por el Museo. En Figueras, la tienda que expide productos dalinianos está situada estratégicamente a la salida, de modo que los visitantes se la toparán sin buscarla, amigo Sancho.
Cuando después de dos horas salen de la gruta santa y el color del cielo y de las calles les anuncian que queda aún mucho para la hora de los búhos, los viajeros deciden huir del calor y de las masas, buscando la suavidad vespertina en alguna de las playas que dibuja el golfo de Rosas. Fracasarán en el intento de levantar la piel al mare Nostrum.
Al regresar a Figueras son pasadas las diez de la noche. Hay que buscar un lugar para la cena. Lo encuentran en la Ronda de la Feria, en Can Punyetes. Los viajeros se disponen a degustar el pan con tumaca, la butifarra y la crema catalana y regarlo todo con un vino del país. Para probar la mejor crema cuentan al camarero que hay que ir a Casa Pepa, a Ferreruela de Tábara, en la Sierra de la Culebra. Pero ahora aquella serranía queda muy lejos y será mejor dejarse en paz de nostálgicas y gastronómicas ensoñaciones, que estamos en pleno Ampurdán y la tierra, como siempre, es la que manda. Así que, armados de cuchillo, tenedor y cuchara, traigamos a la mesa el villancico de Juan del Enzina:

Hoy comamos y bebamos
y cantemos y bailemos,
que mañana ayunaremos.
Fotos: Museo de Dalí, en Figueras (Gerona).

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1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Enhorabuena por este blog, que en realidad tiene más de periódico virtual. He disfrutado especialmente con esta entrada y con su primera parte, porque viví bastantes años en un pueblo cercano a Barcelona donde conservo muy buenos amigos y a donde voy cada vez que puedo. Acostumbrada a vivir en Madrid, Barcelona me pareció durante muchos años una "bella sin alma", una ciudad impecable pero encorsetada. Sin embargo, el paso de los años y ahora la distancia me enseñaron a apreciar lo que Ignacio ha sabido apreciar a la primera: su fascinante vida oculta tras unas formas aparentemente frías, una vida que periódicamente se desborda con una pasión que sólo quien ha vivido la ciudad hasta el fondo puede apenas explicar.

2:02 a. m.  

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