Crónicas galas (2)
CRÓNICA CHARENTIENSE
José Ignacio Martín Benito
José Ignacio Martín Benito
En el camino de Nantes, los viajeros tienen puesto el objetivo en Saintes. Han venido hasta aquí buscando un arco de triunfo y un anfiteatro, pero se llevarán algo más. Al final de la jornada, dejan escrita una reflexión en el libro del Museo Arqueológico: Roma dio armazón a la cultura de una Europa unida, desde Córdoba a Londres, desde Mérida a Saintes, desde el Órbigo a la Charante. En Mediolanum hay epígrafes y retratos que recuerdan a los legionarios de la Legio XIV Gemina, como en Petavonium o en León pervive la memoria de los legionarios de la X.
Después de visitar el Museo, los visitantes sacan sus propias conclusiones y, en las esculturas romanas, encuentran el antecedente de la plástica románica de los talleres de León o Santiago. Estamos, no hay que olvidarlo, en los caminos de Finisterre, ya sea el galaico o del Bretaña. Los caminantes van y vienen, llevan y traen, se marchan y se quedan.
El cielo está gris cuando bajan del automóvil en la plaza del palacio de Justicia. Allí se dieron de frente con el monumento a la Gran Guerra. El nombre de los caídos se grabó en la piedra para recuerdo de las generaciones venideras. Otro tanto pasó en las estelas del Museo Arqueológico. Sus deudos quisieron que el recuerdo del difunto permaneciera en la memoria de los siglos. Y así debe seguir siendo.
Otros buscan despertar la memoria renovando los ritos. En el orbe católico se celebra hoy el Domingo de Ramos. También en Saintes. En la catedral de San Pierre hay misa mayor, presidida por el obispo y su cabildo. Aquí no hay laurel, ni tampoco palmas, que estamos en clima atlántico, pero no por eso faltan los ramos y los cánticos. Los fieles levantan las ramitas de .... en una catedral abarrotada. Un cartel en la entrada anuncia un concierto de órgano para las siete de la tarde. Los viajeros esperan estar entonces camino de Nantes y no se plantean sacar la entrada que venden en el atrio de la catedral.
Roma les espera al lado de la Charante en forma de arco de triunfo. El museo tardará todavía dos horas en abrirse, por lo que deciden encaminarse a la abadía de las Damas y visitar la iglesia de Nuestra Señora. En la recargada portada encuentran temas comunes en la iconografía románica, que se repiten también al otro lado de los Pirineos. Y es que, ya se ha dicho, los caminos son muchos y los caminantes más. En la abigarrada decoración descubren un águila que pica el costado a un hombre desnudo, estremecido de dolor: un sufrimiento prometeico y eterno para aquellos que desafían a los dioses.
Los viajeros no quieren desafiar a nadie, mucho menos al tiempo. Son pasadas las doce del mediodía y quieren aprovechar al máximo su estancia en la villa. Por eso buscarán el anfiteatro galo-romano. El silencio de este lugar contrasta con lo que un día debió ser el espectáculo de gritos y de ruido de la ciudad romana. El cielo se ha tornado más gris y alguna gota de lluvia moja la hierba de la cavea. Como un relámpago pasan por el recuerdo de los visitantes Mérida y Segóbriga, Alcudia, Tarraco, Pompeya y hasta el propio Coliseo.
Aún tendrán tiempo para subir hasta San Eutropio y bajar a su cripta, donde se guarda el sarcófago del primer obispo de la Saintonge. Los viajeros no saben si guardará o no las reliquias del santo griego, pero en la tapa de la pétrea caja va inscrito el nombre del evangelizador. Luego sabrán que no, que los restos reposan en relicarios de la iglesia alta.
Son cerca de las tres de la tarde y es preciso hacer un alto para ocuparse frugalmente del cuerpo. El retrato de Augusto les espera en el Museo y los restos de las termas en las cercanías del cementerio de San Viviano. En este último lugar los viajeros encontraron la tumba del antiguo propietario del solar que, en 1905, se mandó enterrar en un mausoleo para la ocasión. El monumento está rematado por una alegoría del Tiempo, pero este, como se sabe, pasa muy rápido y deja su huella en las obras de los hombres. Desvencijado y herido, el mausoleo se ha integrado con los romanos muros, mientras el Tiempo, reflexivo, se interroga sobre sí mismo y la pervivencia de la antigua memoria.
