La Crónica de Benavente

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martes, febrero 28, 2006

Hace 384 años

BERNARDO DE ALDRETE LLEGÓ A BENAVENTE
Era un “Martes de Carnestolendas”
J. I. Martín Benito

Benavente ha sido y es zona de paso hacia Galicia. Son estos caminos de Santiago, que utilizaron y utilizan los peregrinos en su paso o regreso de Compostela. Varios son los viajeros que han dado testimonio de ello.
Entre ellos cabe señalar a Bernardo de Aldrete, que llegó a la ciudad un Martes de Carnaval del año 1612.
Aldrete fue humanista, arqueológo y lingüista (Málaga 1560- Córdoba 1641). Canónigo de la catedral cordobesa, en 1612 inició una peregrinación desde esa ciudad hasta Santiago, remontando la vía de la Plata. A Zamora llegó con sus acompañantes el 15 de febrero y, después de haber descansado un día en la ciudad, el 17 tomaron el camino de Galicia dirigiéndose hacia La Puebla de Sanabria, a través de las comarcas de Alba y Aliste.
Los peregrinos llegaron a Compostela el día 23 de febrero. La vuelta la hicieron por la vía del Cebrero hacia la Meseta y Madrid. Salieron de Santiago el martes 28 de febrero, tomando el camino hacia Astorga y llegaron a Benavente el 6 de marzo, martes de Carnaval, invirtiendo, por lo tanto, siete jornadas. El día 7, miércoles de Ceniza, salieron de Benavente y atravesaron el Esla en Castrogonzalo, para tomar el camino real para Medina del Campo, Arévalo y Madrid; desde esta ciudad regresarían a Córdoba.
Bernardo de Aldrete dejó anotado en su diario su paso por Benavente, tal como reproducimos a continuación:
Março 6 [Astorga - Palacios de la Valduerna - La Bañeza - San Juan de Torres - La Nora del Río - Puente de la Vizana - Benavente: 62 km por la Via de la Plata] Martes de Carnesdetolendas mui de mañana, con mucho frio dexamos a Astorga i entramos en tierra de Campos, llaníssima i leguas mui largas, i fuimos tres leguas hasta los palacios de Valduerna. I de allí a la Bañeça ai una legua tan empantanada que avia en ella 27 alcantarillas, i el Conde de Miranda i Presidente de Castilla señor destos lugares mandó haçer una calçada mui costosa para este legua. La Bañeza es gran lugar i de gente mui rica. Un solo labrador tiene oi 24 mil fanegas de trigo. Buenas calles i plaças con sus portales i iglesias i conventos i buen palacio los señores. A una legua está la Torre, lugar pequeño, i luego a otra La Noria i a otra la puenta Beyzana. Aquí passa el rio Orbigo que baxa de las montañas de León, i viene mui poderoso. Passámoslo por una puente hecha de madera cubierta de rama i tierra no más ancha quanto passa una cavalgadura. Passámosla a cavallo, la puente temblava, el rio ancho o hondo i conocimos la temeridad que avíamos hecho en no apearnos. Caminóse la buelta de Benavente i a media legua de la villa passa el rio Orbigo que casi la ciñe i va Orbigo a entrar en el rio Esla, que tanbién desciende de las montañas de León. Ai de la Bañeça a Benavente seis leguas grandes. Entramos a las quatro en Benavente, i aunque estavan de Carnestolendas uviéronse cortesmente con nosotros. Es mui grande villa i mui rica i tiene grandes edificios, i lo es el palacio de los Condes i buenas calles i plaças, Iglesias i Conventos. Todo el edificio como lo mui bueno de Castilla, el Hospital del Conde es insigne, i mui buenas posadas, en particular la del Conde que es la mejor donde posamos. Por ser tarde no procuré ver el oratorio del Conde que es mui célebre en toda Castilla, assí de riquezas, de reliquias, como de pinturas, joías i ornamentos, i lo muestra su Excelencia con muchos gusto. Aquella tarde avia salido al campo.
Março 7 [Benavente - Villalpando - Mota del Marqués: 55 km por la N-VI] Miércoles de la ceniza salimos de Benavente al salir del sol con mucho frio i vientos i a cosa de una legua llegamos al rio Esla que va dividido en dos braços. El uno que lleva poca agua tiene una hermosíssima puente, el rio huió della y passó a otro lado donde va todo el golpe del agua que es mucha i todo el rio a inclinado a esta parte donde está començada otra puente. Peo pássase por una de madera como la de Orbigo, i la passamos con la misma temeridad, que reconocimos vista la pujança i furia del rio. Tres leguas adelante está un buen lugar que llaman el Aldea, i otra Villalpando, gran lugar con una buena plaça i bien proveida hasta azeitunas sevillanas i Cordovesas. Llegué a las onze i dixe missa i salí luego. El viento era mucho, i aviendo passado por dos lugares i un gran pinar vimos el castillo de la Mota puesto en un cerro alto, i abaxo se descubren algunas casas. Era tarde i el frio mucho, i ivamos cansados de las cinco leguas grandes que ai de Villalpando a la villa de la Mota, donde entramos. Es buen lugar, cabeça de Marquesado.
Grabado: Nadie nos conoce, de Francisco de Goya.
Este artículo puede verse también en:

El Memorial de Salazar (II)

POZO AIRÓN (II)
por J. I Martín Benito

Fue que atamos varios cabos de soga a dos robles cercanos y el extremo suelto lo anudamos a nuestra cintura con gran firmeza, para utilizarlo a modo de escala y, con sumo cuidado y sintiéndonos seguros, comenzamos a bajar. Lo hicimos dos de los hombres que llevábamos y yo mismo, que el beneficiado se excusó diciendo que andaba algo suelto del vientre. Mientras, el tercero de los hombres vigilaba la boca del pozo e iba soltando lentamente la cuerda, a medida que descendíamos. Mi criado bastante tenía con cuidar de las caballerías, que tampoco era mozo intrépido.
No recuerdo muy bien cuánto tardé en bajar, aunque a mí se me hizo, en honor de la verdad, una eternidad y eso que el descenso no tendría más de diez varas. Cuando por fin lo hice, abajo me esperaban mis dos compañeros de aventura que, según supe, no era la primera vez que descendían a aquel abismo. En el fondo, rocas desprendidas y tierra amontonada de alguna escorrentía, indicaban que el lugar llevaba muchos años abandonado.
Liberados de las escalas comenzamos a caminar por una galería ligeramente descendente, en fila de a uno, pues la holgura de la misma no daba para ir en compaña. A los pocos pasos se fue perdiendo la claridad que venía desde el cielo y las sombras se fueron adueñando de aquel espacio, por lo que tuvimos que prender las teas que llevábamos consigo. Después de caminar unos doscientos pasos, llegamos a una especie de sala, más o menos circular, donde podrían caber bien holgadas veinte personas, que tenía una especie de poyo corrido alrededor de la pared y, en el centro, una gran piedra, hija de la roca madre, que no había sido desbastada. Uno de mis acompañantes dijo que allí se reunían las noches de plenilunio las brujas y hechiceros para hacer sus conjuros y adorar al demonio, que en forma de macho cabruno colocaban sobre la roca, y a él se lo había contado su abuelo, cuando de niño bajó por vez primera a aquellos dominios. De la sala salía de nuevo otra galería, esta más estrecha que la anterior. Una boca de aire nos dio en la cara y apagó la llama de uno de los hachones y luego comenzamos a oír como silbidos muy agudos, lo que según contaron mis acompañantes era el aliento del diablo y su llamada, por lo que desistían de continuar, que de allí nunca habían pasado por ser cristianos temerosos de Dios y de las fuerzas del averno.
Continuará...
Ilustración: El aquelarre, de Francisco de Goya.

lunes, febrero 27, 2006

El Memorial de Salazar (I)

Esta semana verá la luz "El Memorial de Salazar", un relato sobre el obispado de Ciudad Rodrigo en el tránsito del siglo XVI al XVII, visto por los ojos de un clérigo al servicio de su ilustrísima, el prelado Martín de Salvatierra. Uno de los capítulos está dedicado al "Pozo Airón", del que hablábamos ayer en estas páginas.
Como antesala a la publicación del Memorial de Salazar, insertamos aquí, en dos entregas, el capítulo dedicado al "Pozo Airón".
VIII. POZO AIRÓN

