La Crónica de Benavente

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sábado, febrero 24, 2007

Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (4)

SANT FERRAN
Por José I. Martín Benito
Acaso sea la tierra un inmenso espejo del firmamento. Y es que si alguien recorriera desde el aire la frontera hispano-lusa y también la pirenaica vería varias estrellas varadas, a ras de suelo. Estrellas perfectas de cinco puntas, como la de la ciudadela de Jaca; de ocho, como la del Fuerte de la Concepción en Aldea del Obispo, o de doce, como la que cobija la villa portuguesa de Almeida. Diríase que han caído del cielo, aunque alguna de ellas, caso de la de Figueres, parece que está a punto de despegar y volver con sus celestes compañeras.
Cuando llegaron al Ampurdán los viajeros habían oído hablar de algunas cosas, pero desconocían otras. Así que, casi de suerte, vinieron a saber de la existencia del castell de San Ferran. Al ver en la oficina de turismo una fotografía aérea ya no dudarán en visitarlo. Por eso, antes de abandonar la capital ampurdanesa y salir para Gerona, los viajeros decidieron subir al cerro. “La mayor fortaleza de Europa”, rezan los folletos turísticos. Los viajeros han visto otras, pero no lo discuten. Además, hace mucho calor para andar haciendo mediciones, por lo que se fiarán de las palabras de los guías: 32.000 m2 construidos, dicen; más de 50.000 incluyendo el glacis.
Como si de un safari se tratara suben los exploradores en un todo terreno e inician la aventura por fosos, pasadizos y cisternas. Van cubiertos con cascos de mineros, pues por minutos dejarán de ver la luz del sol y se adentrarán en el estómago y en los intestinos del gigante. San Fernando es conocido también como “la catedral del agua”. Nueve mil millones de litros están almacenados desde hace más de 20 años en sus profundidades. Justo el tiempo que hace que se rompió la conducción que traía el preciado líquido desde el manantial de Llers, a unos 3,5 km del castillo. Cuando en Roma se cortaron los acueductos empezó el declinar de la ciudad. Allí dicen que fueron los bárbaros venidos del Norte. Aquí, en Figueras, la culpa la tuvieron las obras de la autopista del Mediterráneo. Barbarie contra civilización, aunque en el corte del acueducto de la fortaleza ampurdanesa no se sepan donde están los límites de cada una. A la postre dio igual y el agua dejó de llegar.
Los viajeros bajan a las profundidades y, cual argonautas, con ayuda de una barca, recorren tramos de agua embalsada. Apretados como sardinas en lata, agachan la cabeza para pasar por angostos huecos entre las cisternas. El silencio no puede ser mayor. El agua, mansa, limpia y fría bajo las bóvedas. Las lámparas de los cascos sirven de antorchas en la fresca oscuridad. Se preguntan si por allí no estarán Dante y Virgilio o si el barquero no será un Caronte redivivo. Después, cuando salgan al gran patio, les sorprenderá la luz, el resplandor y la ceguera. La inmensa y calcinante soledad de la plaza de armas no es capaz de disimular la iglesia inacabada, frente a la flamante casa del gobernador. Curiosa paradoja, pues lo castrense ha sido siempre amigo del hisopo.
Sant Ferran es una de las fortificaciones militares de la frontera francesa. Los planes para construirla comenzaron tras la Paz de los Pirineos, cuando la Monarquía Hispánica debió ceder la hegemonía al Rey Sol. Pero no sólo fue el poder lo que se entregó; también el condado del Rosellón. Así que, los Austrias empezaron los planes, pero ahí se quedaron; debieron pasar casi cien años y otra dinastía hasta que Cermeño comenzara las obras. Ya se sabe que en este país las de palacio van despacio.
A pesar de su relativa juventud, el castell ha visto singulares acontecimientos bélicos: la Guerra Grande, que enfrentó a la Francia revolucionaria con la monarquía española y la de la Independencia. Contra todo pronóstico, el paso de los gabachos no afectó a su fisonomía. Sólo la Guerra Civil dejó cicatrices en la fábrica, cuando en la retirada del ejército republicano se voló una parte del castillo y la mitad de las caballerizas. Aún así, Sant Ferran sigue conservando su colosal integridad. Por sus muros han pasado soldados y convictos, pues no en balde fue también Centro de Instrucción de Reclutas y establecimiento penitenciario.
Hasta este lugar llegan también los devotos. Por lo que se observa en bastante menor número que en la villa. Claro que allí está Dalí y aquí sólo resta el reciente espíritu levantisco de Antonio Tejero, aquel teniente coronel de la Guardia Civil que, pistola en mano, entrara en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981 y que, tras ser juzgado y condenado, fuera confinado a este penal militar.
Hoy el castillo ya no guarda a nadie: ni soldados, ni milicianos, ni presos.., tan sólo algunos gamos que ramonean la hierba de los fosos. Las dependencias e instalaciones son cuidadas y explotadas por una entidad privada, que organiza las visitas, aunque la propiedad siga siendo del Ministerio de Defensa. Con sana envidia desearían los viajeros un destino similar para el Fuerte de Aldea del Obispo, perdido y olvidado en la frontera hispano-portuguesa, y así lo dejan escrito en el libro de visitas de San Fernando.


