Cuaderno napolitano (y 3)
BAHÍA, MERCADO Y BULLICIO
Por José I. Martín Benito
Bajan los viajeros desde la Piazza Garibaldi a la del Municipio por el Corso Umberto I. La mañana es corta y por eso han decidido hacer el trayecto en autobús. La calle es un mercado continuo de puestos callejeros, como ya advirtieron la tarde de su llegada. Desde aquel rodante mirador, observarán que cualquier lugar a lo largo de las aceras es bueno para instalar un muestrario de bolsos, bisutería, gafas, cinturones, gorras, perfumes, artesanía africana o libros de ocasión. De estos últimos, los viajeros sólo vieron un puesto, pero no por ello deducirán que los napolitanos son poco amantes de la lectura, que las apariencias engañan. Puestos callejeros de viejos libros vieron también en el Trastevere y en las plazas de la Repubblica y del Cinquecento, junto a las Termas de Diocleciano, poco transitados, es cierto, pero no por eso se dirá que los romanos no leen. En el Trastevere encontraron los viajeros dos guías de España, una de los años sesenta del pasado siglo y otra más antigua, escrita por Edmundo de Amicis, que visitó el país a principios de la centuria.
Pero estábamos en Nápoles, así que dejemos a los romanos, “aunque oímos o leímos sus historias”. Decíamos que la avenida es un mercado al aire libre. En verdad, por lo que llevan visto, diríase que toda la ciudad lo es. La actividad mercantil contribuye al ruido y al bullicio. Pasan automóviles y motocicletas y por doquier se oyen bocinas y sirenas. ¡Ruidosa y ajetreada Nápoles! Sobre la bahía, un volcán duerme, pero la gente está plenamente despierta, en una interminable “joie de vivre”.
Los viajeros se dirigirán primero al Castel Nuovo para cruzar el umbral del arco de triunfo del aragonés Alfonso. Subirán a la azotea y allí contemplarán, casi a vista de pájaro, la populosa ciudad, el puerto y la silueta borrosa del Vesubio. Luego dirigirán sus pasos a la capilla palatina, a la sala grande o de los barones, hoy convertida en salón de plenos del Consiglio comunale. Tras pasear las salas del Museo cívico, salen del castillo con dirección a la Piazza del Plebiscito, la más vasta y monumental de la ciudad. Allí da la fachada del Palazzo Real, enfrentada a la iglesia de San Francisco de Paula, que pretende ser aquí, en el Sur, una réplica del Panteón de Agripa.
El templo está escoltado por dos estatuas ecuestres que miran al palacio. Los jinetes no llevan nombre, pero pronto los viajeros reconocen en uno de ellos las facciones de un joven Carlos III, que fue rey de Nápoles antes que la muerte de su padre le obligara a cambiar de trono y tomar los asuntos de España. El rey debe ser muy conocido aquí, pues el pedestal sobre el que se levanta la estatua, erigida por Antonio Cánova, carece de inscripción que la identifique. No obstante, algunos grafiteros se han encargado de suplir el olvido oficial y en los balaustres que rodean el podium han escrito varias veces en italiano: Carlo III.
Advierten los viajeros que el pasado español está aún presente en la ciudad. Y no sólo por el rey Carlos, o por el arco de Alfonso el Magnánimo empotrado en el Castel Nuovo. Lo piensan también por el entramado urbano. Ya se dijo que uno de las arterias principales lleva el nombre de Vía Toledo, llena de negocios de cualquier género. Convendrá consignar que la denominación no es por la ciudad del Tajo, sino por el virrey Pedro de Toledo, que promovió la expansión urbana de la Nápoles del Quinientos. El nomenclátor se encarga de ligar el presente con la historia. Por allí anda también el Quartiere degli spagnoli (Barrio de los españoles) o la Rua Catalana.
Con tanta evocación, recordarán que por aquí estuvo también de virrey don Juan Alfonso Pimentel, VIII conde de Benavente, el cual mandó trazar la Via de Poggio Reale, construyó varios puentes y contribuyó al embellecimiento, higiene y salubridad de la ciudad con múltiples fuentes. No podrán olvidar tampoco que desde Nápoles enviaba sus lienzos a España José Ribera, el Spagnoleto.
Pero la historia continua, eso sí, sin perder las raíces. Los viajeros llegaron a la ciudad de Campania en busca de Pompeya, pero se irán también con recuerdos de sabor español. En la Piazza Garibaldi un gran cartel anuncia una exposición de Velázquez en el Museo di Capodimonte. No la verán. Los días son contados, así que tendrán que decidir. Además, la obra velazqueña la ven a menudo en el Prado, y la vieron también, muy completa, en la retrospectiva de 1988. Es por ello por lo que no dudarán entre la muestra de Capodimonte o el Museo Arqueológico Nacional, con las esculturas del cardenal Farnese.