Como siempre me han resultado curiosas las cosas antiguas, cuando la ocasión lo requería interrogaba a los curas de las aldeas sobre el particular. Fue así que, recién llegado a este obispado, cuando por mandado de su señoría reverendísima realicé visita a Castillejo de dos Casas, llegué a tomar conocimiento de la sima que dicen el Pozo Airón. Tales cosas me contó el beneficiado de este lugar que le rogué que me acompañara para verlo con mis propios ojos y formarme cabal idea del mismo.
El citado pozo se encuentra en la sierra de Campaneros, en la cercanía del camino de Ciudad Rodrigo a Vitigudino. Nos levantamos temprano, para poder así esquivar mejor el calor, pues era entrado el mes de junio. En compañía de tres hombres que conocían el paraje, allá que nos acercamos el beneficiado, el criado que me acompañaba y yo. Íbamos provistos de varias varas de soga y de hachones, pues decían los lugareños que la bajada arrojaba cierto peligro y al cabo de unos metros comenzaba a perderse la luz solar. Habrían transcurrido cerca de dos horas de marcha, sorteando peñas, tomillo, jarales, encinas y robles cuando llegamos a nuestro destino. De pronto advertí que el sol se había ocultado tras unas negras nubes, que los trinos de los pájaros habían cesado y que los grillos y chicharras guardaban silencio. Advertí también que los lugareños e, incluso, el cura, se santiguaban y humillaban la cabeza.
No he de negar a Vuestra Majestad que sentí un escalofrío cuando pude asomarme a aquella boca de garganta profunda que se abría hacia el interior de la tierra y que, según contaban algunos, comunicaba con la misma morada del diablo. Pero repuesto y anteponiendo el raciocinio a la debilidad y el valor al miedo, iniciamos los preparativos para poder descender a la sima. Yo contaba entonces cincuenta y cinco años de edad y por mi naturaleza, y porque el Señor no me había retirado cierta soltura –que siempre he sido de complexión delgado-, había tomado la decisión de que lo que hubiera allí abajo debía verlo con vista de ojos.
(Continuará...)

domingo, febrero 26, 2006

Mañana, lunes 27 de febrero

Primera entrega del capítulo "El Pozo Airón", en el Memorial de Salazar.
Contenido: Ginés Gómez de Salazar, acompañado de varios hombres, se dispone a bajar a la sima conocida como "Pozo Airón", sobre la que corren varios rumores, leyendas y supersticiones.

sábado, febrero 25, 2006

Parajes de la Tierra de Ciudad Rodrigo

EL POZO AIRÓN
J. I. Martín Benito

En el término de Ciudad Rodrigo, en la Sierra de Camaces, existe un pago denominado Pozo Airón (MTN, Hoja 500, edición 1945). Recuerdo haber visitado el lugar y bajado a él hace unos 25 años, en compañía de algunos miembros de la Asociación Amigos de Ciudad Rodrigo. Se trata probablemente de una antigua mina. Quizás sea el mismo que cita el padre Morán en su Reseña Histórica y Artística de la provincia de Salamanca (1946), aunque no está en término de Sahelices, como parece inferirse de la cita que da el agustino.
Seguramente se trata del mismo lugar al que se refiere Casiano Sánchez Aires, en su Breve Reseña Geográfica, Histórica y Estadística del Partido Judicial de Ciudad Rodrigo (Ciudad Rodrigo 1904, pág. 178). El autor lo situa en el término de Castillejo de Martín Viejo y escribe de él lo siguiente:“No llama menos la atención de aquellas sencillas gentes otro sitio en término de Castillejo, titulado el Pozo Airón en la sierra de Campaneros, camino de Ciudad Rodrigo á Vitigudino, cisterna profunda formada de varios y sinuosos cuerpos, acerca de la cual se cuentan curiosas y fantásticas anécdotas. ¡Quién dice que es la boca de un tunel que antiguamente comunicaba con dicha ciudad!: quien, que tenía comunicación con el Agueda, en prueba de lo cual añaden que algunas cabras que allí se despeñaron, parecieron después en el rio á legua y media de distancia!: otros, que arrojaron en dicho pozo un perro vivo, y fué á encontrar salida en el Piélago Sordo: que ha sido cueva de ladrones!! que... pero lo probable es que sea una escavación hecha para explotar alguna mina de hierro, como lo indica la constante oxidación que se observa en los bordes de su entrada”.
César Morán escribe en su Reseña: “En lo alto aparece Sexmiro, y más abajo el puente sobre el Agueda que enlaza las dos orillas, la de Sahelices, donde se ve una antigua mina de hierro llamada el pozo Airón, divinidad de las simas insondables, con la orilla izquierda de Barquilla, donde hay otro verraco ibérico...” (Salamanca, 1946, pág. 23).
En alguna información web se dice que está en término de Castillejo y que hay “decenas de leyendas en el pueblo”. Desde luego, no es “una mina de sílex”, como se ha dicho en alguna ocasión.
Relativamente cerca de Ciudad Rodrigo, en los Arribes del Duero, en Pereña, hay otro lugar al que llaman Pozo Airón. Se trata de una caverna excavada por el agua. Aquí se darían cita, por tanto, dos de los elementos al que Airón va asociado: una cavidad y el agua. Puede verse esto en
En el libro que trata de la Descripción de España (Las Antigüedades de las ciudades de España, Madrid 1792, pág. 175), cuenta Ambrosio de Morales, que cerca de la villa llamada el Castillo de Garci Muñoz, en la Mancha, hay un lago del mismo nombre, no muy grande, pero muy profundo, al que no se le conoce fuente ni manantial “y sustenta en todo tiempo su lleno de una manera. Y por ser aquella tierra tan seca es más notable y extraña aquella abundancia de agua allí queda y estantía”.
En España hay más de sesenta topónimos "Airón", ligado a las aguas, a las fuentes y al mundo subterráneo.
Airón fue una divinidad indígena prerromana del occidente europeo. Su culto se registra tanto en Francia como en la Península Ibérica, asociado al agua (fuente de vida) y a la vegetación, pero también a las profundidades y al inframundo.
Para saber más sobre esta divinidad:
http://es.wikipedia.org/wiki/Airón

Parajes de la Tierra de Ciudad Rodrigo

EL POZO AIRÓN
J. I. Martín Benito
En el término de Ciudad Rodrigo, en la Sierra de Camaces, existe un pago denominado Pozo Airón (MTN, Hoja 500, edición 1945). Recuerdo haber visitado el lugar y bajado a él hace unos 25 años, en compañía de algunos miembros de la Asociación Amigos de Ciudad Rodrigo. Se trata probablemente de una antigua mina. Quizás sea el mismo que cita el padre Morán en su Reseña Histórica y Artística de la provincia de Salamanca (1946), aunque no está en término de Sahelices, como parece inferirse de la cita que da el agustino.
Seguramente se trata del mismo lugar al que se refiere Casiano Sánchez Aires, en su Breve Reseña Geográfica, Histórica y Estadística del Partido Judicial de Ciudad Rodrigo (Ciudad Rodrigo 1904, pág. 178). El autor lo situa en el término de Castillejo de Martín Viejo y escribe de él lo siguiente:

No llama menos la atención de aquellas sencillas gentes otro sitio en término de Castillejo, titulado el Pozo Airón en la sierra de Campaneros, camino de Ciudad Rodrigo á Vitigudino, cisterna profunda formada de varios y sinuosos cuerpos, acerca de la cual se cuentan curiosas y fantásticas anécdotas. ¡Quién dice que es la boca de un tunel que antiguamente comunicaba con dicha ciudad!: quien, que tenía comunicación con el Agueda, en prueba de lo cual añaden que algunas cabras que allí se despeñaron, parecieron después en el rio á legua y media de distancia!: otros, que arrojaron en dicho pozo un perro vivo, y fué á encontrar salida en el Piélago Sordo: que ha sido cueva de ladrones!! que... pero lo probable es que sea una escavación hecha para explotar alguna mina de hierro, como lo indica la constante oxidación que se observa en los bordes de su entrada”.

César Morán escribe en su Reseña: “En lo alto aparece Sexmiro, y más abajo el puente sobre el Agueda que enlaza las dos orillas, la de Sahelices, donde se ve una antigua mina de hierro llamada el pozo Airón, divinidad de las simas insondables, con la orilla izquierda de Barquilla, donde hay otro verraco ibérico...” (Salamanca, 1946, pág. 23).
En una página web se dice que está en término de Castillejo y que hay “decenas de leyendas en el pueblo”. Desde luego, no es “una mina de sílex”, como dice dicha página.
Relativamente cerca de Ciudad Rodrigo, en los Arribes del Duero, en Pereña, hay otro lugar al que llaman Pozo Airón. Se trata de una caverna excavada por el agua. Aquí se darían cita, por tanto, dos de los elementos al que Airón va asociado: una cavidad y el agua. Puede verse esto en
http://personales.com/espana/salamanca/Perena/Airon/htm
Hay fotos.
En el libro que trata de la Descripción de España (Las Antigüedades de las ciudades de España, Madrid 1792, pág. 175), cuenta Ambrosio de Morales, que cerca de la villa llamada el Castillo de Garci Muñoz, en la Mancha, hay un lago del mismo nombre, no muy grande, pero muy profundo, al que no se le conoce fuente ni manantial “y sustenta en todo tiempo su lleno de una manera. Y por ser aquella tierra tan seca es más notable y extraña aquella abundancia de agua allí queda y estantía”.
En España hay más de sesenta topónimos "Airón", ligado a las aguas, a las fuentes y al mundo subterráneo.
Airón fue una divinidad indígena prerromana del occidente europeo. Su culto se registra tanto en Francia como en la Península Ibérica, asociado al agua (fuente de vida) y a la vegetación, pero también a las profundidades y al inframundo.
Para saber más sobre esta divinidad:

jueves, febrero 23, 2006

Romper y fracturar (y II)