Fotos: Aérea del castell de Sant Ferrant (www.cnllanca.cat/080_alt_emporda.htm) y varias del recinto (www.ingenierosdelrey.com/.../figueras.htm).

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lunes, febrero 19, 2007

Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (3)

LA MIRADA DE ESCULAPIO
Por José I. Martín Benito

Desde luego, los viajeros no ayunaron. Una cosa es la letra del villancico y otra muy distinta su propósito. Además, les espera una dura jornada que les llevará primero a las ruinas de Ampurias, luego hasta las del monasterio de San Pedro de Rodas y, más tarde, hasta Cadaqués, para lo cual se necesitan fuerzas. Entonces, por la mañana, ignoran lo que será cruzar el cabo de Creus, los recodos, las subidas y bajadas y, sobre todo, el intenso tráfico rodado de las siete de la tarde.
Es esta tierra de emporio comercial y no sólo por los tiempos que corren. De casta le viene al galgo. De Emporion, Ampurias y, de ésta, Ampurdán. Hace más de 2.500 años que los griegos de Focea se instalaron en una isla cercana a la costa del golfo de Rosas para comerciar con los indígenas. Siglos después desembarcaron los romanos. Sagunto fue la disculpa. Pero lo que estaba en juego era el dominio sobre Iberia. Así que fue aquí donde comenzó la conquista de Hispania. Poco podían sospechar en el lejano occidente las gentes de los castros galaicos y astures la que se le venía encima y que su destino comenzaba a forjarse con aquel desembarco. Y es que desde el mar llegan no sólo las galernas y el comercio, sino también la guerra y dicen que la civilización. Legiones enteras arribaron por mar o atravesaron primero los Alpes y luego los Pirineos. Tras los dos Escipiones vendrían los legionarios de Nobilior, Marcelo, Lúculo y Sertorio; también lo hicieron Pompeyo y César, pero estos más a debatir sus cuitas. Por último, Octavio y Carisio y, con ellos, la ocultación de tesoros y la traición de los brigecinos.
Hace sol y calor en Ampurias. Y mucha luz. Fuera del recinto algunos se refrescan en las aguas de un Mediterráneo intensamente azul. Regueros de visitantes llegan de tierras muy diversas e invaden aquellos espacios que un día tuvieron intensa actividad, para sumirse luego en un largo y desolado sueño. Los campos de soledad y los collados mustios renacieron de sus cimientos de la mano de la arqueología y hoy conforman el nuevo santuario, uno más de los que se esparcen por el Ampurdán. De nuevo, en la antigua ciudad grecorromana, exhumadas sus ruinas, sigue bullendo el comercio. Los actuales peregrinos dejan monedas en la tienda próxima al museo. Antes habrán recorrido lo que queda de las calles, casas y cisternas, bajo la atenta mirada de Esculapio.
