La Crónica de Benavente

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sábado, junio 14, 2008

El viaje del magistral (4)

FALSOS CLÉRIGOS
Por José I. Martín Benito

Fue allí donde conocí a dos peregrinos italianos, clérigos como yo, vasallos de la serenísima república de Venecia, los cuales habiendo salido de su tierra como capellanes de unas embarcaciones, sufrieron gran temporal y naufragaron cerca de las costas de Cartagena. En aquel percance se encomendaron al apóstol Santiago y luego, habiendo sido salvos, emprendieron camino para cumplir su voto. Y a Benavente llegaron, luego de haber tomado en Madrid el real camino de Galicia. Subsistían, según me dijeron, con el estipendio de sus misas, pero por el ser camino largo, los víveres caros y las limosnas pocas, tenían que recurrir a la ayuda de costa de los propios de las villas por las que pasaban; y así iban haciendo el camino, decían, que era su ansia llegar a Santiago.
Por aplacar su miseria y conmoviéndome su relato, abrí mi bolsa y les di algunas monedas. Nunca lo hubiera hecho, pues ello me traería grandes disgustos, como contaré a continuación.
Sólo me detuve una jornada y media en Benavente, el tiempo justo para visitar el castillo de su excelencia -que es bello en grado sumo- y presentar mis respetos al abad y cabildo de San Vicente, que están en la iglesia mayor.
Así que, a primera hora de la tarde, salí por la puerta de San Antón en dirección a Villabrázaro, que es una aldea a poco más de una legua de Benavente. El camino atraviesa un monte poblado de encinas y jaras, al que dicen Mosteruelo, lugar propicio para emboscadas, como a mí me pasó.
Fue el caso que, al poco de adentrarme en este monte, me alcanzaron los dos presbíteros venecianos, de lo que hube en principio gran contento, pues siempre era mejor hacer el viaje en compañía que en solitario. ¡Infeliz de mí!; cuando estábamos en medio de la espesura, uno de ellos, el más fuerte, se abalanzó sobre mí y me derribó de la mula, reduciéndome y, con la ayuda del otro, me llevó a una encina, donde me ataron y me quitaron la bolsa, poniendo rápidamente los pies, nunca mejor dicho, en “polvorosa”. Y fue todo ello en poco tiempo. De nada me sirvieron los gritos y las invocaciones o “diosmevalgas”, que allí me quedé por espacio de tres horas, atado al árbol, sin mula y sin bolsa. Y así, me acordaba de Alonsillo, que de no haber sucumbido a los encantos de la moza de Santibáñez, estaría de regreso conmigo hacia Astorga, a la que habríamos viajado juntos mucho más seguros. Pero, Alonsillo y su ninfa estarían Dios sabe dónde y yo era el caso que estaba dentro de aquel monte, sin poder moverme, sintiendo ya la helada que se avecinaba, sin más refugio que la copa de la encina. Y allí habría permanecido toda la noche, si no fuera por un pastor, que al pasar por allí con su rebaño y oír mis gritos, me auxiliara y me ofreciera su choza para pasar la noche.
Y hoy, cuando han transcurrido más de veinte años de aquellos sucesos y a la memoria me vienen estos recuerdos, me entra un escalofrío y miro a mí alrededor, por temor de encontrarme con aquellos falsos clérigos.
(Continuará...)

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domingo, junio 08, 2008

El viaje del magistral (3)