Sinónimos o antónimos
2. Fracturar
J. I. Martín Benito


Fracturar es quebrar, abrirse en dos. Se fracturan los imperios, las piernas y el cráneo. El accidente puede resultar irremediable, sobre todo si han pillado órganos vitales.
Los imperios los tienen. Odoacro y sus ostrogodos entraron en 476 en Roma y aquello fue el principio del fin de la quiebra. En verdad, la fractura del Imperio Romano había comenzado mucho antes, pero sus contemporáneos no fueron capaces de darse cuenta. A la postre Hispania siguió su derrotero, lo mismo que hicieron Britania, la Galia y la Mauritania Tingitana. El sueño de Trajano se fue a pique. Otro tanto pasó también con los imperio austro-húngaro y británico.
Miles de fracturas nos acosan a diario. Los medios informativos hablan a menudo del riesgo de fractura social o de fractura étnica. En Irak, desde que los "tres tenores" tomaron la decisión de invadir Mesopotamia, han pasado muchas cosas. Se fracturó el Museo Nacional y, con ello, se desperdigó el arca de una civilización. Y es que la fractura puede llevar, incluso, al enfrentamiento. Sunnitas y chiítas se acusan mutuamente, mientras el odio se apodera de la fértil Babilonia. En aquella tierra hace mucho tiempo que los jardines colgantes se marchitaron y que la flor dio paso al fusil. El sueño de Nabucodonosor también se esfumó.
Esto de partirse en dos no gusta a nadie. Un as del balompié se fractura el menisco o la tibia y los directivos comienzan a contar en euros el tiempo de la recuperación; sobre todo si a partir de la lesión, el equipo, solidariamente, también se resiente. De todos modos, la lesión del Ronaldo de turno no es comparable a la tragedia iraquí, aunque se hable tanto de una como de otra. La fractura del jugador soldará: es cuestión de tiempo. La otra no; las fracturas sociales, étnicas o religiosas, tardarán generaciones en hacerlo. El que no lo crea, puede preguntarlo en Bosnia.
Menos dañina es la fractura de la roca, estallada por el hielo que presiona en su interior. Múltiples pedazos rodarán después ladera abajo y, empujados por los torrentes, se convertirán en cantos, en gravas o en finísimas arenas.
Pero para que esas partículas lleguen a formar un delta, hace falta tiempo y el concurso del agua y de la sedimentación. La violencia se produce más arriba, en el curso alto del río. Allí chocan y se quiebran. También en las relaciones humanas y entre los propios pueblos, deberán pasar años, lustros y generaciones, para que las heridas abiertas por cualquier fractura individual o colectiva acaben perdiendo vigor y sedimentándose.

Foto: La acción del hielo resquebraja y fractura las rocas y Van Heemskerck: Jardines colgantes de Babilonia.

El oro del Águeda

El oro del Águeda es un artículo que se acaba de publicar recientemente en el libro que Ciudad Rodrigo dedica a su Carnaval 2006. Concretamente se recoge en las páginas 417-422.

José I. Martín Benito

Debía tener yo 11 años cuando oí por vez primera hablar de las arenas auríferas del Águeda. Fue en la escuela del Patronato de San José, en un aula compuesta por unos 35 muchachos, cuando un día el maestro, D. Antonio Fernández Retamar, nos dijo que el río que pasaba por Ciudad Rodrigo traía pepitas de oro. En una época como la de comienzos de los años setenta y, como era mi caso, viviendo en el Arrabal del Puente y, por tanto, a la vera del río, supongo que aquella revelación debió causarme impacto, pues nunca la olvidé. Como tampoco olvidé otra revelación de don Antonio: la leyenda del oso que de noche se acercaba hasta las obras de la catedral y destruía lo que por el día habían levantado los obreros. Pero esto último es otra historia y ahora quiero ocuparme de las pepitas de oro del río Águeda.
Con el tiempo, y a medida que iba conociendo más de cerca las obras que habían tratado sobre Ciudad Rodrigo, fui tomando conciencia que la aseveración que un día oyera a mi maestro no era ni mucho menos gratuita, sino que descansaba en fundamentados testimonios de los siglos XVIII y XIX. Ahora, recordando mi niñez y mi despertar a la historia de Ciudad Rodrigo, he querido reunir algunos de los textos que aluden a las arenas auríferas del Águeda y a los buscadores de oro.
Los textos que traigo a colación proceden de diversas fuentes de los siglos XVIII, XIX y XX. Todas ellas están impresas, por lo que no resulta complicada su localización. En cualquier caso, para ahorrar al curioso o interesado lector la molestia de reunirlas, las incluiremos aquí, no sin antes dar una breve información sobre la saca de oro en las arenas del río Águeda.

La explotación del oro
Desconocemos en qué momento comenzó la explotación de extracción de oro de los arenales del Águeda. Sí sabemos, por contra, que en época romana (s. I. d. C.) se explotaba la minería aurífera al pie de la Sierra de Francia, como lo demuestran los desmontes y toda una red hidraúlica de canales y depósitos, así como de restos arqueológicos de Las Cavenes en El Cabaco[1]. El área está delimitada al oeste por el regato del Zarzosillo y al este por el río Gabín, ambos afluentes del arroyo del Zarzozo, una las corrientes que da origen al río Yeltes (foto 1).

Foto 1. Fotografía aérea del área de Las Cavenes (El Cabaco).

De la riqueza de oro en Hispania en época romana, ya habla Estrabón, en su Geografía. Concretamente en el libro III, 2, 8 dice:

El oro no se extrae únicamente de las minas, sino también por lavado. Los ríos y torrentes arrastran arenas auríferas. Otros muchos lugares desprovistos de agua las contienen también; el oro, empero, no se advierte en ellos, pero sí en los lugares regados, donde el placer de oro se ve relucir; cuando el lugar es seco, basta irrigarlo para que el placer reluzca; abriendo pozos, o por otros medios, se lava la arena y se obtiene el oro; actualmente son más numerosos los lavaderos de oro que las minas... Dícese que a veces se encuentran entre los placeres del oro lo que llaman “palas”, pepitas de un “hemílitron”, que se purifican con poco trabajo[2].

También Plinio se refiere a ello:

“ .. [El oro] se encuentra en pepitas en los ríos; como en el Tagus de Hispania... no existe oro más puro, apareciendo pulido por el curso y frote del agua... Además los montes de las Hispaniae, áridos y estériles, en los cuales no nace ninguna otra cosa, son forzados a ser fértiles en este bien[3].

De las diversas noticias se infiere que también las corrientes del río Águeda y sus afluentes arrastraban arenas auríferas (foto 2). Cuando el nivel de las aguas descendía, lo que debía ser a finales de la primavera y durante el verano, varias cuadrillas de hombres cavaban en los arenales del río, recogían la grava en cestos y la sometían a un intenso lavado. La depuración final la hacían en bateas o cuencos de madera, de manera que el oro, más pesado, se identificaba porque quedaba abajo y relucía con el resplandor del sol.
Los arenales que se explotaban, según la información del corresponsal de Madoz, estaban frente a Valdespino y en El Palomar, esto es, aguas arriba y abajo de la ciudad, respectivamente. Las cuadrillas que se dedicaban a esta actividad procedían de la provincia de Cáceres. A finales del siglo XVIII, Ponz refiere que las arenas la “sacan los Jurdanos” y a mediados del siglo XIX, Madoz informa que las cuadrillas están compuestas por “individuos naturales de Montehermoso de Estremadura”.
Ignoramos el origen de esta actividad en Ciudad Rodrigo. Sánchez Cabañas, en su Historia civitatense, no da noticia alguna. Sí la da el Libro del Bastón, hacia 1770, dando a entender que la explotación de las arenas se venía realizando desde tiempo atrás. A principios del siglo XX la recogida del oro se había abandonado, pues su extracción resultaba poco productiva.
Respecto al tamaño el oro, Madoz indica que se presenta “en pequeñas laminitas ó particulas” (foto 3), aunque en algún caso, como refiere el Libro del Bastón, se llegó a hallar alguna pepita del tamaño de “un grueso garbanzo”. El oro extraído era vendido en la propia ciudad, en Salamanca y en Madrid. Aunque no se conocía el origen o “criadero aurífero”, se suponía -como lo hacía J. Vázquez de Parga- que la procedencia de las arenas estaba en las arroyadas que descendían de las sierras situadas al sur de la ciudad.

Foto 2. Río Águeda a su paso por Ciudad Rodrigo

Los testimonios
Una de los primeras referencias conocidas sobre el oro del Águeda es la que proporciona el Libro del Bastón, compuesto hacia 1770[4]. En el capítulo de Historia natural, cuando se refiere al río Águeda, luego de enunciar sus arroyos, se informa:

Las aguas de él son delgadas, y saludables y lo principal que en sus corrientes se coge oro entre las arenas, bien que no se pueda afirmar si de él o de cual de los que se le agregan probiene, y sí que ha avido en la Capital Comercio de muchos dedicados a comprarle a los que se emplean en la saca, y aunque sigue, no es tanto como algunos años hace pues ahora concurren los vendedores a Salamanca y aquí se ha visto y apreciado pedazo hallado tan grande como un grueso garbanzo y purificado naturalmente en las corrientes sin haber entrado al crisol”.