Centro de peregrinación lo es también, ya se dijo, Figueras, vértice de un triángulo en torno al legado de Dalí, con Cadaqués y el castillo de Púbol. Los viajeros solo vieron uno. Llegaron a Cadaqués un viernes de agosto caída la tarde, pero era mucha la aglomeración de personas y vehículos. Lejos debía quedar el pueblo pequeño en el que se instalaron Gala y el pintor. Así que, sin bajar del automóvil, vieron y se marcharon, una vez más, en busca de las playas de Rosas, olvidándose por un rato de la carretera, del ruido y del gentío.
Los andarines han estado unas horas antes en Castelló de Ampurias y en un viejo monasterio. En el primero se detuvieron para comer y para visitar su casco antiguo. Hay allí una iglesia de tan grandes proporciones que los lugareños la llaman “la catedral” y así la anuncian, no sólo en los folletos turísticos, sino también en la pétrea placa de la puerta. En verdad nunca fue tal, pues Castelló jamás tuvo obispo ni cabecera de obispado. Dice la guía –una señora mayor que expende recuerdos del templo en el presbiterio, a la entrada del Museo- que el obispo se la llevó para Gerona. Y es que las capitales siempre han sido madrastras para sus hijos. Los visitantes abandonan el templo y la villa, en busca de San Pedro de Rodas, en algún lugar ignoto del cabo de Creus.
En el trayecto, en plena comarca de la Selva, le salen al paso los anuncios que recuerdan el pasado dolménico del territorio. Pero tendrán que escoger entre los megalitos y los capiteles. A las cinco de la tarde el sol aprieta todavía, por lo que lo mejor será buscar la sombra de los muros del viejo cenobio y dejar los escorpiones.
Sant Pére eleva sus torres que se recortan entre el mar y la montaña. El monasterio se ha remozado con los fondos europeos. No hay monjes, pero ahora ha surgido un nuevo punto de riqueza. Manadas de turistas se pierden por las laberínticas dependencias: invaden el claustro, penetran en la iglesia, suben al deambulatorio superior y bajan a la cripta. A la salida, casi de manera inevitable, pasan por la tienda. Los viajeros, por asociación, no pueden por menos de recordar Moreruela. No es la primera vez que lo hacen en la distancia. Pero en las riberas del Esla se ha invertido poco y el deterioro continúa.
De vuelta a Figueras se encontrarán con fiesta en la plaza. Varias decenas de personas se han congregado para bailar sardanas. Observan un buen rato. Atrás han quedado Ampurias, Castelló, Sant Pére de Rodas, el relámpago de Cadaqués y la playa de Rosas. La jornada ha sido agotadora. Son las doce y el retiro es obligado.
Fotos: Ampurias, Castelló d´Empuries y monasterio de Sant Pére de Rodes.