Pero estábamos en Nápoles, así que dejemos a los romanos, “aunque oímos o leímos sus historias”. Decíamos que la avenida es un mercado al aire libre. En verdad, por lo que llevan visto, diríase que toda la ciudad lo es. La actividad mercantil contribuye al ruido y al bullicio. Pasan automóviles y motocicletas y por doquier se oyen bocinas y sirenas. ¡Ruidosa y ajetreada Nápoles! Sobre la bahía, un volcán duerme, pero la gente está plenamente despierta, en una interminable “joie de vivre”.
Los viajeros se dirigirán primero al Castel Nuovo para cruzar el umbral del arco de triunfo del aragonés Alfonso. Subirán a la azotea y allí contemplarán, casi a vista de pájaro, la populosa ciudad, el puerto y la silueta borrosa del Vesubio. Luego dirigirán sus pasos a la capilla palatina, a la sala grande o de los barones, hoy convertida en salón de plenos del Consiglio comunale. Tras pasear las salas del Museo cívico, salen del castillo con dirección a la Piazza del Plebiscito, la más vasta y monumental de la ciudad. Allí da la fachada del Palazzo Real, enfrentada a la iglesia de San Francisco de Paula, que pretende ser aquí, en el Sur, una réplica del Panteón de Agripa.
El templo está escoltado por dos estatuas ecuestres que miran al palacio. Los jinetes no llevan nombre, pero pronto los viajeros reconocen en uno de ellos las facciones de un joven Carlos III, que fue rey de Nápoles antes que la muerte de su padre le obligara a cambiar de trono y tomar los asuntos de España. El rey debe ser muy conocido aquí, pues el pedestal sobre el que se levanta la estatua, erigida por Antonio Cánova, carece de inscripción que la identifique. No obstante, algunos grafiteros se han encargado de suplir el olvido oficial y en los balaustres que rodean el podium han escrito varias veces en italiano: Carlo III.
Advierten los viajeros que el pasado español está aún presente en la ciudad. Y no sólo por el rey Carlos, o por el arco de Alfonso el Magnánimo empotrado en el Castel Nuovo. Lo piensan también por el entramado urbano. Ya se dijo que uno de las arterias principales lleva el nombre de Vía Toledo, llena de negocios de cualquier género. Convendrá consignar que la denominación no es por la ciudad del Tajo, sino por el virrey Pedro de Toledo, que promovió la expansión urbana de la Nápoles del Quinientos. El nomenclátor se encarga de ligar el presente con la historia. Por allí anda también el Quartiere degli spagnoli (Barrio de los españoles) o la Rua Catalana.
Con tanta evocación, recordarán que por aquí estuvo también de virrey don Juan Alfonso Pimentel, VIII conde de Benavente, el cual mandó trazar la Via de Poggio Reale, construyó varios puentes y contribuyó al embellecimiento, higiene y salubridad de la ciudad con múltiples fuentes. No podrán olvidar tampoco que desde Nápoles enviaba sus lienzos a España José Ribera, el Spagnoleto.
Pero la historia continua, eso sí, sin perder las raíces. Los viajeros llegaron a la ciudad de Campania en busca de Pompeya, pero se irán también con recuerdos de sabor español. En la Piazza Garibaldi un gran cartel anuncia una exposición de Velázquez en el Museo di Capodimonte. No la verán. Los días son contados, así que tendrán que decidir. Además, la obra velazqueña la ven a menudo en el Prado, y la vieron también, muy completa, en la retrospectiva de 1988. Es por ello por lo que no dudarán entre la muestra de Capodimonte o el Museo Arqueológico Nacional, con las esculturas del cardenal Farnese.
Grecia y Roma en Campania. Hércules, el Toro y el mundo helenístico. Y una espléndida galería de retratos. De entre todos, destaca el colosal de Vespasiano, digno de su vasta obra: el anfiteatro Flavio. La serie de Marco Aurelio refleja la evolución del joven al maduro emperador; la frente despejada de Julio César, la firme decisión del paso del Rubicón; la rizada barba y el gesto severo de Caracalla, la extensión de la ciudadanía...
Roma en Campania. Campania en la Magna Grecia y España en Nápoles. Crisol de luces y colores en la paleta mediterránea. Azulada bahía. Mercado y pintura, tráfico volcánico, jinetes, fuentes y corceles. Aceras y motocicletas. Ruidos y fachadas desvencijadas. Bulliciosa Nápoles.
Roma en Campania. Campania en la Magna Grecia y España en Nápoles. Crisol de luces y colores en la paleta mediterránea. Azulada bahía. Mercado y pintura, tráfico volcánico, jinetes, fuentes y corceles. Aceras y motocicletas. Ruidos y fachadas desvencijadas. Bulliciosa Nápoles.
Foto: Castell Nuovo, Carlo III y Toro Farnesio (Nápoles).
Etiquetas: Cuaderno del Este, Cuaderno napolitano
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home