Foto 3. Pepitas de oro halladas en Navasfrías.

Algo más tardía es la noticia de Antonio Ponz, que debe a su corresponsal, el canónigo de Ciudad Rodrigo Simón Rodríguez Laso y, en el tiempo en que Ponz publica la carta última del Viage de España[5], rector del Colegio de los Españoles en Bolonia. La referencia al asunto del oro es escueta, pero precisa.

Pasa por junto á Ciudad-Rodrigo el rio Agueda, que incorporado con otros entra en Duero junto á la Villa de Frexeneda, y nace cerca de la sierra de Xalama. Hay en la ribera sus arenas de oro, que conocen, y sacan los Jurdanos.”

Autores posteriores, como Paula Mellado y, también, Madoz, se harán eco de Ponz, al referirse al río como “de arenas de oro”. Hay que hacer notar, no obstante, que Sebastián Miñano y Bedoya, en su Diccionario, obra considerada como precursora del diccionario de Madoz, no haga ninguna mención a las arenas auríferas del Águeda, limitándose a describir el recorrido y márgenes del río[6].
Sin duda, los testimonios más interesantes en cuanto a información suministrada son de Francisco de Paula Mellado y de Pascual Madoz, de mediados del siglo XIX. El primero de ellos lo deja en sus Recuerdos de un viage por España[7]. A su llegada a la ciudad, advierte la actividad a orillas del Águeda.

- (...) Supongo que ese pueblo que se vé ahi es Ciudad-Rodrigo.
- Si señor, esa es, contesto el calesero.
- ¿Y que hacen tantas cuadrillas de hombres cavando en el río? (foto 4)
Yo fijé la vista y observé que en efecto había una porcion de hombres trabajando con afan.
- Buscan oro, dijo con indiferencia el mozo.
- ¡Oro! ¿qué dice vd. hombre de Dios?... ¿Con que estamos en un pais donde para ser millonarios no hay mas que meterse de patas en el rio y dar cuatro picotadas?
- No te burles, Mauricio, repliqué yo, que el señor ha dicho la verdad. Ese rio se llama Agueda, nombre que me trae su origen de la palabra griega agattos, lo mismo que bueno, aludiendo á lo cristalino y limpio de sus aguas: nace en las vertientes de Jalama, á ocho leguas de aqui, y engrosándose con varios arroyos entra en el Duero en las inmediaciones de Fregeneda, doce leguas más adelante; de modo que tiene un curso de veinte leguas. Ponz le llama el rio de la arenas de oro, porque las trae en efecto, y mas de un poeta célebre ha pulsado la lira en su honra.
- Todo eso está muy bien, pero á mi lo de las arenas de oro es lo que mas me interesa. ¿Las trae en mucha abundacia?
- En mucha no, pero bastantes para recompensar los afanes de los que las buscan. Esos hombres vienen por esta temporada en que bajan las aguas, cavan en los sitios que ellos ya conocen, sacan la arena, la lavan y depuran, y á fuerza de constancia de tiempo reunen algunos adarmes de oro que venden en la ciudad ó en Madrid á buen precio, porque la calidad es escelente.
- ¿Y cómo no se han hecho investigaciones para hallar el origen de esa arenas?... Porque si el rio las trae, claro es que ó el mismo río ó cualquiera de los arroyos que lo enriquecen, pasan por algun punto donde este metal existe en abundancia.
- Asi opinan todos, y ya comprenderás que se habrán hecho esquisitas diligencias para encontrar el criadero, pues la cosa bien merece la pena; pero hasta ahora todas han sido inútiles.
En este razonamiento llegamos á las puertas de la ciudad, que pudimos recorrer aquella misma tarde, pues su recinto es pequeño.

Por su parte, el corresponsal del Diccionario de Madoz, al ocuparse de la descripción y curso del río Águeda, informa:

La principal utilidad de este río, de arenas de oro, como dice Ponz, y cuyas aguas puras y cristalinas han sido objeto de sonetos y composiciones de muchos poetas célebres, consiste en dar movimiento á algunos batanes y muchos molinos harineros...[8]

Sin embargo, cuando se refiere a Ciudad Rodrigo, es más explícito sobre las arenas auríferas:

Atraviesa el espresado término el rio Agueda, sobre el que hay un puente magnifico en esta ciudad, y entran en aquel distintos regatos. Pásase por diferentes vados, que desde el valles (sic) hasta el Pizarral se encuentran el de Cantarranas, el de los molinos de los Alisos, el del Puente, el de Barragan, el de Palomar, el del Oro y el del Carbonero. Tiene de notable este rio las muchas arenas de oro que arrastran sus corrientes. En la estacion de su mayor sequia se presentan varias cuadrillas, compuestas de 12 individuos naturales de Montehermoso de Estremadura, quienes hacen grandes zanjas en los sitios para ellos ya conocidos, en los arenales del rio frente á Valdespino y Palomar, recogen el escombro en cestos, tiran lo grueso, lavan lo menudo hasta la última depuracion, que la hacen en cuencos de madera, quedandose el oro en el fondo, y á los lados de aquellos, el que perciben y distinguen perfectamente al resplandor del sol, que se presentan en pequeñas laminitas ó partículas; comunmente corresponde a cada individuo 3 ó 4 adarmes de este metal precioso que sale muy puro".

Foto 4. Bateadores de oro

Manuel González de la Llana, en su Crónica de la provincia de Salamanca (1869), indica como riqueza las minas de oro, pero de manera general, sin especificar lugares.

Como otra de las riquezas del suelo de la provincia pueden contarse las minas que contiene, entre las cuales las hay auríferas, de hierro, de cobre, de plomo, de cristal de roca, alumbre y salitre”.

Quizás no conociera la práctica de extracción de pepitas a orillas del Águeda, pues cuando se ocupa de los recursos minerales del distrito de nuestra ciudad sólo señala “criaderos de hierro y plomo”[9].
Mejor información parece manejar Jacinto Vázquez de Parga y Mansilla en su Reseña geográfica-histórica de Salamanca y su provincia (1885). En el capítulo XIX, al ocuparse de las minas del partido de Ciudad Rodrigo, escribe[10]:

El oro, en pequeñas pajuelas, se halla en los arrastres del Agueda, en algunos de sus afluentes y en alguna arroyada de las que descienden de las inmediatas sierras; pero hasta ahora no se conoce ningun criadero aurífero. Es de esperar que algun dia más conocido el terreno y segun se vaya desmontando ó abriendo nuevas vías de comunicacion, aparezcan nuevas muestras de metales, de los cuales deben de ser ricas las montañas de la parte S., segun se deduce de su constitucion geonóstica”.

La actividad fue decayendo, seguramente por lo poco productivo que resultaba la extracción del preciado metal (fotos 4 y 5). Se hace eco de ello la Enciclopedia Universal Ilustrada europeo-americana (c. 1908). Al referirse al Águeda, dice:

Río de la provincia de Salamanca, que nace en la sierra de Gata, junto á Portugal. Pasa por Navasfrías, Ciudad Rodrigo y Barba, desaguando en la orilla izquierda del Duero, cerca de Barca de Alba. Sirve de límite entre España y Portugal, lleva arenas de oro, y su curso es de 130 kilómetros. Recibe las aguas de multitud de afluentes por ambas márgenes. A principios del siglo XIX aún se ocupaban muchos hombres en lavar dichas arenas, segregando las partículas del precioso metal, cuya industria tuvieron que abandonar por el escaso rendimiento que producía”.[11]

Y en la voz “Ciudad Rodrigo” se encuentra:

En las aguas del río Águeda se pescan barbos, anguilas, tencas, truchas salmonadas y ranas, y en sus arenas hay partículas de oro que antiguamente fueron aprovechadas, pero dese hace mucho tiempo se ha abandonado su extracción por ser poco productiva[12]

Los modernos diccionarios enciclopédicos siguen registrando la noticia de las arenas auríferas del Águeda. Así, en la edición del Espasa-Calpe, de 1992, en la voz Águeda, leemos:

Río de España, provincia de Salamanca; nace en la sierra de Gata y desemboca en el Duero después de 130 km de curso. Sirve de límite entre España y Portugal; tiene numerosos afluentes y arrastra arenas auríferas”.
Foto 5. Actuales buscadores de oro en un río alemán