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viernes, febrero 09, 2007

Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (2)

TEATRO DE LA MEMORIA
Por José I. Martín Benito

De Barcelona a Figueras por la A-7. Tienen prisa los viajeros en llegar al Ampurdán y por eso no se detendrán en el camino, a pesar de las incitaciones de la geografía y de la huella del hombre. De momento, han venido buscando la de Dalí y esa les espera en las tierras situadas al norte de Gerona.
El trayecto se hace largo por la intensidad del tráfico. La autopista está llena de camiones que se dirigen con sus mercancías al paso de la Junquera; pero también son muchas las caravanas de campistas que transitan esta mañana del mes de agosto. Como un alivio reciben los viajeros poder abandonar esta vía rápida y buscar los últimos kilómetros que les separan de Figueras por la antigua nacional. A mediodía entran en el Museo del Empordan, al que han confundido con el de Dalí. El personal les advierte que lo que buscan queda dos calles más arriba, pero que pueden pasar a ver una muestra sobre los años de formación del artista en la villa. Obedientes, lo hacen y no salen defraudados. Allí descubrirán, además de algunos libros ilustrados por el genio, los primeros pasos de un adolescente, a su maestro y a sus compañeros de las clases de pintura.
Para comer eligen un restaurante de comida rápida a la vera del antiguo Teatro de la ciudad, hoy sede del Museo, auténtico santuario daliniano. Cuando buscan la entrada se encontrarán un rosario de fieles que espera pacientemente la entrada al templo, en una cola serpenteante que se adapta a la sombra de las cuatro de la tarde. Los devotos parecen en su mayoría venidos del otro lado del Pirineo y del Canal de la Mancha: italianos, alemanes, ingleses... A los viajeros les da tiempo a entrar en la vecina iglesia de San Pedro, un ejemplar del gótico catalán, pero aquí no hay visitas. Una inmensa soledad llena las naves, en contraste con el bullicio y el ir y venir de los turistas del otro lado de los muros. Es el sino de los presentes tiempos y del poder de atracción de las nuevas reliquias, especialmente en el año del Centenario.
Cuando finalmente pueden penetrar en el Museo, se darán cuenta ciertamente de las coincidencias que éste tiene con una iglesia. Aquí se da cita la idea de espacio-camino con un escenario por presbiterio y un telón de fondo por retablo, todo bajo cristalina y diáfana cúpula. Los fieles podrán deambular por las naves laterales que, aquí, no son sino los pasillos de acceso a los antiguos palcos. Las imágenes se suceden por uno y otro lado y a distinta altura, todo guiado bajo los dedos invisibles del Creador y de su Musa. Y es que Gala está omnipresente: Tan pronto Dalí levanta la piel del mar para enseñarle el nacimiento de Venus, como transforma su rostro en múltiples esferas, para ascender finalmente a los cielos en el palacio del Viento.
El escenario es completo; incluso, en el exterior, los homenajes a Newton, Meissonier y Pujols, junto con la torre de televisores de Wolf Voster, parecen sustituir a las avenidas de las esfinges de los templos egipcios, a las estatuas alzadas sobre marmóreo pedestal de los santuarios helénicos o al tradicional cruceiro de los católicos Finisterres. A propósito de Meissonier, los visitantes se paran un buen rato a contemplar el pequeño cuadro que representa a un reflexivo Napoleón en un bosque, escoltado por un soldado de la guardia imperial, y se figuran la campaña española del Emperador en los últimos días de 1808 esperando cruzar el Esla para perseguir a los ingleses del general Moore en su retirada de La Coruña. Este óleo del pintor francés, junto a otros del Greco, de Gérard Dou o de Fortuny, forman parte del legado coleccionista de Dalí a su Teatro de la memoria. Con ello, el santuario enlaza la antigüedad con la modernidad.
Pero todo lugar santo que se precie, además de los objetos de culto, debe contar también con esos servicios auxiliares, donde los devotos podrán llevarse un recuerdo de su paso por el Museo. En Figueras, la tienda que expide productos dalinianos está situada estratégicamente a la salida, de modo que los visitantes se la toparán sin buscarla, amigo Sancho.
Cuando después de dos horas salen de la gruta santa y el color del cielo y de las calles les anuncian que queda aún mucho para la hora de los búhos, los viajeros deciden huir del calor y de las masas, buscando la suavidad vespertina en alguna de las playas que dibuja el golfo de Rosas. Fracasarán en el intento de levantar la piel al mare Nostrum.
Al regresar a Figueras son pasadas las diez de la noche. Hay que buscar un lugar para la cena. Lo encuentran en la Ronda de la Feria, en Can Punyetes. Los viajeros se disponen a degustar el pan con tumaca, la butifarra y la crema catalana y regarlo todo con un vino del país. Para probar la mejor crema cuentan al camarero que hay que ir a Casa Pepa, a Ferreruela de Tábara, en la Sierra de la Culebra. Pero ahora aquella serranía queda muy lejos y será mejor dejarse en paz de nostálgicas y gastronómicas ensoñaciones, que estamos en pleno Ampurdán y la tierra, como siempre, es la que manda. Así que, armados de cuchillo, tenedor y cuchara, traigamos a la mesa el villancico de Juan del Enzina:

Hoy comamos y bebamos
y cantemos y bailemos,
que mañana ayunaremos.
Fotos: Museo de Dalí, en Figueras (Gerona).

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domingo, febrero 04, 2007

Cuaderno del Este: Nuevos santuarios (1)

