La Crónica de Benavente

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lunes, marzo 30, 2009

Crónicas béticas (1)

"MUSTIO COLLADO..."
Ruinas de Itálica
Por José I. Martín Benito *
Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa...
(Rodrigo Caro)
Ignoran los viajeros qué puede depararles la visita a la antigua ciudad. Las dos veces anteriores se dieron de bruces con la verja, por lo que piensan que, si a la tercera va la vencida, verán cumplidos sus propósitos de adentrarse en la “Itálica famosa”.
Ahora, por poco la historia se repite. Los guardas les advierten que, al ser día festivo, la visita terminará a las cuatro de la tarde, para las que apenas quedan poco más de 20 minutos.
Finalmente, en el interior, entablarán conversación con otro de los custodios, lo que les permite hacer un paseo más pausado y que el tiempo se detenga y a la vez se alargue. No podrán por menos de evocar los versos del poeta en aquellos campos de soledad.
Cinco anátidas llegan graznando desde el sur y se posan, sin inmutarse, cerca de los visitantes. Parece que lo hayan hecho siempre; en todo caso, los extraños en aquel paraje son los viajeros.
La presencia de la vida silvestre es constante en el solar itálico. Una liebre cruza, en rápida carrera, la vía decumana.
Los emperadores ya no están allí para presenciar la metamorfosis de su urbs en el agger primigenio. Es igual, aunque estuvieran tampoco acertarían a encontrar una explicación en los grandes pájaros mecánicos que sobrevuelan constantemente el solar urbano. ¡Quién sabe si los aviones no estarán instando a las aves petrificadas en uno de los mosaicos a remontar el vuelo, para que vuelvan, otra vez, a surcar los cielos de la Bética. Y con ello, el retorno de la romanidad!

Los viajeros han llegado, pero marcharán. Lo hicieron otrora los hijos de la ciudad. Trajano cambió la vida de provincias por la de la metrópoli del imperio y el Betis por el Tíber y el Danubio.
Pero, a pesar de la hégira, y a pesar también del inexorable paso del tiempo, los muros se agarran a la tierra: en los desgajados bloques de hormigón del anfiteatro, en la alcantarilla que corre por debajo de la calzada principal, en los pavimentos que resisten pegados al solar… Sombras y memorias funerales de alto ejemplo...

Ya en Santiponce, dos “roulottes” permanecen ancladas a las puertas del antiguo teatro. Diríase que los actores están a punto para bajar de estos camerinos de hojalata y comenzar la representación.
La escena da la espalda al limes, entre el bullicio de la ciudad moderna, con el sosiego de las ruinas del mustio collado en los campos de vastas soledades.

De las cenizas a la llama. Del eco al ruido. Del Betis al valle del Corbones. Los viajeros tendrán tiempo todavía de llegar al alcázar del Rey don Pedro y descubrir los secretos tartesios y turdetanos de Carmona y de la roca blanda de los Alcores.

(Continuará...: "Dulces de las monjas")
Fotos: Anátidas, avión, anfiteatro y estatura de Trajano en Itálica (Santiponce, Sevilla).
* 6 de diciembre de 2007

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jueves, marzo 12, 2009

Crónicas galas (y 6)

BAYONA
Por José Ignacio Martín Benito
Es tiempo de regreso. Los viajeros hicieron el trayecto a Bayona en una jornada de Viernes Santo, con desvío a La Rochelle, la vieja ciudad protestante. Por la mañana, antes de abandonar Nantes, visitaron el castillo de Ana de Bretaña, con el que se toparon todos los días durante su estancia en aquella ciudad. Allí entendieron, en el gran contenedor de la historia urbana, como el ducado fue engullido por Francia por alianza matrimonial, que en aquellos tiempos el casarse aportaba territorios, ducados y reinos. Pero no estamos aquí como cronistas, sino como espectadores ambulantes.
Son muchos los kilómetros que les separan de Bayona y todavía quieren hacer un alto en La Rochelle, el estandarte urbano de la Reforma francesa. No tuvieron demasiado tiempo para perderse por sus calles, así que fueron al puerto, se encaramaron a lo más alto de una torre, tomaron un café y buscaron el sur. Bordearon Saintes, Burdeos y llegaron a la ciudad del Nive en torno a las diez de la noche. Mañana visitarán la ciudadela.
* * *
Es Bayona ciudad de frontera, fortificada por sus cuatro costados. Hoy, Sábado de Gloria, las calles están regadas y ha salido el sol. Los viajeros se pierden por el mercado, mientras un grupo de ciclistas, tocando la bocina, reparten propaganda electoral, que estamos en época de las presidenciales francesas.
Bayona tiene dos castillos, el viejo y el nuevo. En el Château Neuf, sede de la administración del Musée Basque, los visitantes indagan la historia de la ciudad. Grandes plataneras crecen en el patio central, junto a una deteriorada ventana flamígera.
En el Château Vieux, los viajeros abrieron la puerta y entraron, sin preguntar. Apenas pueden asomarse a las salas des Gards y de Duguesglín, cuando advierten un taconeo apresurado y la voz de una señora que les advierte que el castillo es del Estado Francés, de uso militar y que el paso está prohibido. Los viajeros se miran entre sí; lo que menos quisieran es haber provocado una crisis de seguridad.
Así que, si la milicia no les acoge, será mejor buscar la protección eclesiástica y visitar la catedral. Por aquí también llegó el culto a San Martín, que goza de vidriera y capilla. En la de Saint Jacques, los vitrales muestran episodios de la Leyenda Aúrea; sin embargo, la imagen del Hijo del Trueno ha desaparecido y su lugar está ocupado por Saint Guré d´Ars. Un devoto ora delante de la imagen de Nuestra Señora de la Paz. En la catedral la confesión es vis à vis; no hay celosías por medio. Será así, piensan los viajeros, que hace mucho que dejaron de practicarla.
Pero el bullicio está fuera de los sagrados muros. Ya hemos dicho que es día de mercado y en los puestos callejeros se venden huevos, verduras, leche en botellas de agua… Un ciclista les entrega propaganda animando a la “insurrección electoral”.
Los viajeros, ahora sí, se perderán por las calles y tiendas. No vieron a Napoleón, ni a Carlos IV ni a Fernando VII, que estos debían estar muy ocupados en quitarse y ponerse la corona en sus reales testas. Así que dejémosles entretenidos, con sus cuitas y pactos de familia y pongamos rumbo a la vieja Iberia, que habrá que repostar las fuerzas en Donostia.
Foto: Puerto de La Rochelle; mercado de Bayona.

