La Crónica de Benavente

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viernes, julio 31, 2009

Por la Ribera Sacra (y 4)

MERCADO EN CASTRO CALDELAS
Por José I. Martín Benito

En Castro Caldelas es día de mercado. Los viajeros se lo encontrarán antes de iniciar la subida al castillo. La compraventa está animada por la música de un puesto callejero, que tan pronto se arranca por pasodobles de la España cañí, como por sones de la tierra galega.
En su mayor parte, lo que se vende es ropa y calzado, pero no falta el clásico puesto que ofrece tijeras, navajas, cencerros, cestas, hoces, cribas… Las pulperas se distribuyen a lo largo del mercado, entre las humeantes perolas de cobre, al tiempo que los transeúntes dan buena cuenta de ello y del queixo de tetilla, uno de los más populares de Galicia.
Suben al castillo por la calle del Olvido, temerosos que a la vuelta no se acuerden de nada. En las inmediaciones de la fortaleza hay una catapulta y en la entrada, bajo una tau, emerge un icono conocido: dos lobos guardando la entrada. Pero estos cánidos son inofensivos, pues están petrificados en el emblema de los Osorio, marqueses de Astorga, a quienes perteneció la casa. Los Osorio fueron señores de Villalobos y adoptaron como sus armas los dos cánidos, que hoy pueden verse en el escudo de la villa terracampina. Como este linaje, también los Pimentel pretendieron y señorearon solares gallegos, que el apetito de poder era insaciable. Nobles galaicos y leoneses, afincados a un lado y al otro de La Canda, Manzanal o Foncebadón, que Galicia fue tierra de señoríos y de irmandades.
El recinto guarda un museo etnográfico y otro arqueológico en una sugerente ruta: la vía Nova entre Astorga y Braga, que corre las tierras de Valdeorras y Caldelas. En el patio hay un algibe, con gran boca circular enrejada, como un pozo que lleva a los abismos. Los viajeros se encaraman a lo alto de la torre del homenaje, que siempre han gustado de subir a las azoteas torreras, para desde allí divisar la población y las tierras circundantes.
La vuelta a Benavente será por Valdeorras, entre montañas del macizo galaico y los Montes de León. Pasan por el alto de Manzaneda poco antes de las cinco de la tarde, buscando tierras bercianas. Puente de Domingo Flórez, Ponferrada, Bembibre van quedando atrás. Sin detenerse, llegan a Astorga; no entrarán en la ciudad, sino que pararán en una de las áreas de servicio de la autovía. El sol se puso ya en Manzanal. Se hace de noche en el camino de regreso.

Foto: Mercado. Calle Olvido. Tau en la clave de la entrada al castillo.

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miércoles, julio 22, 2009

Por la Ribera Sacra (3)

MONTEDERRAMO
Por José I. Martín Benito

De San Estaban a Castro Caldelas van los viajeros por la carretera comarcal. Eligen la ruta más larga en kilómetros, pero sabedores que ganarán tiempo.
En Monasterio de Montederramo, dicen que viven poco más de 30 personas en invierno. Los viajeros no lo saben, tampoco lo ponen en duda. Ahora se nota un poco más de vida, será porque es puente de Todos los Santos y a la Galicia rural vuelve la santa compaña de los vivos y algunos turistas despistados. Hace sol, pero es otoño y los rayos matutinos se soportan. Otra cosa será en estas tierras orensanas el sofocante verano, cargado de humedad. Acaso por eso, los lugareños plantaron los castaños de Indias en la plaza, para que aseguren la sombra y el frescor en el estío. Los viajeros se dirigen al ayuntamiento para preguntar si es posible visitar el monasterio. No hay nadie. Cuando piensan que se quedarán sin verlo, realizan un segundo intento pasados unos minutos, y ahora sí, una joven les espera en la oficina y les guiará entre los muros del cenobio. No están sólos, otras dos personas que también se han salido de la carretera comarcal para visitar Montederramo, se unen al grupo.
Del conjunto destaca la iglesia, obra de Juan de Tolosa, aprendiz en El Escorial a las órdenes de Herrera. Del maestro aprendió el discípulo que se vino a Galicia a ejecutar tan severa obra. La iglesia, sin embargo, sólo se abre para las visitas, que aquí, según parece, no se celebran oficios religiosos. Un claustro renacentista, recuperado, con medallones de San Pedro, San Pablo y Santiago, entre otros, sorprende a los visitantes. No hace muchos años debió ser lugar fragmentado y aprovechado como gallinero, pocilgas y leñera.
Buena parte del antiguo monasterio está en manos privadas; pero hasta estas, a la postre, también abandonaron los muros reconvertidos en viviendas particulares tras la desamortización. Los frailes han sido sustituidos por los niños, pues parte del antiguo cenobio se transformó en escuela, donde 24 niños acuden a diario desde las aldeas del municipio. Ecos lejanos del antiguo Colegio de Artes creado en Montederramo en 1590. El finis gloriae mundi vino, como en tantos monasterios, con la exclaustración de los frailes y la desamortización de Mendizábal.