* Centro de Estudios Mirobrigenses.
[1] F. J. SÁNCHEZ PALENCIA y M. RUIZ DEL ÁRBOL, F. J: "Estructuras agrarias y explotación minera en Lusitania nororiental: la Zona Arqueológica de Las Cavenes (El Cabaco, Salamanca)". En J.-G. Gorges y T. Nogales Basarrate (coord.) Sociedad y cultura en Lusitania romana. IV Mesa Redonda Internacional: 343-358. Mérida 2000; F. J. SÁNCHEZ-PALENCIA, M. RUIZ DEL ÁRBOL y O. LÓPEZ: Propuesta de declaración como Bien de Interés Cultural: Zona Arqueológica de Las Cavenes (ZAC) (El Cabaco, Salamanca). Instituto de Historia. CSIC. (Memoria inédita). Madrid 2000; M. RUIZ DEL ÁRBOL y F. J. SÁNCHEZ-PALENCIA: “La investigación de paisajes culturales y su valoración como zonas arqueológicas: La zona arqueológica de Las Cavenes (El Cabaco, Salamanca)”. ArqueoWeb número 3 (1), abril 2001, www.ucm.es/info/arqueoweb/numero3_1/dossier3_1E.htm; 1997; M. GÓMEZ MORENO: Catálogo monumental de España. Provincia de Salamanca. Valencia 1967, pág. 53; C. MORÁN: Reseña histórico-artística de la provincia de Salamanca. Salamanca 1946, pág. 29; J. MALUQUER: Carta arqueológica de España. Tomo IV. Salamanca. Salamanca 1956, pág. 53.
[2] GARCÍA Y BELLIDO: España y los españoles hace dos mil años, según la “Geografía” de Strábon. Madrid 1945, Reed. 1980, pp. 86-88.
[3] GARCÍA Y BELLIDO, A.: La España del siglo primero de nuestra era (según P. Mela y C. Plinio). Madrid 1947. Reed. 1982, p. 188.
[4] Departamento de El Bastón de la muy noble y muy leal Ciudad de Ciudad Rodrigo. Año de 1770. Ed. Madrid 1929, pág. 29. Reed. Provincia de Salamanca, revista de estudios, nº 2, marzo-abril 1982, pág. 261. Salamanca.
[5] A. PONZ: Viage de España. Tomo XII, Madrid 1788, pág. 337.
[6] S. MIÑANO Y BEDOYA: Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal (1826-1829), t. I, pág. 52.
[7] F. PAULA MELLADO, DE: Recuerdos de un viage por España. Primera y segunda parte. Castilla, León, Oviedo, provincias vascongadas, Asturias. Madrid, 1849. Reed. facsímil, Madrid 1985. Tomo I, pp. 133.
[8] P. MADOZ: Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Madrid, 1845-1850. Reed. Ed. Ámbito, 1984, Salamanca, ed. facsímil, pp. 30 y 100.
[9] M. GONZÁLEZ DE LA LLANA: Crónica de la provincia de Salamanca. Madrid, 1869, pág. 60.
[10] J. VÁZQUEZ DE PARGA Y MANSILLA: Reseña geográfica-histórica de Salamanca y su provincia. Salamanca, 1885, pág. 75.
[11] Tomo III, Ed. Espasa-Calpe, pág. 603.
[12] Tomo XIII, Ed. Espasa-Calpe, pág. 561.

martes, febrero 21, 2006

Carta abierta a José Luís A. Coomonte

Querido José Luís:
Siento mucho que no todo el mundo entienda ni comprenda tu obra. El Arte es así. Cuestión de gustos, dicen algunos. Contra lo que se piensa, sobre gustos sí que hay mucho escrito: centenas y centenas de miles de páginas. ¿Qué si no es la Estética?
Nadie es profeta en su tierra, dicen. Yo creo que sí lo eres, a pesar de que algunos encuentren en tus “árboles” un motivo para la controversia política con el adversario.
No me preguntes cuál es el concepto de la estética ni de la escultura urbana de algunos. Ayer supimos que tus “árboles” y “El Quijote” se miden en euros.
Pero, no sé si quien lo ha dicho conoce tu obra, la escultura contemporánea o haya leído alguna vez a Cervantes.
Esto es simplemente una carta. Podría haber colgado en este blog –no sé todavía si no lo haré algún día- tu dilatada trayectoria, tu extensa obra y tu reconocimiento en el panorama artístico. Creo que en algunos círculos pocos cultivados, daría lo mismo. Ya lo vimos ayer.
Es verdad, querido José Luís, que los “árboles no dejan ver el bosque” -y eso que esto no es Dunsinania-. Menos mal que sólo trajiste dos; de lo contrario alguno se habría quedado ciego. Y ciego hay que estar para no darse cuenta de tu amor a Benavente y de la valía de tu obra. Hay que tener un espíritu poco despejado para medir tu obra en un montante de euros.
Seguro que algunos en “El Lazo” querrán ver un nudo, en lugar de una unión. Y eso es lo que tú representas: una simbiosis con esta tierra tuya –también mía de adopción- ¡qué lástima, para ellos, que no hayan podido deportarme a Ciudad Rodrigo!
No te veas flagelado, como tu Jesús. Los sayones que desprecian tu obra, pasarán. Pero la obra del hombre permanece. Permanecerá “El Lazo” y la “Alegoría de los Ríos” y también “Los árboles”; en la retina de los pequeños espectadores permanecerá para siempre ese bonachón de barba blanca contando cuentos una tarde de otoño en la casa de Solita. No sé si tendrán en su casa “el retrato de un su abuelo que ganara una batalla...”, pero Benavente sí que se enorgullece de contar entre sus hijos ilustres a una persona como tú.

Foto: "Árboles" de Coomonte, en la Plaza del Grano de Benavente.
Esta carta puede leerse también en
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Romper y fracturar (I)

Sinónimos o antónimos
1. Romper
José I. Martín Benito

Romper es separar una unidad, hacerla fragmentos. En la ruptura o rompimiento puede haber intencionalidad o ser fruto de la mera casualidad, que es lo más común. “Se cayó el jarrón y se rompió”. No pasa nada, si uno es habilidoso la pieza se puede recomponer; basta paciencia y un buen pegamento. Lo malo es si el jarrón era el de la abuela o si el accidente tuvo lugar en un museo y la porcelana era de la dinastía Ming. Entonces sí, entonces se puede hundir el cielo.
Siempre hay remedio cuando algo se rompe. Aunque sean las narices; lo más que puede pasar es que el tabique nasal quede desviado, pero hoy, con las modernas técnicas de la cirugía facial, le pueden dejar a cualquiera unas napias que ni los mismísimos Ovidio Nasón o Cirano de Bergerac. Puestos a buscar apéndices nasales, la de la propia Cleopatra: ¡qué nariz!.
Por lo tanto, romperse tiene algo más de accidente que de intención. Aunque ésta también entre en juego: “O jugamos todos o rompo la baraja”; y, claro, ante tamaña amenaza a uno no le queda más remedio que dar participación a todos o pone a buen seguro las cartas, no vaya a ser que pinten bastos.
Ahora dicen también algunos eso de que España se rompe. Ya lo decíamos ayer. Ni que este país fuera un simple y frágil huevo a punto de espachurrarse. Lo que verdaderamente se rompe, a veces, son las buenas maneras, el estilo, la tolerancia y el respeto. Cuando eso sí se rompe, la convivencia se resiente.
Y es que hay quien piensa que todo sirve, que lo mismo vale para un “roto” que para un descosido. Será mejor que quien esto sustenta se vaya a ver romper las olas, que esas hacen menos daño, sobre todo si se ven a distancia.
Pero da igual, hay quien no ve más allá que “Rompetechos” y por eso se dará de bruces contra el mismísimo amor. Lo peor no es ser un “rompecorazones”, sino que se lo partan a uno. A Carlos Cano, una noche de abril, de luna y claridad, se le rompió el corazón y el lamento se escuchó desde Ayamonte hasta Faro.
Foto: Rompeolas, en San Sebastián. Joaquín Sorolla, 1917.

lunes, febrero 20, 2006

Artículo de opinión

“SE ROMPE ESPAÑA” *
Por J. I. Martín Benito
La alcaldesa de Morales de Rey me dijo hace dos domingos, en un concurso gastronómico celebrado en su localidad, que Zapatero iba a romper España.
Esto de la ruptura lo he oído más veces, sobre todo desde que la derecha ultranacionalista se ha lanzado en una oposición sin cuartel a la yugular de ZP.
Creo que España empezó a "romperse" para los dirigentes del Partido Popular desde el momento en que, a consecuencia de sus propios errores, perdieron las elecciones el 14 de marzo de 2004. Pero, dado que cada día que pasa repiten esto de la ruptura con más insistencia, he procurado estudiar tal predicción, por si hubiera algo de cierto en ello.
Me he acercado a la geología, procurando ver una posible vía de fractura, alguna falla o rift que se resquebrajara y por donde pudiera entrar el agua del océano, como está pasando en el Mar Rojo; pero, a decir verdad, no he hallado ninguna grieta activa. Al contrario, la placa continental africana empuja la indoeuropea –no sólo en el sentido geológico-. En todo caso, si algo se rompe, no es España, sino África. El continente africano se rompe por las guerras, por las dictaduras, por el hambre, por la falta de desarrollo.
¿Por dónde se romperá, pues, España?, ¿de Norte a Sur, de Este a Oeste? Busco insistentemente las grietas predecesoras del cataclismo, pero objetivamente no las hallo.
Qué lastima que España no se rompa, podrá pensar alguien, ahora precisamente que algún aprovechado había comenzado a hacer negocio distribuyendo a diestro y a siniestro pegamento superrápido o vendiendo leznas de hierro vizcaíano e hilo de cuero toledano para coser la piel de toro. Ahora que el trío del ruido (Acebes, Zaplana y Rajoy) escenifican la ruptura con altisonantes y estridentes declaraciones, es cuando ellos mismos, los agoreros, han comenzado a distribuir vendas en forma de pliegos de firmas, que recogen en ayuntamientos, hospitales y delegaciones territoriales.
Mientras esto sucede, me digo, precisamente, si los auténticos rompedores no serán los que están provocando y generando el odio visceral hacia otros territorios de esta España nuestra, los mismos que se encaran en un establecimiento comercial si alguien les niega la firma; los mismos que quieren sustituir el diálogo por la crispación.

