La Crónica de Benavente

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domingo, abril 30, 2006

Crónicas menorquinas (III)

MOLINOS
por José I. Martín Benito


La primera vez que los viajeros se toparon con un molino de viento en las Baleares fue en Es Mercadal. En aquel momento ignoraban que aquella construcción formaba parte del otrora paisaje económico de las islas. Imposible no asociar la imagen a los molinos manchegos y a las aventuras cervantinas.
El de Es Mercadal preside un restaurante al lado de la carretera general que comunica Mahón con Ciudadela. A los viajeros le pareció algo curioso y lo registraron con la cámara. Luego verían otro en la ciudad del norte y entonces comenzaron a intuir que aquellos ingeniosos artilugios no estaban allí para reclamo de los turistas.
Pero cuando realmente tomaron consciencia de la importancia de los molinos fue a su llegada a Palma. En el paseo marítimo cuatro gigantes extienden sus brazos, a la espera de ser mecidos por el viento que viene desde la bahía. Tres de ellos permanecen vivos, al menos en su aspecto externo, en tanto el cuarto, con las aspas y la techumbre caídas, indica que su función terminó hace mucho tiempo.
La llanura mallorquina, desde Palma hasta Algaida y Monturi, se puebla de molinos. Los hay a decenas, formando agrupaciones. En conjunto, son varios centenares. Unos circulares, otros de planta cuadrada. Cuando las aspas han desaparecido y solo queda la estructura, se parecen a torres ancladas en la planicie, como si de un gran tablero de ajedrez se tratara. Desprovistos de sus alas -que son aquí las aspas- parecen torres vigías de la costa trasladadas al interior.
En cualquier caso, la mayor parte de estas singulares construcciones están desvencijadas, vencidas por la edad: destartaladas unas, en ruinas otras. Da la impresión que una descomunal batalla ha tenido lugar entre un ejército de caballeros andantes y estos gigantes aspados, con desigual suerte para estos. No quedan restos de la contienda, pero algunos parece que sólo sufrieron algún rasguño, mientras que la inmensa mayoría debió sufrir con desgarro la acometida de los furibundos jinetes.
Y es que, en efecto, la llanura se semeja a un paisaje después de la batalla o, si se prefiere, a las huellas del paso de un huracán, que con gran ímpetu y fuerza se ha llevado las aspas por los aires. Quien sabe si algún encantador no hizo que los propios molinos crearon el viento de su propia destrucción.
Pero los visitantes desconocen aquí la fuerza de Eolo y del Céfiro y tampoco han oído hablar de mágicos encantamientos. Así que deberán volver los ojos a la realidad y lamentarse por estos campos de cereal, que vieron en otro tiempo batir las alas en pro de la molienda.
Los desgarrados molinos baleáricos, al menos los de Mallorca, son la imagen de la decadencia, no de la isla –que esta se muestra dinámica-, sino la de una economía agrícola que desapareció o cedió el paso a la llegada del “milagro turístico”.
Los otrora gigantes han sido vencidos pues por el paso del tiempo, sí, pero también por los nuevos modelos económicos que han transformado, para bien o para mal, la imagen de la isla.
Desconocen los visitantes si el Govern Ballear o el Consell Insular le han conferido a estas construcciones algún tipo de protección. Pero, a tenor de su aspecto, lo dudan. De no ser así, bien harían en hacerlo, antes que se termine desmoronando el último de ellos.
Los viajeros no pueden por menos de evocar los palomares, que en la Tierra de Campos, de donde vienen, son legión, como aquí los molinos, y en donde unos y otros parecen haber entrado en un largo sueño del que no despertarán.
Foto: Molinos de viento destartalados en las proximidades del aeropuerto de Son Sant Joan (Mallorca).

viernes, abril 21, 2006

El blog en el mundo

LAS CRÓNICAS Y EL "CUADERNO DEL ESTE"

Este blog surgió el 1 de febrero de 2006. Se trata de un cuaderno personal en el que voy dejando mis impresiones sobre diversos asuntos. Como habréis podido comprobar esta semana se ha abierto una serie de artículos que llevan el título genérico de "Crónicas menorquinas", resultado de mi reciente visita a la isla de Menorca la pasada Semana Santa. A esta serie le seguirá otra, titulada "Crónicas desde Mallorca". Ambas formarán parte de un próximo libro al que tengo pensado titular "Cuaderno del Este". Se trata de las impresiones y evocaciones surgidas al amparo de varios viajes por el levante peninsular: Huesca, Teruel, Gerona, Barcelona, Tarragona, Guadalajara, Cuenca, Balerares...; incluirá asimismo el este del este: un cuaderno napolitano y otro romano. Pero llevará también su contrapunto: el oeste; un viaje relámpago por la raya portuguesa: Sabugal, Sortelha, Indanha, Monsanto...
Este "Cuaderno del Este" ya está escrito. La mayor parte de los artículos se publicaron en el semanario "La Voz de Benavente y comarcas"; el viaje por la Raya se publicó en uno de los Libros del Carnaval de Ciudad Rodrigo y las crónicas más recientes están en este blog. Espero reunirlas todas durante este año y sacarlas a la luz el próximo, en la línea de "La Torre de Babel" (ver en este blog, jueves 9 de febrero).
A propósito del blog: en estos dos meses y medio ha tenido más de 1.500 visitas, principalmente españolas, naturalmente, pero también las hay de otros países. Incluyo aquí la gráfrica de la procedencia de las últimas cien visitas.
Ayer "La Crónica de Benavente" tuvo 58 entradas y ya supera las 3.000 páginas visitadas.
Saludos a todos los que seguís el blog.
José Ignacio Martín Benito

jueves, abril 20, 2006

Crónicas menorquinas (II)

