La Crónica de Benavente

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domingo, junio 08, 2008

El viaje del magistral (3)

LA TENTACIÓN DE LA CARNE
Por José I. Martín Benito

Contaría aquí lo que me sucedió en los años de mi mocedad, cuando acudí al sepulcro del santo apóstol de las Españas, pero no quisiera ahora distraer el recuerdo de mi viaje por las tierras de Riba de Tera y de la Polvorosa.
La vuelta hacia Astorga la hicimos por el camino de Benavente, remontando el curso de un río al que dicen Órbigo, que en esa época del año bajaba caudaloso.
Nada de particular nos sucedió en la media jornada que separa Santa Marta de Tera de la villa de Benavente, como no fuera el miedo que pasamos al subir a la barca en Santa Cristina, pues, como dije, el río bajaba con mucha furia e ímpetu, de lo cual las caballerías se alteraron en demasía y casi hicieron zozobrar la embarcación. Dios no lo quiso, pues si hubiera sido su voluntad hubiéramos caído al furioso río y arrastrados por la corriente a una muerte segura.
Benavente es villa condal y pertenece a la familia de los Pimentel, grandes de España. Aunque está muy cerca de nuestro obispado, en lo espiritual depende de los prelados de Oviedo, a pesar de la lejanía entre unas y otras tierras y de las altas montañas de León, nevadas en gran parte del año.
Como villa que está en el camino de la corte a Galicia y siendo, como he dicho, cabeza de condado, no es de extrañar que la vida sea bulliciosa y pasen por ella gentes de toda edad y condición, de lo que se sucede a veces gran quebranto, como nos ocurrió a nosotros.
Fue el caso que, hospedados en un mesón que está cerca de la puerta de Santa Cruz, Alonsillo comenzó a intimar con la lozana moza que nos servía la mesa, a la que conocía desde niña, pues era esta natural del lugar de Santibáñez de Vidriales, a menos de media legua de Tardemézar.
Esa noche Alonsillo no durmió en mi cuarto y, cuando a la mañana siguiente pregunté al mesonero, este me dijo que su criada se había marchado con mi mozo al rayar el alba, en una de las mulas que traíamos. Como inquirí que hacia dónde, el mesonero no supo decirme y a lo más se encogió de hombros. Hubo quien aseguró que habían tomado la dirección del camino real, lo cual no añadía mucho conforme a su destino, pues bien podrían haberse ido a Valladolid, a Madrid o, incluso, a la misma Salamanca. Al cabo de unos años supe que él acabó de rufián en la corte y ella de cortesana. Y es eso lo que tiene la humana naturaleza, que puede volver obtuso el seso de los hombres, pues siendo como era Alonsillo muchacho discreto y ejemplar, sucumbió a la tentación de la carne y, por ella, mudó de lugar, de vida y de costumbres.
Así que hallándome sólo, determiné no demorarme en demasía y hacer el camino de regreso a Astorga no sin cierta precaución.
Muy cerca del mesón en el que me alojé se encuentra la casa que el señor Alfonso Pimentel había levantado para los peregrinos que, por Benavente, pasan hacia Galicia a venerar los despojos del señor Santiago. Y llaman a esta casa Hospital de la Piedad, que es de buena fábrica, con primorosa labor en su fachada. Tiene este Hospital varios capellanes y algunos confesores entendidos en diversas lenguas, incluso en algarabía, pues son varios también los moriscos que desde las tierras de Valencia han hecho el viaje, para demostrar que su conversión a nuestra santa fe es sentida y sincera.

(Continuará...)

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