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domingo, febrero 19, 2006

Artículo de opinión

GIBRALTAR Y LANZAROTE
Por J. I. Martín Benito

El alcalde de Salamanca, Julián Lanzarote, se ha metido a vestir santos. Y falto como está de paño, no ha tenido más ocurrencia que desnudar a uno para tapar las vergüenzas de otro.
En su afán –quizás obsesión- por explotar al máximo el asunto de los papeles de Cataluña, ha decidido unilateralmente retirar el nombre a la calle Gibraltar, donde se encuentra el Archivo de la Guerra Civil española, y trocarle el nombre por el de “calle del Expolio”.
¿Cabe interpretar este gesto como que Lanzarote –esto es el PP salmantino- ha renunciado a la reivindicación patriótica del “Gibraltar español”? o que, en todo caso, ¿supedita la reclamación gibraltareña a los papeles expoliados a la Generalitat por las tropas nacionales? Porque, si de verdad quiere perpetuar la “afrenta”, bien podría colocar una placa, tipo cantar de gesta, que para eso otros ya le precedieron en épico poema cidiano y, en consecuencia, emular el episodio de la “afrenta de Corps”.
Que Salamanca, cuna del Renacimiento, trate de desterrar una de las columnas de Heracles –Gibraltar- del solar de la memoria salmantina y, por tanto, española, por mor de la particular cruzada de su alcalde contra el Gobierno de España, no deja de ser una contradicción, cuando no una estridencia.
Y esta es la gran contradicción de Lanzarote: se quiere aferrar a unos papeles que no son suyos –que guardan el recuerdo y la memoria de familias e instituciones- y tira por la borda –para gran regocijo seguramente de los británicos- la memoria hispánica del Peñón, tierra española ocupada desde el Tratado de Utrecht en 1713.
Este artículo puede verse también en:

viernes, febrero 17, 2006

Prender y raptar (y II)

Sinónimos o antónimos
Prender

J. I. Martín Benito

El prendimiento conlleva una orden. Nadie actúa si no es bajo mandamiento expreso. Prender es tomar, arrestar, apresar –en el sentido de llevarse preso o cautivo a alguien-.
Lo malo de la cautividad es la pérdida de la libertad. Y es que, en efecto, en el acto de prender se tiene la intención de privar a alguien de su libertad. Se justifica argumentando que ese alguien ha cometido un delito y tiene que ser puesto a buen recaudo. Lo de bueno se dice por la cárcel, por lo que también aquí hay apreciaciones subjetivas. Seguramente para el apresado el recaudo no le merecerá tal calificativo. Mucho menos si el lugar es lóbrego y oscuro.
Prendieron a Segismundo y lo encerraron, sin que éste supiera las causas y, así, se desesperaba clamando a los cielos y preguntando por el delito cometido.
A veces el delito es, simplemente, eso, nacer; con lo que se pone de manifiesto que no en todo prendimiento obran causas justas.
El prendimiento conlleva detención, pero ejercida esta con más fuerza. No se olvide que prender es también asir. El que prende toma, sujeta, agarra. Al apresado se le esposa o se le ata. Hubo tiempos en que se le cargaba de cadenas, por lo que a su carga de culpa, el reo debía añadir también el peso de los eslabones.
El prendimiento siempre conlleva la panoplia de los corchetes, de los alguaciles o de quienes ejecutan el mandato. Generalmente la detención tiene lugar bajo la presencia de las armas, aunque, las más de las veces, esta presencia sea meramente testimonial. Pero, de entrada, ya hay una intimidación sobre el que va a ser apresado.
Claro que, en algún caso, el reo puede estar ausente y apenas sentir que le están prendiendo. Así, ajeno a los sayones y al pelotón que le tomaba, pintó el Greco el Expolio de Cristo. Las armas están presentes, pero no parecen intimidar al de Nazaret, más pendiente de mirar al cielo, tal vez buscando el consuelo de lo alto.
En ocasiones, el prendimiento es el último recurso, después de haberlo intentado “por las buenas”, algo así como una situación forzada para quien toma la decisión. Es lo que le pasó a Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, que después de tanto insistir con don Álvaro para que se desposara con su burlada hija, cansado de implorar arrodillado, se irguió y, echando mano de su jurisdicción, mandó prenderle y echarle unos grillos. Y todo, porque entendía el de Zalamea que el soldado había mancillado el honor de su familia. En este, como en otros asuntos, el honor no es cuestión menor, al contrario, “el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”.

Así que prender conlleva la cárcel, el cautiverio... y este puede conducir a la muerte o al olvido, que este es también una manera de morir. El prendimiento del huerto de los olivos condujo a la pasión de Jesús de Nazaret y el del capitán calderoniano a la ejecución y a la reparación del honor mancillado.
Volviendo al primero: el expolio tiene lugar en un ambiente nocturno. Goya lo imaginó a la luz de un farol, o de un rayo de luna, con un Cristo inestable, vapuleado por una multitud vociferante, pero también ajeno al momento, ensimismado en sus reflexiones de lo que habría por venir.
Foto: El expolio, del Greco y El prendimiento, de Francisco de Goya.
Estad atentos: Próximas entregas de Sinónimos o antónimos.

jueves, febrero 16, 2006

Prender y Raptar (I)

Sinónimos o antónimos
Raptar
J.I. Martín Benito

El prendimiento emana de la autoridad. El rapto no, o al menos, no oficialmente. Aunque las jerarquías del poder den la orden de secuestro, esta se hace sin la parafernalia del armiño. El cetro manda o mandaba, pero eran otros los que ejecutaban la voluntad regia.
No siempre fue así, pues raptos ha habido muchos, tanto en la historia como en la mitología. Y hubo ocasiones que hasta la misma cabeza del poder participaba activamente en una actividad de secuestro. Al rapto era especialmente aficionado Zeus, que enamorado de jóvenes y doncellas, adoptaba las más diversas formas para irrumpir y llevarse su presa. Lo hizo disfrazado de toro para seducir a Europa en la playa de Sidón, o de Tiro, que los mitólogos no se ponen de acuerdo. La muchacha se acercó al bello animal, montó sobre su grupa y Zeus, con la presa sobre él, emprendió veloz carrera hacia el mar, en busca de Creta. Nada mejor que una isla para esconder el ansiado y hermoso trofeo, libre de la mirada de los curiosos
Pero no interesa aquí descifrar los amores de Zeus y Europa bajo la fuente de Cortina, ni tampoco enumerar su prole porque, al fin, después de la tormenta - el rapto- llegó la calma. Y es que en esto del amor, el dios era muy apasionado y no hacía distingos. En otra ocasión, Zeus, convertido en águila, se llevó al bello Ganímedes al Olimpo; por allí debe andar todavía el muchacho escanciando néctar y ambrosía.
Claro que el dios supremo no se detenía y bajaba y subía del Olimpo cuantas veces fuera, con nuevos trofeos para su particular colección. Su hermano Hades no le iba a la zaga y perdía también el seso y los sentidos por las jóvenes muchachas; lo hizo raptando a Perséfone o Proserpina -que tanto da- para llevársela al mundo subterráneo y dar origen al mito de la primavera y a los misterios de Eleusis.
No se por qué, pero al final, muchos de los secuestrados, acaban adoptando el síndrome de Estocolmo. Le pasó a la propia hija de Ceres, que ya no pudo desligarse del todo de los encantos, si es que los tenía, de Plutón.
El rapto siempre ha sido algo individual, más o menos como el robo. Pero también aquí hay excepciones. Si no, que se lo pregunten a las esposas e hijas de los sabinos, cuando los romanos, carentes de mujeres, decidieron llevárselas en masa.
Raptar es llevarse a alguien por la fuerza, en contra de su voluntad y esconderlo de las miradas de los demás. Hay algo de lujuria en el rapto, sobre todo en el de Cezanne: el hombre nos da la espalda, mientras se aleja con su presa, abandonada... Claro que también, a veces, se confunde rapto con fuga; al menos en algunas culturas el rapto y posterior huída de los amantes equivale a adviento de desposorios. En este caso no hay fuerza y sí voluntad, comunión o consentimiento de ambas partes. No parece, sin embargo, que hubiera acuerdo en el rapto de las hijas de Leucipo, rey de Mesenia, tal y como lo concibió Rubens, en una escena de violencia barroca y forzados escorzos. Los raptores fueron aquí Castor y Pólux, los "Dióscuros", esto es, los hijos de Zeus. Se ve que los jóvenes habían aprendido bien el oficio de su padre.
Y es que hay que andarse con mucho cuidado, que los dioses son muy caprichosos y tienen las mismas pasiones que nosotros, los humanos. Lo dice hasta el Génesis: "Dios creó al hombre a su imagen y semejanza". Cuídemonos, no siendo que el día menos pensado seamos arrebatados y llevados, por vuelo de águila, a las cumbres del Olimpo.
Fotos: El rapto de los hijos de Leucipo, de Rubens. 1616-1618; El rapto de Proserpina, de Bernini y El rapto, de Paul Cezanne.
Estad atentos: Próxima entrega: Prender

miércoles, febrero 15, 2006

Robar y saquear (y II)