EL TORO
Por José I. Martín Benito

De un extremo a otro del Mediterráneo están las islas del toro. Si Creta fue la cuna de Minotauro, Menorca debe ser la antesala de los bueyes de Gerión. Piensan esto los viajeros, después de haber comprobado que el campo se puebla de bóvidos; y más, cuando saben que en los recintos de la taula de Torralba d´en Salort se practicaban sacrificios de cornúpetas, ovejas y cabras. Es aquí, en Torralba, donde se halló además un torete de bronce que se guarda hoy en el Museo de Ciudadela. Pero la relación de Menorca con el bóvido hay que buscarla también en las alturas. La montaña más alta de la isla, que se eleva a 358 mts. sobre el mar recibe el nombre de “El Toro”. La denominacón le viene de la leyenda, según la cual un enorme astado quedó inmovilizado frente a un gran resplandor, en cuyo lugar los monjes encontraron la imagen de la Virgen. De nuevo se encuentran aquí evocaciones mediterráneas del toro y la doncella, de Europa y Zeus, de Pasifae y el cornúpeta de Creta.
Hasta este lugar han llegado los viajeros después de penetrar en el interior de las navetas de Rafal Rubí, a medio camino entre Mahón y Alaior. La subida al monte, la hacen desde Es Mercadal; allí han visitado una Feria de Artesanos de la tierra. Después de pasearse por el mercado de la plaza y preguntar por el precio de un catalejo que perteneció a un buque inglés del siglo XIX (al menos eso les dijo el anticuario), han iniciado el ascenso a la montaña, en cuya cumbre se halla el santuario de la Madre de Dios.
El venerado icono es una Virgen negra, como la de La Peña de Francia, la de Guadalupe o la de Montserrat. No es sólo el color moreno lo que tienen en común. Comparten también su relación con las alturas y los riscos. Y es que los montes siempre fijaron la devoción de cultos, dioses y vírgenes: desde el Teleno a Jálama, desde el Parnaso hasta el Sinaí, desde el Olimpo hasta este monte menorquí, toda manifestación es posible.
En "El Toro" es domingo y hay misa mayor en el santuario; hasta aquí han subido devotos y turistas, dominando la tierra y el mar. La comunicación con el mundo subterráneo se hace a través de un pozo, encalado con un blanco inmaculado, en medio del patio que conduce a la iglesia. El azul del cielo se recorta sobre el blanco del santuario y el azul del mar lo hace sobre el verde de la costa. No comprueban los visitantes -contra la tradicional costumbre- si el pozo tiene agua. Ni siquiera lo intentan, al estar la boca tapada y a buen recaudo. Cuando llegan a su altura, los viajeros se topan con gentes que salen del recinto con ramas de acebuche. Es entonces cuando reparan en que es Domingo de Ramos.
El acebuche es el árbol dominante en toda la isla; empujado por el viento adopta formas dinámicas: se acuesta, se reclina, se dobla... El acebuche es una especie de hito permanente, de guardián o protector de las ruinas talayóticas; con su espesura las oculta, pero también, con sus robustos troncos y raíces, las desgarra.
Hasta "El Toro" han llegado también los mercaderes expulsados del templo de Jerusalén. Tal vez se hicieron a la mar y recalaron en Menorca o se extendieron por todo el Mediterráneo. A la vera del templo está la tienda de recuerdos, donde no sólo se venden objetos religiosos, sino más bien de todo tipo. Es "El Toro" el monte más alto, sí; el santuario más concurrido, también, pero es a la vez un bazar entre el mar y el cielo. Además, aquí se viene ex profeso. "El Toro" no es lugar de paso, no está en el camino, sino que la vía conduce hasta él.
Sobre un monolito, una imagen del Sagrado Corazón abre sus brazos esperando el encuentro de los fieles. De alguna manera podía también interpretarse que el cielo y Cristo protegen a la isla; pero los tiempos modernos han hecho que la imagen tenga serios competidores: las antenas de telecomunicación, instaladas a la vera del restaurante, desafían y compiten en altura con el señor del cielo y de la tierra.
Cuando los viajeros bajan de la cima es cerca del mediodía. La hora aconseja poner rumbo a Ciudadela, pero antes deben encontrar la naveta de Tudons.
Fotos: Naveta de Rafal Rubí y Pozo en el santuario de la Mare de Deus.