Foto: Medallón plateresco con busto del apóstol Santiago en el claustro del monasterio de Montederramo. Interior de la iglesia del monasterio.
(Concluirá: Mercado en Castro Caldelas).

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domingo, julio 12, 2009

Por la Ribera Sacra (2)

LAUDAS, VIÑEDOS Y CASTAÑOS
2 noviembre 2007

Por José I. Martín Benito
De San Esteban a Santa Cristina entre robles y castaños; por una carretera estrecha y serpenteante, que se adapta al terreno. Parece que todas las curvas son iguales y repetidas. Cuando hay algún claro y lo permite la geografía, se abren miradores sobre el río.
En Santa Cristina los frailes también se fueron, pero queda su huella en los castaños. Y es que época de magostos. En eso piensan los viajeros, que se afanan en hacer la recolección frente a los ábsides de la iglesia. Laudas sepulcrales de pretéritos y desconocidos abades se han integrado en los reconstruidos muros.
Abajo el Sil, quebrado, apenas es invisible por la fraga. Enfrente está la ribera lucense. Pero antes los frailes no entendían de límites provinciales, que eso vino después; los benedictinos cruzaban el río en barca y recogían los diezmos en las tierras que el monasterio tenía en ambas márgenes.
Dicen las guías que en la Ribera sacra hay dieciocho monasterios. Los viajeros no lo ponen en duda, pero no verán todos. Se conforman con los de San Esteban, Santa Cristina, San Pedro de Rocas y Xunqueira de Espadañedo. Estuvieron también muy cerca del de San Paio, pero tuvieron que girar sobre sus pasos si querían llegar a tiempo de poder navegar entre los riscos.
El agua está detenida, como un inmenso lago formado por la presa de San Esteban. La superficie plateada sólo es alterada por la estela del catamarán. El contraste de luz y sombra en las orillas cambia la faz de los altos paredones. El sol ilumina y calienta una de las dos orillas, pero en la otra dominan los grises y la sensación de frío aumenta. Los viajeros se abrigan hasta las orejas. Desde la embarcación, aquí y allá, viñedos escalonados. Unos activos, cuidados; en muchos, el único acceso es por el río. Otros abandonados, por causa de los desprendimientos de rocas, que se llevaron por delante cepas y bancales. Y es que aquí la tierra está viva. El agua y el hielo han modelado un paisaje cortado, para solaz recreo de garzas y cormoranes y alguna gaviota despistada. En algún momento, entre la espesura de los árboles y el roquedo, emerge al fondo la torre de un monasterio. Y es que las cosas cambian según sea la perspectiva; los miradores que, desde lo alto, se asoman al Sil, ahora están siendo observados desde el lecho del río.

Entre dos luces llegan los viajeros a San Estaban. Ya no hay cánticos ni rezos de horas en el monasterio. La paz ha dado paso al bullicio. Un trajín de gentes y vehículos se mueven en su entorno, buscando posada. En el antiguo cenobio enmudecieron las campanas. Tan sólo la presencia del camposanto, a la salida o a la entrada de la iglesia, según se mire, advierte a los viajeros que hoy es día de difuntos.
Pero los huéspedes de San Estaban –que son muchos- no parecen estar por la labor de visitar los cementerios y rezar por las benditas ánimas del purgatorio. Se han lanzado a recorrer la Ribera con las ansias de los ojos de los vivos, para llevarse en la retina de la memoria las sombras del Sil y el sol de los castaños.

Fotos: Río Sil; escultura románica de Santa Cristina y pantano de San Esteban.
(Continuará: Montederramo).

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