Sinónimos o antónimos
Saquear
por J. I. Martín Benito

Es la rapiña por la rapiña. Es entrar y llevárselo todo, sin miramientos, sin atender a las súplicas. Si se tercia, es arrancar de cuajo las estrellas.
El que saquea no tiene conciencia ni actúa sólo. Difícilmente puede uno tomar la iniciativa de manera individual. Los saqueadores actúan en masa. Entonces, ¿cómo sabe uno que puede ser potencialmente un saqueador? Sencillamente, no lo sabe. No lo sabrá hasta que se le presente la ocasión.
Seguramente muchos soldados de cualquier tiempo y condición eran modélicos hijos, fieles esposos y amantísimos padres. Seguro, sí, hasta que la bestia se desató; las tropas entraron en la ciudad y el disciplinado ejército se volvió por unas horas una negra amenaza que no respetaba ni templos, ni casas ni personas.
El saqueo es alentado o consentido, muchas veces, por la superioridad. En muchas guerras los oficiales, cuando han tomado una ciudad, hacen la vista gorda por unas horas. Lo hicieron los ingleses en Ciudad Rodrigo en 1812 cuando la tomaron al asalto. El prudente general en jefe del ejército británico, Lord Wellington, no quiso enterarse de las tropelías y abusos que estaban cometiendo sus hombres durante toda la noche.
Pero no sólo las ciudades pequeñas están sujetas al saqueo. Hasta la misma Roma lo sufrió por las tropas imperiales de Carlos V en 1527. Es verdad que no fue el de Gante, sino otro Carlos, el de Borbón, el que comandaba las tropas, pero a la postre tanto da; estas entraron a saco en la ciudad e hicieron de las suyas. Las consecuencias las sufrió, como siempre, la población. Con la recompensa del pillaje por las pagas pendientes, la soldadesca se lanzó al saqueo y a la violación de cuántas mujeres encontraban a su paso. El saco de Roma fue un mazazo para toda la cristiandad. El peligro no venía del exterior, sino que estaba dentro. La ciudad eterna era vulnerable. ¿Qué pecados capitales se activan en un saqueo? Probablemente muchos, entre ellos, la ira, la codicia, la avaricia…
Por eso, saquear no es sinónimo de robar. En el robo prevalece el individuo; en el saqueo, la jauría.
Ilustración: El saco de Roma

martes, febrero 14, 2006

Robar y saquear (I)

Sinónimos o antónimos
Robar
J. I. Martín Benito


Robar es hurtar, distraer, separar... El que roba siempre lo hace a escondidas, con sigilo, para que no se note. Hay algo de anonimato siempre en el robo. El que roba no quiere ser descubierto. Por eso, los que lo hacen a mano armada o a punta de navaja se tapan la cara. El robo no tiene rostro ni se busca que lo tenga. Algo desaparece y nos preguntamos cómo ha sido; miramos a nuestro alrededor y no lo hallamos. Puede que los distraídos seamos nosotros o que el mismísimo Caco se haya colado en nuestros aposentos. Entonces quedan dos opciones: o resignarse o rezar a San Antonio.
Será por lo arriesgado, pero en ocasiones el robo ha sido mitificado y el ladrón elevado a la categoría de héroe. Claro que depende del destinatario del hurto. La sabiduría popular ha perdonado al que roba a un ladrón, otorgándole cien años de perdón, sin necesidad de que vaya al confesionario. Así que, bajo esta apariencia, los villanos pueden alcanzar el firmamento, como el mismo Robin Hood o el ladrón de Bagdad. Ya en época contemporánea hablamos del “robo del siglo” y los rotativos y las televisiones pasean y ensalzan a sus protagonistas. Que se lo pregunten a Ronald Biggs, el asaltante al tren de Glasgow, o también al mismísimo Dioni, “uno de los nuestros”.
El robo es tenido, a veces, como una proeza, casi como una prueba, por mucho que las religiones del libro se empeñen en condenarlo. Y es que hay robo de guante blanco o de guante fino y robo bajo la apariencia de una venta. En el robo puede mediar el engaño, como le ocurrió a Esaú, al que Jacob le sustrajo la primogenitura por un simple plato de lentejas. Y es que ya lo dice un castizo: "más cornás da el hambre". Hay también robos camuflados o fingidos, como el de la copa dorada que mandó introducir José en el saco de Benjamín.
Pero hablábamos del robo convertido en proeza. Hércules tuvo que sustraer los bueyes a Gerión y las manzanas del Jardín de las Hespérides y por ello, junto a otras aventuras, fue elevado a semidiós. Pero el atrevimiento de Hércules tuvo también su talón: dejó pacer la boyada sin guardián a orillas del Tíber y por allí apareció el tricéfalo Caco, el cual se llevó unas cuantas cabezas a su caverna.
Y es que desde la infancia aprendemos, inocentes, el arte de la sustracción. Los niños roban cerezas o manzanas (aprendices de Heracles) o le esconden el libro al compañero de pupitre. Estos ejercicios no dejan de ser travesuras iniciáticas que, en algunos, andando el tiempo, se convierten en afición desmedida.
Pero si esto es robar, saquear es otra cosa…
Escultura de Hércules y Caco en la Piazza de la Signoria de Florencia.
(Estad atentos, pronto hablaremos de lo que es saquear)

lunes, febrero 13, 2006

El memorial de Salazar

Lo que ha dicho...
Juan José Sánchez-Oro Rosa

Investigador madrileño, especialista en temas medievales y autor del libro: Orígenes de la Iglesia en la Diócesis de Ciudad Rodrigo. Episcopado, monasterios y órdenes militares (1161-1264), ha sido uno de los pocos que ha podido leer el manuscrito antes de que este entrara en imprenta y ha escrito:
"El “Memorial de Salazar”, libro de ficción histórica que incluye dos relatos, uno de los cuales tiene por escenario Ciudad Rodrigo, en el que un clérigo al servicio del obispo civitatense Martín de Salvatierra recorre cada rincón de la diócesis a comienzos del siglo XVII. En su deambular y a través de su peculiar mirada nos llegan los pensamientos, miedos y costumbres de una Miróbriga contradictoria que vivía en el Renacimiento sin llegar a abandonar la Edad Media."
Ver este comentario en:
Foto: Río Águeda a su paso por Ciudad Rodrigo