LA TENTACIÓN DE LA CARNE
Por José I. Martín Benito

Contaría aquí lo que me sucedió en los años de mi mocedad, cuando acudí al sepulcro del santo apóstol de las Españas, pero no quisiera ahora distraer el recuerdo de mi viaje por las tierras de Riba de Tera y de la Polvorosa.
La vuelta hacia Astorga la hicimos por el camino de Benavente, remontando el curso de un río al que dicen Órbigo, que en esa época del año bajaba caudaloso.
Nada de particular nos sucedió en la media jornada que separa Santa Marta de Tera de la villa de Benavente, como no fuera el miedo que pasamos al subir a la barca en Santa Cristina, pues, como dije, el río bajaba con mucha furia e ímpetu, de lo cual las caballerías se alteraron en demasía y casi hicieron zozobrar la embarcación. Dios no lo quiso, pues si hubiera sido su voluntad hubiéramos caído al furioso río y arrastrados por la corriente a una muerte segura.
Benavente es villa condal y pertenece a la familia de los Pimentel, grandes de España. Aunque está muy cerca de nuestro obispado, en lo espiritual depende de los prelados de Oviedo, a pesar de la lejanía entre unas y otras tierras y de las altas montañas de León, nevadas en gran parte del año.
Como villa que está en el camino de la corte a Galicia y siendo, como he dicho, cabeza de condado, no es de extrañar que la vida sea bulliciosa y pasen por ella gentes de toda edad y condición, de lo que se sucede a veces gran quebranto, como nos ocurrió a nosotros.
Fue el caso que, hospedados en un mesón que está cerca de la puerta de Santa Cruz, Alonsillo comenzó a intimar con la lozana moza que nos servía la mesa, a la que conocía desde niña, pues era esta natural del lugar de Santibáñez de Vidriales, a menos de media legua de Tardemézar.
Esa noche Alonsillo no durmió en mi cuarto y, cuando a la mañana siguiente pregunté al mesonero, este me dijo que su criada se había marchado con mi mozo al rayar el alba, en una de las mulas que traíamos. Como inquirí que hacia dónde, el mesonero no supo decirme y a lo más se encogió de hombros. Hubo quien aseguró que habían tomado la dirección del camino real, lo cual no añadía mucho conforme a su destino, pues bien podrían haberse ido a Valladolid, a Madrid o, incluso, a la misma Salamanca. Al cabo de unos años supe que él acabó de rufián en la corte y ella de cortesana. Y es eso lo que tiene la humana naturaleza, que puede volver obtuso el seso de los hombres, pues siendo como era Alonsillo muchacho discreto y ejemplar, sucumbió a la tentación de la carne y, por ella, mudó de lugar, de vida y de costumbres.
Así que hallándome sólo, determiné no demorarme en demasía y hacer el camino de regreso a Astorga no sin cierta precaución.
Muy cerca del mesón en el que me alojé se encuentra la casa que el señor Alfonso Pimentel había levantado para los peregrinos que, por Benavente, pasan hacia Galicia a venerar los despojos del señor Santiago. Y llaman a esta casa Hospital de la Piedad, que es de buena fábrica, con primorosa labor en su fachada. Tiene este Hospital varios capellanes y algunos confesores entendidos en diversas lenguas, incluso en algarabía, pues son varios también los moriscos que desde las tierras de Valencia han hecho el viaje, para demostrar que su conversión a nuestra santa fe es sentida y sincera.

(Continuará...)

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domingo, junio 01, 2008

El viaje del magistral (2)

PEREGRINOS
Por José I. Martín Benito

La aldea de Santa Marta es muy menguada. Apenas si la forman treinta casas, construidas de adobe y tapial, como son todas las de esta parte de la Riba de Tera. La iglesia es lo único que queda de lo que fue gran abadía y conserva varias reliquias de mártires, entre ellas la de la propia santa astorgana.
Esa tarde, en compañía del beneficiado del lugar, pude acercarme a ver, con vista de ojos, la marcha que llevaban las obras de la casa que su ilustrísima estaba construyendo a la vera del templo; todo en buena piedra de sillería y en donde los canteros estaban terminando de labrar los bustos de Su Majestad, el césar Carlos y de Su Santidad, el Papa Julio, que habrían de colocarse a ambos lados de las armas de su señoría reverendísima, don Pedro de Acuña y Avellaneda.
El beneficiado agradeció mucho nuestra compañía aquella noche, pues, según nos dijo, no eran corrientes las visitas y más en los fríos meses del invierno. Así que, terminada la inspección ocular a la casa del obispo, nos retiramos a la rectoral –no sin antes pasar por la iglesia y dar gracias a Santa Marta por haber realizado el viaje sin percance alguno. El cura nos agasajó con unas sopas de ajo, unos huevos con tocino y un vino del país.
Según nos relató, los inviernos en esta parte de la diócesis son fríos y húmedos, con nieblas persistentes, por lo que algunos de los caminantes que se atreven a viajar a Santiago en esta época del año, a menudo pierden la derrota y se extravían.
Fue el caso, refirió, de un peregrino que habiendo pasado la noche en un pajar del lugar, una nebulosa mañana emprendió la marcha rumbo a Sanabria y a eso de caer el sol retornó al lugar, sin saber que volvía; y así, durante tres días seguidos, por lo que, llegado a oídos del cura, le quiso tomar confesión, no siendo que tuviera alguna cuenta pendiente con Dios en aquel lugar. El peregrino, por no tener que decir la verdad, no quiso la administración del sacramento, lo que previno la desconfianza del cura, que comenzó a hacer averiguaciones. Según se supo luego, el supuesto peregrino no era tal, sino que no teniendo donde ir, y una vez que en Benavente había pasado por todas las casas de beneficencia, vino a recalar en Santa Marta, en donde pretendía pasar unas jornadas a cuenta de la caridad pública; que aquí, según nos dijo el beneficiado, siempre han dado hospitalidad a los peregrinos que van a visitar al señor Santiago.
Y es que, abusando de la buena voluntad de las gentes de este obispado, de un tiempo a esta parte se han dejado ver por los caminos que van hacia Galicia muchos hombres y mujeres de dudosa reputación, que viven de la caridad pública, cuando no los hay que tienden celadas a los caminantes en las fragosas subidas a los puertos de Foncebadón y Piedrafita.

(Continuará...)

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