La Crónica de Benavente

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miércoles, junio 27, 2007

Por la Raya (1)

LEÓN EN RIBA CÔA

Se eu soubesse que morrendo
Tu me havias de chorrar
Por uma lágrima tua
Me dexairia matar

Al anochecer los viajeros regresan a Ciudad Rodrigo, acunados por la voz de Dulce Pontes y la dicha de haber descubierto en Portugal más de lo que fueron buscando. Al final de la jornada hacen recuento; atrás quedaron, casi como un suspiro, Monsanto e Idanha-a-Velha, Penamacor y Sortelha, Sabugal y Alfaiates. Cuando un buen día decidieron correr la Raya y remontar el Côa, en busca de la huella de dos monarcas leoneses, no podían ni imaginar tanta y tan dilatada geografía, preñada de paisajes y evocaciones históricas.
Lo que otrora eran largas jornadas, entre villas y sierras, a pie o a caballo, hoy, ochocientos años después, las distancias se acortan de la mano de los automóviles y de carreteras bien asfaltadas.
La mañana saludaba con un tímido sol que luchaba por abrirse paso. El cielo, rasgado, entre nubes y claros, era una incógnita. Los viajeros se dirigieron hacia Alberguería de Argañán por la ribera de Azaba, atravesando uno de los más grandes encinares de la península.
Es ahora cuando afloran los recuerdos de la infancia, cuando se iba a la dehesa de Pascualarina a hacer acopio de cisco para afrontar los fríos invernales. Pero apenas hay tiempo para la memoria, pues los pueblos del Azaba se suceden de manera rápida y, cuando menos se lo esperan, están ya los viajeros en Alberguería. Aquí preguntan por el castillo, al que no han vuelto a ver desde hace más de veinte años. Todo sigue igual: la ruina y los espacios invadidos. Aún así, todavía puede recorrerse e identificarse la planta de la fortaleza, entre cubos rellenos y derruidos. Uno se pregunta si aquí, en este espacio transfronterizo, no llegan los fondos europeos para que el viejo recinto pueda, aunque sólo sea, lavar su imagen y recuperar ciertos muros, ocultos tras corrales adosados y desvencijados. En el interior del que fuera patio de armas, algunas casas de vecinos y dos ancianos nonagenarios con los que intercambian palabras de salutación y de los que se despiden deseándose salud y suerte.
Después de caminar por el paseo de ronda y de volver sobre sus pasos, los viajeros abandonan el campo de Argañán y se dirigen a Portugal. Apenas si perciben el paso entre los dos países, como no sea una señal verde a la derecha de la carretera con el anuncio del país, en mayúsculas. Por el contrario, el paisaje es el mismo, de planalto, antes de atravesar las estribaciones serranas. Luego viene Aldeia da Ponte, tierra de toros, capeia y forçao, como es costumbre en estos pueblos rayanos. A las once, diez hora portuguesa, están en Alfaiates. Es día de Todos los Santos, pero todavía no hay movimiento en la villa. En el Largo del Castelo bajan de su motorizada montura y, casi como contraste, les saluda un viejo potro de herrar las cabalgaduras. Aquí sí parece que ha llegado el maná de Bruselas. Un cartel anuncia que el castelo está en restauración. La entrada a la fortaleza se abre hacia la praça de Braz Garcia de Mascarenhas, en cuyo centro se ubica blanco busto de piedra, con podium aún sin anclar al pavimento. Presiéntese pronta inauguración.
Al lado del castillo se descubre otra estatua, esta vez de cuerpo entero, que señala la Taberna del Rei. Se preguntan los recién llegados de qué monarca se trata, si de Alfonso IX de León, que dio fuero a Alfaiates hacia 1227 o de D. Dinis de Portugal que, tras el tratado de Alcañices, rescató la villa. Mas bien se decantan por el portugués, sobre todo después de observar que el escudo real con las quinas, la cruz de Cristo y las esferas armilares, campea sobre la puerta de la fortaleza. Tras recorrer las calles y rincones, los viajeros abandonan la villa, perseguidos por el sonido broncíneo de una campana que no cesa de sonar, y se dirigen hacia Sabugal.
Cuando pasan por Nave se topan con gente que lleva ramos de flores al camposanto. Hay coches con matrículas del país y también otras, francesas, pues esta zona de la Raya es tierra de emigración, a Francia, a Suiza o a Lisboa. También del lado español sucede lo mismo, sólo que éstos, además de ir allende el Pirineo, cambian el Manzanares por el Tajo.
En Rendo, una placa anuncia la ermita de Roque Amador, viejo culto ligado a las peregrinaciones jacobeas. Pronto estarán los viajeros llegando a Sabugal, antigua villa del reino de León a los pies de un Côa cantarín. Pero ahora es preciso hacer un alto en el camino y premiar el cuerpo, antes de encarar la subida a la roca de Sortelha.
Foto: Castelo de Alfaiates y río Côa.