Después de visitar el Museo, los visitantes sacan sus propias conclusiones y, en las esculturas romanas, encuentran el antecedente de la plástica románica de los talleres de León o Santiago. Estamos, no hay que olvidarlo, en los caminos de Finisterre, ya sea el galaico o del Bretaña. Los caminantes van y vienen, llevan y traen, se marchan y se quedan.
El cielo está gris cuando bajan del automóvil en la plaza del palacio de Justicia. Allí se dieron de frente con el monumento a la Gran Guerra. El nombre de los caídos se grabó en la piedra para recuerdo de las generaciones venideras. Otro tanto pasó en las estelas del Museo Arqueológico. Sus deudos quisieron que el recuerdo del difunto permaneciera en la memoria de los siglos. Y así debe seguir siendo.
Otros buscan despertar la memoria renovando los ritos. En el orbe católico se celebra hoy el Domingo de Ramos. También en Saintes. En la catedral de San Pierre hay misa mayor, presidida por el obispo y su cabildo. Aquí no hay laurel, ni tampoco palmas, que estamos en clima atlántico, pero no por eso faltan los ramos y los cánticos. Los fieles levantan las ramitas de .... en una catedral abarrotada. Un cartel en la entrada anuncia un concierto de órgano para las siete de la tarde. Los viajeros esperan estar entonces camino de Nantes y no se plantean sacar la entrada que venden en el atrio de la catedral.
Roma les espera al lado de la Charante en forma de arco de triunfo. El museo tardará todavía dos horas en abrirse, por lo que deciden encaminarse a la abadía de las Damas y visitar la iglesia de Nuestra Señora. En la recargada portada encuentran temas comunes en la iconografía románica, que se repiten también al otro lado de los Pirineos. Y es que, ya se ha dicho, los caminos son muchos y los caminantes más. En la abigarrada decoración descubren un águila que pica el costado a un hombre desnudo, estremecido de dolor: un sufrimiento prometeico y eterno para aquellos que desafían a los dioses.
Los viajeros no quieren desafiar a nadie, mucho menos al tiempo. Son pasadas las doce del mediodía y quieren aprovechar al máximo su estancia en la villa. Por eso buscarán el anfiteatro galo-romano. El silencio de este lugar contrasta con lo que un día debió ser el espectáculo de gritos y de ruido de la ciudad romana. El cielo se ha tornado más gris y alguna gota de lluvia moja la hierba de la cavea. Como un relámpago pasan por el recuerdo de los visitantes Mérida y Segóbriga, Alcudia, Tarraco, Pompeya y hasta el propio Coliseo.
Aún tendrán tiempo para subir hasta San Eutropio y bajar a su cripta, donde se guarda el sarcófago del primer obispo de la Saintonge. Los viajeros no saben si guardará o no las reliquias del santo griego, pero en la tapa de la pétrea caja va inscrito el nombre del evangelizador. Luego sabrán que no, que los restos reposan en relicarios de la iglesia alta.
Son cerca de las tres de la tarde y es preciso hacer un alto para ocuparse frugalmente del cuerpo. El retrato de Augusto les espera en el Museo y los restos de las termas en las cercanías del cementerio de San Viviano. En este último lugar los viajeros encontraron la tumba del antiguo propietario del solar que, en 1905, se mandó enterrar en un mausoleo para la ocasión. El monumento está rematado por una alegoría del Tiempo, pero este, como se sabe, pasa muy rápido y deja su huella en las obras de los hombres. Desvencijado y herido, el mausoleo se ha integrado con los romanos muros, mientras el Tiempo, reflexivo, se interroga sobre sí mismo y la pervivencia de la antigua memoria.
Fotos. Saintes: Anfiteatro; arco de triunfo; catedral de S. Pierre; busto de Augusto en el Museo y monumento funerario con alegoría del Tiempo.
Etiquetas: Crónicas galas
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