La Crónica de Benavente

vallesbenavente@terra.es

jueves, mayo 15, 2008

El viaje del magistral (1)

CARPURIAS
Por José I. Martín Benito *
En el nombre de Dios todopoderoso, Padre e Hijo y Espíritu Santo, una esencia y divinidad y en el nombre de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero y Redentor universal del mundo, amén.
Entre las muchas andanzas que he tenido a lo largo de mi dilatada vida, recuerdo ahora, cuando me dispongo a entregar mi alma al Altísimo, las que me acaecieron en el año del Señor de 1553, cuando por mandado de su señoría, don Pedro de Acuña y Avellaneda, obispo de Astorga, realicé una visita a las tierras que están al sur de este obispado.
Partí de la ciudad una fría mañana del mes de enero con destino a Santa Marta de Riba de Tera, que es señorío de su ilustrísima, con el fin de supervisar las obras de la casa que allí se levantaba.
El viaje no lo hacía sólo, pues me acompañaba uno de los mozos de coro de la catedral, natural de Tardemézar, en el val de Vidriales. En su compañía, y con dos recias mulas del país, hicimos el viaje sin contratiempo alguno en dos jornadas, pasando la primera noche en el monasterio que los monjes benitos tienen en las cercanías de San Esteban de Nogales.
Apenas si tuvimos tiempo de visitar la iglesia y los sepulcros de los notables benefactores de aquella casa, pues la comunidad estaba de luto por la muerte del abad, ocurrida una semana antes.
Así que, respetando el dolor de los hermanos, no quisimos importunar más con nuestra presencia y, a la mañana siguiente, nos encaminamos a nuestro destino.
En poco más de una hora de marcha atravesamos la serranía de Carpurias y avistamos el valle desde las cumbres de Villageriz, que es una pequeña aldea sita en la parte baja del monte. Al pasar por Rosinos, que dista una legua corta de Villageriz, mi acompañante me contó cómo en aquellos parajes los labradores encontraban a menudo monedas y fragmentos de vasijas, por lo que se decía que allí estaba una antigua ciudad de los tiempos de los moros, a la que llamaban Sansueña.
Sería mediada la mañana cuando llegamos a Tardemézar, donde Alonsillo, el mozo, pudo con gran regocijo abrazar a sus padres y hermanos, sorprendidos por tan inesperada visita.
Como los días de enero son cortos y fríos, nos apresuramos a continuar nuestro viaje, apenas acabado el almuerzo, y poder así salvar las casi dos leguas que separan Tardemézar de San Marta. La tarde era fría y, aunque el sol todavía era alto, soplaba el cierzo, por lo que encogidos en nuestros capotes apenas si cruzamos dos palabras antes de llegar a nuestro destino.

(Continuará...)

* Trabajo premiado en el Certamen "Cuentos peregrinos", convocado por la Fundación "Ramos de Castro", en 2006.

Etiquetas:

martes, mayo 06, 2008

Relato de un legionario (y 5)

BRIGECIO
Por José I. Martín Benito

Pronto se vio que la herida tardaba en curar por lo que fui trasladado a Brigecio, una pequeña ciudad de los astures a orillas del Astura que había caído en nuestras manos y donde los pocos habitantes que quedaban no se mostraban muy hostiles. Por entonces entablé amistad con una muchaca, Attia Maldua, hija de Attio Reburrino, comerciante de sagos y otros artículos. Gracias a ella pude avisar a Carisio de la llegada de tres columnas del ejército de los astures que preparaban, esta vez sí, un ataque en masa contra nuestros campamentos. Su padre había visto movimientos de tropas al norte de Asturica en uno de sus viajes comerciales. Carisio cayó sobre los astures y desbarató sus planes. Montaban éstos, según pude saber, aquellos caballos pequeños y fuertes, de los que hoy enviamos muchos a Roma. No son tan veloces como los caballos lusitanos que se crían en las riberas del Tajo, pero son más duros y resistentes.
Nuestras tropas, después de una lucha encarnizada, tomaron Lancia, donde se habían refugiado los derrotados. A pesar de su fama de cruel, Carisio no destruyó la ciudad, desoyendo a los soldados que reclamaban se le pegase fuego.
Permanecí todavía varios meses en Brigecio hasta que Carisio nos licenció a algunos soldados y nos concedió tierras a orillas del río Anas, en un lugar al que llamó en nuestro honor Emerita Augusta. Con motivo de la fundación acuñó monedas, en cuyo reverso iban aquellas terribles armas de los astures: la caetra, la falcata y la punta de la maldita lanza que me atravesó la pierna. Yo todavía debería haber permanecido varios años en el ejército, pero la herida sufrida en la escaramuza del Eria y el haber avisado al legado de la concentración de tropas enemigas que venían sobre nosotros, me valió el reconocimiento como veterano. La guerra tardaría todavía algún tiempo en concluir. Después de varios generales, tuvo que venir a Hispania Marco Agripa, el más experto militar romano.
Por entonces, Attia Maldua y yo, ya estábamos disfrutando de nuestra casa en la nueva colonia, donde comenzaba a levantarse la ciudad que pronto se convertiría en la capital de Lusitania. Cuando años después paseaba con mis dos hijos varones por el foro emeritense, no pude por menos de recordar lo que mi padre había dicho aquella mañana de las Idus de Marzo. Roma era para mí ya un recuerdo y el foro de Emerita me parecía lo más deslumbrante del mundo.

Fotos: Soldados con sagum. Puente sobre el río Anas (Mérida). Moneda de Carisio acuñada con motivo de la fundación de Mérida.

Etiquetas:

relojes web gratis