GUERREROS Y OKUPAS
Por José I. Martín Benito

Es Barcelona ciudad de torres en progresión. A las de la villa Olímpica terminarán por unirse algún día, quién sabe cuándo, las de la Sagrada Familia, aunque para eso tengan que pasar otros cien años. Vista la progresión de los trabajos desde el diseño de Gaudí, El Escorial debería dejar de ser el prototipo en la tardanza de una obra en España.
En estas divagaciones andaban los viajeros cuando pudieron entrar en el recinto y admirar el esqueleto del templo expiatorio catalán. A pie de obra. Faltaban el capataz y los obreros, pero el escenario de la construcción allí estaba, ocupando la nave central: piedras, andamios y herramientas. Eso sí, todo dentro de un cierto orden. Se ve que los que aquí trabajan han procurado hacer visible también su labor. Los transeúntes dan la vuelta por las naves laterales y elevan sus ojos a los pilares y a las bóvedas, preñado todo ello de formas orgánicas y naturales, con resabios goticistas.
El día anterior estuvieron los viajeros en el Forum de las Culturas, enclavado en terrenos ganados a la marginalidad, con un Bessós recuperado. No se busquen aquí los ecos de la Expo sevillana, pues el visitante no los encontrará. Lo más parecido es el calor y los altos precios. Es el Forum lugar de encuentro, por lo que conviene adentrarse con espíritu solidario e integrador de la aldea global, de la búsqueda y conciencia en un equilibrio sostenible, necesario en un planeta amenazado. Eso dicen ahora los viajeros, después de haber pasado todo un día recorriéndolo, pero en realidad la llamada fue otra: acudieron por el reclamo de los guerreros de Siam, un ejército del mundo subterráneo exhumado de la tierra china para asombro primero de arqueólogos y, ahora, de turistas. Los soldados de terracota han viajado miles de kilómetros para asomarse a occidente y tender así un largo puente, una nueva “ruta de la seda”.
Pero estábamos en la Sagrada Familia: un templo y un mercado. Paradojas evangélicas. Será mejor así, pues lo denarios que dejan los miles de visitantes contribuirán a empujar hacia las alturas el sueño de Gaudí.
Los viajeros han estado por la mañana en el Camp Nou y han invadido el sancta-sanctorum. Al contrario que los templos de la antigüedad, donde la entrada estaba permitida sólo al oficiante, en este nuevo santuario se favorece que los fieles penetren hasta el mismo corazón. Claro que aquí se confunde la cella con el opistodomos, pues el tesoro es el propio objeto de culto y las reliquias, en lugar de las sandalias del pescador, son las botas con las que Koeman marcó en Wembley el gol más famoso en toda la historia de los “culés”. Además, los trofeos hacen aquí las veces de vasos sagrados y la copa de Europa encarna a un nuevo Grial. De modo que si el Barça es algo más que un club, las instalaciones del Camp Nou son algo más que un estadio. Son, a la vez, templo, santuario, mercado y emporio. Hay aquí ahora más fieles que en la catedral de Barcelona, incluso tantos o más que en la obra inacabada de Gaudí.
A media tarde pretenden los viajeros visitar La Pedrera con la excusa de una exposición sobre escultura del Méjico precolombino. Pero está cerrada a cal y canto. Preguntan. Tras las acristaladas puertas dos guardias de seguridad y una mujer. “Problemas técnicos”, les dicen. Luego, más tarde, de regreso al hotel, conocerán la respuesta. Mejor aún, se darán de bruces contra ella. A partir de la Plaza de España, las calles hacia el Barrio de Sants están cortadas. Coches celulares y policías, contenedores ardiendo, barricadas... Los “okupas” se han rebelado por la mañana ante el desalojo de una de unas de sus sedes en el barrio: la fábrica Hamsa. Como respuesta entraron en la Pedrera, se encadenaron y se colgaron de las ventanas... Ajenos a todo ello, más de una hora tardan los desinformados viajeros en llegar al hotel desde que salieran de la villa Olímpica y se perdieran por unos momentos en el puerto. Después callejearon por un intrincado laberinto de calles cortadas, direcciones prohibidas y patrullas policiales que pasan con sus sirenas como una exhalación. Finalmente, por un largo túnel, conectan con la Diagonal y por la Carrer de Numancia acceden, ya de noche, a la Plaça dels Països Catalans. Ha sido un día largo.
Los viajeros intuyen una noche de “fiesta” en el barrio de Sants, pues durante horas llega al hotel el sonido de las sirenas. Pero el cansancio es más fuerte y se abandonan al sueño, ajenos, pero no del todo, a las escaramuzas nocturnas. Fuera late una ciudad intensamente viva.


Fotos: Sagrada Familia; guerrero de Xian; Nou Camp y disturbios en Barcelona.

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