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martes, junio 12, 2007

Hoces de Cuenca (y 3)

LA ESTELA DE FRAY LUÍS
Por José Ignacio Martín Benito

Ya se dijo que Santa Bárbara sólo trajo la llovizna, pero no los truenos. Hoy es lunes, cinco de diciembre y el santoral dice que es la festividad de algunos eremitas, abades, mártires y obispos; ignoran los viajeros si alguno de ellos estuvo por la serranía, pero no parece.
La mañana ha amanecido gris. Antes de tomar dirección a la Mancha, los visitantes han decidido iniciar la subida al castillo, para contemplar la panorámica de la ciudad, entre las hoces. Del lado del Huécar le sorprende la ventisca y la lluvia: la primera vuelve los paraguas y la segunda, además de mojar el objetivo de la cámara fotográfica, sumerge en una neblina el tajo del río, la catedral y las colgadas casas. Así que será mejor ponerse a resguardo y buscar el amparo del caserío.
Son las diez de la mañana. La casa Zabala, sede de la fundación del pintor Antonio Saura, no abre hasta las once. Los viajeros deciden que volverán por la tarde, pues tienen decidido ir en busca de las ruinas de Valeria, y de los castillos de Garcimuñoz y de Belmonte. Cuando abandonan la ciudad, por la carretera de Valencia, las nubes tienden a desaparecer y el sol comienza a abrirse paso entre los claros. En el camino del sur, pronto Cuenca y la serranía van quedando atrás.
Valeria se hace desear. Alguien les informó que quedaba más cerca. Pero el campo es amplio y las poblaciones pocas. Cuando la impaciencia arrecia y menos lo esperan, intuyen que han llegado. Pronto un indicador en la carretera lo confirmará. Los viajeros llegan al corazón de Valera de Arriba, en busca de las ruinas, que no encuentran. Vuelven sobre sus pasos por una calle abajo y, sin mucha dificultad –ahora sí- llegan a la entrada del despoblado.
A pesar de la soleada mañana, hace frío, acentuado por el viento. Lo primero con lo que se topan los viajeros es con las ruinas del foro, donde no ha mucho que se han hecho excavaciones, a juzgar por las huellas del terreno. Los visitantes no pueden por menos de evocar otros lugares y otros tiempos, cuando ayudaban a desenterrar el pasado escondido.
En la acrópolis hay restos de un castillo y de una iglesia. Del castillo apenas queda sino un paredón, mientras que el templo está techado por la bóveda celeste. En este lugar, en aras de la arqueología se ha profanado el sueño eterno de los que allí fueron enterrados. Sepulturas vacías en el exterior dan fe de ello, a la entrada de lo que otrora fuera templo. De todo apenas quedan las señales.
Los ecos de los que fueron ya no están. La tierra ha dormido casi dos mil años. La ciudad abandonada o destruida, convertida en era y aun en camposanto. Una cruz recuerda que no hace mucho se desmanteló el viejo cementerio, que los antepasados y los naturales de la actual Valeria habían ubicado sobre el antiguo foro. ¡Qué mejor lugar para el descanso! Lo que un día había sido el foco más bullicioso de la ciudad romana, luego se convirtió en la morada del silencio eterno. Por allí también, en metálicas placas, se recuerda a Tiberio y a Drusila y al culto imperial de la tarraconense. Parece ahora, que desde este lugar de Castilla- La Mancha, Tarragona queda muy lejos, pero más quedaba entonces Roma y, sin embargo, un aire de romanidad hervía en Segóbriga y en Valeria, como en tantas otras ciudades de Hispania.
De Valeria, por Almarcha hacia el hercúleo y macizo castillo de Garcimuñoz. Estamos ya en tierras manchegas, a la vera de la autovía que une Madrid con Valencia. Después del almuerzo en Almarcha, los viajeros prosiguen la ruta hacia Belmonte. Son poco más de las tres de la tarde, pero han decidido ir en busca de la huella de “los pocos sabios que en el mundo han sido”, en busca de Fray Luís.
En Belmonte el castillo es propiedad de la casa de Alba. Las taquilleras advierten a los visitantes que preguntan que se está a la espera de un convenio con la Junta de Comunidades y con el Ayuntamiento para su restauración y puesta en valor. La fortaleza presenta síntomas de abandono, lo que no impide que se pueda visitar. Hay por allí mucha reforma neogótica, gracias a la cual la construcción se ha mantenido a grandes rasgos.
Cuando los viajeros bajan de las torres y entran en la villa, se encontrarán con la estela de Fray Luís, en la plaza del Ayuntamiento, en un busto dedicado al agustino y también en la dedicatoria de una de las calles de la población. El silencio sólo es roto por unas obras en la casa consistorial y por el juego de unos chiquillos en la plaza. Las casas cerradas y las calles vacías. “Qué descansada vida”.
Junto a la iglesia colegiata de San Pedro están las ruinas del que llaman palacio de don Juan Manuel, que ahora intentan reconstruir con una escuela taller. Los viajeros rodean la iglesia, pero no encuentran acceso abierto. Normal, han venido a una hora vespertina un tanto intempestiva. Se preguntan si abrirán más tarde, pero no se quedan para comprobarlo y toman el camino de retorno para Cuenca. En Villaescusa de Haro se toparán de nuevo con otra iglesia dedicada al primer apóstol. Ciudad y provincia parecen rendir culto al portero del cielo. Eso piensan cuando, todavía en Cuenca, la casa Zabala les espera.
Fotos: Cementerio de Valeria y castillo de Belmonte.

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