La Crónica de Benavente

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lunes, noviembre 10, 2008

El viaje del magistral (y 7)

EL MARAGATO
José I. Martín Benito

El lugar estaba muy concurrido, sobre todo por arrieros maragatos que, con sus reatas de mulas, hacían el camino de la Corte a Galicia y viceversa. Conocí a uno de ellos, natural de Santiago Millas, que es lugar cerca de Astorga, al cual referí mi viaje sentados junto al fuego y dando buena cuenta de unas exquisitas truchas, que aquí, en las aguas cristalinas de estos ríos, se crían sonrosadas y hermosas.
El maragato, que vestía unos calzones muy anchos, de manera que en cada pernil cabría media fanega de trigo, me dio un trato sencillo y me previno acerca de los peligros de los caminos. Él nunca viajaba sólo, sino que lo hacía con tres o cuatro paisanos, que “el andar errante –como lo hacían ellos en buena parte del año- requería la ayuda y la asistencia de otros, pues los recodos y los montes están a veces atestados de bandoleros que, a la menor, le rajan a uno en canal, por quitarle hasta el sombrero”, decía. Y en eso, se tocó el que le cubría la cabeza, que era de elevado pico, de manera que parecía un embudo. Y me contó que, en cierta ocasión, aún yendo él y otros tres compañeros juntos por El Cebreiro, tuvieron que hacer frente a unos tantos bandidos que se le abalanzaron, de lo cual él mismo le había dado de cuchilladas a uno de ellos, de tal guisa que lo dejó malherido y medio muerto.
Y es que estos maragatos venden cara su alma y su cuerpo; que, aunque son temerosos de Dios, no se confiesan –tal vez por estar mucho tiempo fuera de su tierra, de sus deudos y de las obligaciones de la Santa Madre Iglesia; y, aunque son pequeños de cuerpo y, en apariencia gentes dóciles y de mucha verdad e ingenuidad, en defendiendo sus mercadurías no hay vizcaíno ni murciano que con ellos pueda.
Esa tarde determiné quedarme en la venta, que como el día era corto y viajaba sólo, no quería tentar más la suerte.
A la mañana siguiente, temprano, salí para La Bañeza, que está a tres leguas de La Vizana. Pasé por Alija, que es villa de la casa del Infantado, y sin detenerme, atravesé los pueblos de Genestasio, Quintana, La Nora, Laveanos, Villanueva de Jamuz, San Juan y San Martín de Torres y Cebrones, llegando antes del mediodía a La Bañeza. Y en llegando a este lugar, me sentí como en casa, pues me dirigí a la del arcipreste Quintana, al que conocía de mis tiempos del seminario y allí pasé la noche.
Me detuve en esta villa dos días, lo que aproveché para descansar de los sobresaltos del camino, en especial de la mala experiencia de Mosteruelo; así que, con tiempo, pude visitar el convento de carmelitas descalzos y venerar la imagen santísima de Nuestra Señora del Carmen, que es de las más hermosas y devotas que tiene esta religión.

***
Hoy, cuando la parca me ronda, los recuerdos se hacen vivos y descubro, como si fuera ayer, el rostro de Su Majestad en el medallón de la casa de los obispos de Santa Marta; y la humilde cabaña –para mí palacio- del pastor que me acogió la noche de mi infortunio. Y veo también a Alonsillo y a su aguerrida moza en el mesón de Benavente; y todavía siento un escalofrío al cruzar un río, acordándome del tambaleante puente de La Vizana. Distingo asimismo las facciones del beneficiado de Villabrázaro y del arcipreste de la Bañeza; en cambio, no recuerdo el rostro del maragato y sí, en cambio, su sombrero.

En Astorga, 7 días del mes de diciembre del año del Señor de 1575.
Yo, Baltasar de Zúñiga, canónigo magistral de su catedral. Dios me perdone. Amén.

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