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lunes, marzo 02, 2009

Crónicas galas (5)

CRÓNICA TURONENSE
Por José Ignacio Martín Benito
No aciertan los viajeros a comprender cómo la catedral de Tours está bajo la protección de Saint-Gatien, cuando el protagonista es San Martín. Sus imágenes ocupan retablos y vidrieras y reproducen una de las leyendas más conocidas del santo, partiendo en dos su clámide y dándole la mitad al mendigo. Aquello debió ser el inicio definitivo de la revelación, que le llevó a profesar el magisterio de Hilario en Poitiers, a viajar a Italia y a realizar lo que se espera de todo santo que se precie: sanar enfermos, vencer demonios, convertir procónsules y fundar abadías.
A la postre, después de haber servido en la milicia, Martín cambió la espada por el cetro, el yelmo por la mitra y la mitad de su capa de legionario por otra pluvial. Fue así como el antiguo soldado llegó a ser obispo a orillas del Loira y, andando el tiempo, motivo de disputa entre los de Poitiers y los de Tour por la posesión de sus despojos. Se salieron con la suya los de esta ciudad y, a partir de ese momento, la ville comenzó a recibir el maná de los turistas, llamados entonces peregrinos.
Pero, tan frágil es la memoria de los hombres que el que tanto nombre dio a la ciudad sería después olvidado; su culto casi perdido, su iglesia destruida y, finalmente, demolida... Habría que esperar la regeneración. Un buen día los turonenses, para remediar su olvido y ostracismo, le levantaran una nueva basílica, con cripta incluida donde guardar sus exiguas reliquias.
Los devotos se dirigen ahora allí. A la entrada del templo -o a la salida, según se mire- los mercaderes venden recuerdos del santo y una guía del peregrino traducida a varios idiomas.
Los viajeros compran la suya en español y se dirigen ahora a la iglesia de San Julián. No podrán saber de la hospitalidad del santo, pues su casa está cerrada, y bien que lo sienten, pues ambos, Martín y Julián, están unidos al mundo de lo jacobeo.
La peregrinación de los viajeros es hoy rápida. Han hecho las tres estaciones. A los mencionados templos, han añadido un cuarto: el Teatro Municipal, pero la encargada les advierte que está fermée. Por intención que no quede.

* * *
Tours, Luynes, Bréaux, Langeais, Saumur, Beaumois, Angers... son tan sólo algunos de los más de sesenta castillos del Loira que incluyen las guías turísticas. Los aristócratas han decidido abrir sus puertas a la clase media y enseñan una parte de sus habitaciones –previo pago de estipendio- que así se ayudará a mantener tan ingentes mansiones. Algunas familias han querido dar a estos espacios abiertos al público un toque entre privacidad y afirmación de la propiedad, al distribuir retratos fotográficos del clan familiar en mesas y estancias decoradas, por lo demás, con exquisito gusto. Los viajeros entraron en los châteaux de Luynes y Langeais, pero el que, verdaderamente, les llamó la atención fue el de Saumur, una especie de “exin castillo”, altivamente encaramado sobre el lecho fluvial.
En el camino a Angers, el sol desciende muy deprisa tras el horizonte del río. Los viajeros quieren retener la instantánea. Un nativo baja también de su voiture y se dirige a ellos para entablar conversación acerca de la riviére, de sus châteaux y de su futura estancia en Peníscola, donde dice tener un apartamento. Los viajeros desean que el francés acabe su plática cuanto antes, pues el sol se va por segundos, pero no quieren resultar descorteses. Finalmente, cuando el inesperado “asaltante” retorna a la ruta, el sol se ha ido; por si fuera poco, la batería de la cámara esta agotada. Deberían saber que el sol no espera.
La carretera se adapta al curso del Loira y sirve a la vez de dique de contención. Estos días el río baja ancho, desbocado, inundando las márgenes. Algunas docenas de vacas pastan en sus riberas. Ignoran los viajeros qué viento las fecundará, pero intuyen que si en el Tajo las yeguas daban unos potros velocísimos, aquí la calidad del queso debe estar garantizada.
Con estos y otros pensamientos, se plantan en Angers, pero no entrarán en ella. Así que tendrán que conformarse con la silueta de la ciudad, cuando la atravesaron en su ruta matutina hacia Tours.
Fotos: Catedral y calle de Torus; castillo de Saumur.

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