La Crónica de Benavente

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martes, julio 22, 2008

El viaje del magistral (6)

LA VIZANA
Por José I. Martín Benito

En Villabrázaro me detuve para entrar en la iglesia y dar gracias a Dios por estar a salvo. Encontré allí al beneficiado, al cual me presenté y referí los pormenores de mi viaje. Tan sorprendido quedó de mi periplo que se ofreció a acompañarme hasta Herreros, distante una legua y yo, por no hacerle disfavor y porque prefería la compaña a caminar en solitario, acepté.
En el trayecto el cura me refirió diversas historias de peregrinos y, bajando la voz, como para que no le oyesen, aunque en el camino no había nadie, me contó que la razón por la cual el conde de Benavente había levantado el Hospital de la Piedad, tenía que ver bastante por la necesidad de ponerse en paz con Dios tras cierto turbio asunto en el que se vieron envueltos los celos y la muerte. A pesar de mis preguntas, el beneficiado de Villabrázaro no quiso decir nada más; se santiguó, bajó la cabeza y comenzó a hablarme de lo menguado del beneficio y la escasez de las rentas de la fábrica de la iglesia; a pesar de lo cual, me socorrió con unas monedas para poder continuar mi viaje, haciéndole yo la promesa de que tan pronto llegara a Astorga le devolvería el dinero con el primer maragato que saliera por el camino real hacia la Corte.
Así se nos fue el tiempo hasta llegar a Herreros. El cura me indicó el camino que se dirigía a la venta de La Vizana, al lado de la puente sobre el río Órbigo, donde podría llegar para el almuerzo y continuar mi viaje hasta La Bañeza. Pero como el tramo era largo, de cuatro leguas, opté por no apresurar el paso y dormir esa noche en la venta, tal era el temor que tenía de viajar sólo y más en hora vespertina. Así que, dejando a un lado el propio lugar de Herreros, me encaminé hacia Maire, en el que tampoco entré, pues tenía puestos mis ojos en el paso del río y en un tranquilo y caliente almuerzo.
Los peligros no habían acabado. El tan renombrado puente no era más que un paso hecho de madera cubierto de rama y tierra, no más ancho que para el paso de una cabalgadura. Al pasarlo, la puente temblaba, mientras el río, crecido, furioso y hondo, amenazaba con arrastrarlo todo. Cuando me vi a salvo en la otra orilla, di gracias al cielo y muy presto entré en la venta.

(Concluirá...)

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