lunes, abril 17, 2006

Crónicas menorquinas (I)

TALATÍ DE DALT
Por José I. Martín Benito

Una de las razones, acaso la única, por la que los viajeros han venido a Menorca es encontrarse con la llamada "cultura talayótica", auténtico epígono dorado de la megalítica que en algunas islas mediterráneas derivó en un prolongado canto del cisne.
Para su sorpresa, a la misma salida del aeropuerto de Mahón, se toparon con una especie de regalo de bienvenida: una casa prehistórica construida con grandes bloques de piedra, auténtico escaparate de lo que sería un recorrido por poblados, navetas y taulas. La casa no está en su lugar original, sino que fue trasladada desde el poblado sito en las cercanías del sur de la pista de aterrizaje, hará ahora seis años.
Dejemos la instalación en el hotel, el paseo, la comida en el puerto y la merecida siesta y encaminémonos, ya despejados, a descubrir el espacio. Al fin y al cabo es para que lo han venido.
Son las cinco en punto de la tarde en la isla de los toros. En la carretera que va desde Mahón a Ciudadela, los viajeros pronto encuentran la indicación que les conducirá al talatí de Dalt. Esta será la primera de las estaciones de un rosario de poblados y ruinas prehistóricas en el corazón de la isla verde.
A escasos trescientos metros de la carretera se encuentra el acceso. Es el primer día de la temporada turística. La empresa encargada de la gestión de este y otros monumentos acaba de abrir. Una modesta caseta de madera sirve de refugio, de taquilla y de punto de información. La primavera es plena en Menorca y la hierba crece alta, verde y vigorosa. Aun no ha dado tiempo a despejar la que inunda el poblado, pero todo se andará, piensan los viajeros, mientras reparan en una máquina desbrozadora preparada para la ocasión.
Con la entrada reciben un tríptico que reza: “Talatí de Dalt: una aproximación a la prehistoria de Menorca”. Con él y con las indicaciones que previamente les ha dado la guardesa, inician la visita.
Están solos. Tres viajeros peninsulares intentando seguir la huella talayótica en una pequeña isla del Mare Nostrum. Lo primero que se encontrarán será una cisterna y un caño para abrevar el ganado. Esto es obra moderna, de la reciente historia de la isla; pero a escasos metros se abren sendas cuevas naturales, acaso auténticos hipogeos sepulcrales anteriores al poblado.
Pronto descubrirán el talayot, imponente torre circular que, a pesar del desmoronamiento de su fábrica, se mantiene todavía erguida desafiando el paso del tiempo. Prominente observatorio o atalaya (de ahí su nombre) para vigilar y controlar visualmente el territorio circundante. A escasos metros, los restos del santuario y de la taula. Llaman taulas en la isla a ciclópeas pilastras monolíticas, que sostienen una piedra transversal a modo de capitel, lo que le da el aspecto de una “tau” griega o de una “t” latina, que al fin y al cabo es la misma consonante. Las taulas servían como soporte de la techumbre, que ha desaparecido, quedando en pie, como un milagro, el sostén de la estructura.
Integran el conjunto casas y cámaras hipóstilas, así como los restos de muros defensivos que rodeaban en su día el poblado de Talatí de Dalt. Todo calzado a la piedra seca, sin argamasa alguna, que esta ha sido la manera de construir en la isla durante mucho tiempo.
Se preguntan los viajeros si alguien habrá cantado alguna vez la ruina del talatí, como Quevedo y tantos otros cantaron a las de Roma o Rodrigo Caro hiciera lo propio con las de Itálica. Pero no lo saben. Los cíclopes ya no están aquí para contarlo. Las ruinas perecerán, sin duda, algún día, pero estas de Dalt llevan ya tres mil años resistiendo.
La tranquila tarde menorquina es acompañada por el balido de unas ovejas a escasos metros de distancia, tan sólo separadas por un cercado construido con las piedras del propio poblado. Los visitantes las inmortalizan en su cámara digital. De estas y de las vacas que encontrarán después hacen en la isla el célebre queso de Mahón. A ello deben contribuir los excelentes pastos primaverales. Dos aviones, que vuelan bajo, próximos al aeropuerto, rasgan con el ruido de sus motores el silencio de la tarde y ahogan por un momento los balidos; pero tan pronto se aleja la máquina voladora, los rumiantes vuelven a su particular y vespertina serenata.
Así es una tarde de abril en el talatí. Así es una tarde en el ager menorquí. Arcaísmo y modernidad se dan la mano en estos soleados y verdes parajes de Dalt, como se la darán también en los santuarios de So na Caçana, en las cercanías de Alaior, a donde ponen rumbo los viajeros. Todavía tendrán tiempo, medio entre tinieblas, de descubrir a tientas las ruinas de la taula y del talayot de Binisafullet, a la vera de la carretera que conduce de San Luis a Mahón. Menorca no se escribe con "T", pero sin duda es la letra que mejor resume su identidad.
Fotos: Taula, talayot y ovejas en el talatí de Dalt (Menorca), 8 de abril de 2006.

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