Artículo de opinión

DESBOCADO*

por José Ignacio Martín Benito

No corren buenos tiempos para la política. Mejor dicho, para su práctica. Parece que el efecto cascada o dominó ha descendido desde las esferas nacionales hasta las locales. Hay quien entiende que la práctica de la oposición es romperle el traje y desnudar al contrario y, así, vapulearle con escarnio en la arena pública, cual Ecce Homo, con insultos e improperios.
Hay, también, quienes piensan que cuanto mayor sea la escalada verbal, más eco tendrá su oposición; que cuanto más se agreda a los contrarios, estos serán más débiles y los agresores más fuertes.
Desde unos meses para acá hemos oído en Benavente de todo. Justamente, desde el tiempo en que abandonó Ángel Cachón el grupo popular y la portavocía la asumió Manuel Vega, la subida de tono y de ruido ha ido en aumento.
Uno, que entiende que la política es el empeño por conseguir una sociedad mejor y más justa, no acaba por acostumbrarse al ruido y al insulto. Tengo el convencimiento que también otras muchas personas de buena voluntad reprueban estos métodos y estas formas y lo que quieren es que se actúe con serenidad. Para conseguir resultados es preciso trabajar con la cabeza fría y el corazón caliente, no al revés.
Por eso, la escalada verbal de la que algunos están haciendo gala desde los bancos de la oposición es reprobable. No todo vale en política. Se comienza por llamar “inútil” a un concejal; se continúa por decirle a otra concejala “que se marche para su casa a hacer lo que sabe”; se insulta a un técnico llamándole “el brazo tonto del PLB”; a los rivales políticos se les califica como “el trío la-la-la” y a los consejeros del Centro de Transportes se les llama “los cinco lobitos”.
Todas estas “lindezas” no hacen sino prostituir la lengua de Nebrija y de Cervantes. La oratoria del español que manejan algunos les puede servir para hacer una gracia en “un ambiente privado y festivo”, pero no en un espacio público, en donde el respeto a la verdad y, también, a las personas, debería guiar nuestras acciones.
Si alguien se ha desbocado, otros, que tienen también una responsabilidad, deberían reconducir la situación. Cuando se actúa como portavoz de un grupo, se representa a ese grupo. ¿Comparten pues los miembros del grupo de concejales del PP lo que sale por boca de su portavoz? Si la forma de hacer política es esta, conmigo que no cuenten.
Hay quien piensa que todo obedece a una planificación meditada: a un intento de denigrar la vida pública, a extender la creencia de que “todos son iguales”, para así esconder las propias limitaciones; pero no, afortunadamente no todos somos iguales. Los hay que, por fortuna, respetamos a las personas y a sus familias, aunque piensen y actúen de manera diferente a la nuestra.
Este artículo se publica también hoy en
Estad atentos: Mañana día 14 de febrero: "Robar y saquear"
* * *
En Tribuna de Salamanca, Braulio Llamero publica un artículo titulado "Bares de carretera", donde también reflexiona sobre el insulto como herramienta de algunos políticos. Entresacamos el párrafo final :
"No sé si no saben o no pueden. No sé si es que cegados por una derrota que siguen sin asimilar han perdido por completo la razón. El caso es que están dejando escapar a su odiado Zapatero vivo y además elevan cada día su pedestal, a golpe de insulto, que es la forma óptima de cohesionar el bloque electoral de los rivales, como podría demostrarles cualquier de esos bien pagados expertos que tienen a sueldo en el partido. Con los insultos y la denigración absoluta del adversario se hacen guerras, no política. La política es un arte que pide sutilezas; la principal: has de desacreditar al líder de los rivales sin herir a sus votantes porque aspiras que acaben por ser tuyos. ¿Cree alguien de veras que el estilo Lanzarote lamina el voto de los adversarios? Como siga por ahí, el PP va a sufrir una derrota dentro de un par de años de las que hacen época. Hasta en su propio electorado natural -obviamente el más templado- empiezan a asustarse"
Artículo completo en http://llamero.blogspot.com

sábado, febrero 11, 2006

Ir y partir

Sinónimos o antónimos
Ir y partir
J. I. Martín Benito
Uno se va; ha tomado la decisión de irse, aunque ni él mismo sepa por cuánto tiempo. Se puede ir desairado, con viento fresco. Se puede ir al quinto pino o a la Conchinchina. Pero, se va, y punto. Se van los que han hecho una rápida visita. En la acción de irse hay como un portazo, un ¡blam! que a nadie queda indiferente.
- ¿Por qué se fue?
- No lo sé; creo que estaba harto.
El irse es un instante. Se toma la decisión y adiós. Uno dice: “me voy” y deja al interlocutor a dos velas, por más que el otro le diga “espera”. Antes los había que se iban de casa, a por tabaco, y no volvían. Hoy ya no hacen falta estas excusas, entre otras cosas porque el número de fumadores se ha reducido y, claro, el que podría tener pensado ese argumento puede pertenecer al bando de los que han decidido dejar de fumar.
Otros se van con prisa, sin apenas despedirse de los familiares ni de los vecinos. Le preguntan a la madre:
- ¿Cómo es que se han ido tan temprano?
Y esta responde, sin más explicaciones: - Tenían prisa por llegar. A lo sumo, la madre pone la disculpa del mal tiempo o de evitar el colapso de la circulación. Pero el que se ha ido, se fue, y basta. Allá él o ellos.
Partir es otra cosa, otro concepto. Conlleva una decisión más meditada, una planificación de días, de meses o, incluso, de años. Uno se prepara para partir cuidando todos los detalles: la ropa, la maleta, el dinero, las fotografías, el medio de transporte. Ordena también sus papeles, si es que no puede llevárselos consigo. Y se va sin ruido, consciente de la dificultad del retorno.
El partir indica también más distancia que el irse. El que parte pone tierra de por medio, o, incluso, las olas del mar. Cuando se parte, nadie sabe si el que ha tomado esa decisión regresará. Y es que el objetivo está en otro lugar, “plus ultra”; más allá del océano, si es preciso. Tal vez cuando uno parta, lo haga sin despedirse, porque el dolor puede ser tan alto como el de Altolaguirre. Será porque que el decir adiós, cuesta. Ya lo dice la copla:

Dicen que no son tristes
las despedidas.
Dile tú al que lo ha dicho,
que se despida.

viernes, febrero 10, 2006

Artículo de opinión

PATRIMONIO RALENTIZADO *
por José Ignacio Martín Benito
El pasado jueves, 2 de febrero, la Junta de Castilla y León, declaraba Bien de Interés Cultural (BIC) el castro de “Las Labradas”, en Arrabalde, con la categoría de “zona arqueológica”, después de 18 años de espera.
En efecto, el 9 de febrero de 1988 se abrió el expediente de incoación para declararlo BIC. Muchos años pues para instruir y resolver un expediente administrativo. En la Consejería de Cultura se apilan más de 170, muchos de los cuales tienen más 25 años, como es el caso del puente mayor de Toro, por poner sólo un ejemplo.
En la provincia de Zamora todavía están pendientes de resolución otros 26 expedientes. La nuestra es la provincia de la comunidad con menor número de BIC, tan sólo 110, de los cuales sólo 84 han sido declarados oficialmente. Muy lejos, por tanto de otras provincias, como Burgos, con 362, Soria con 238 o Salamanca con 206.
El ritmo de resolución de expedientes en la administración regional es extremadamente lento. Pero en el caso de la provincia zamorana esta ralentización es todavía, si cabe, mayor. Desde el año 2003 no se declaraba ningún BIC en Zamora; concretamente el último en hacerlo, antes del castro de Arrabalde, fue el del Hospital de Benavente. En este caso, la Junta lo declaró después de 25 años de espera. Hasta ese momento no se había declarado ningún otro BIC desde 1998.
Esto significa que la media de declaración de Bienes de Interés Cultural en la provincia de Zamora es de 2 cada 8 años, o lo que es lo mismo, 1 cada 4 años. Así las cosas, de seguir a este ritmo, habrá que esperar hasta el año 2098 –ya no estaremos aquí ninguno- para que se termine de declarar el último de los BIC de los 26 que están ahora pendientes.Este ritmo en la resolución de expedientes pone en evidencia la inoperancia de la Consejería de Cultura que dirige Silvia Clemente. Haría bien la consejera en dedicar una parte de su tiempo a ocuparse de potenciar el patrimonio cultural de Castilla y León. Y una manera de potenciarlo y difundirlo es fomentar lo mediante el reconocimiento como Bien de Interés Cultural.
Uno de los activos de esta región es precisamente su patrimonio histórico y cultural. El turismo de interior debe cimentarse en su difusión. El arte y la arqueología funcionan como reclamo en todos los lugares. Pero difícilmente se puede difundir si la propia administración regional, que tiene las competencias en la materia, no es capaz de reconocerlo con la “marca de calidad” que suponen los BIC. Y es que Castilla y León no es la primera comunidad española en cuanto a riqueza patrimonial se refiere; no lo es al menos desde el punto de vista oficial. Al contrario, ocupa el furgón de cola de los BIC en España. Sí, porque en la media por municipio está en el lugar nº 16 de entre las 17 comunidades autónomas); en la media por provincia, la nº 11 y en la media de extensión territorial y por parroquia, la nº 14.
Pero si Castilla y León ocupa el último de los lugares en España, conforme a los criterios señalados, la provincia de Zamora es, a todos los efectos, la última de Castilla y León. No sólo tiene menos BIC, sino también menos conjuntos históricos: 7 en total, si contabilizamos también el de Villardeciervos, que espera con un expediente abierto desde 1987. El convento de San Francisco y el puente de Toro están entre los monumentos que más esperan: fueron incoados en 1979. En la comarca de Los Valles de Benavente aguardan, con una paciencia sin límites, la iglesia parroquial de Santa Colomba de las Carabias y el santuario de Nª Señora del Valle, en San Román, desde 1982 y 1983, respectivamente.
Así las cosas, los responsables regionales en materia de patrimonio, deberían salir de este letargo y poner al patrimonio de la región, en general y al de la provincia de Zamora, en particular, en el lugar que por historia y cultura le corresponde.
Foto: Dolmen de Arrabalde, aún no declarado BIC. Cortesía de la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León.
* Este artículo se publica también hoy en http://laotravozdebenavente.blogspot.com

jueves, febrero 09, 2006

Próximo libro de J. I. Martín Benito

El memorial de Salazar. El carnaval del peregrino
Prólogo de Braulio Llamero

LLAMERO HA DICHO
Traspasada la puerta que es el título de ambos, prepárense para viajar al viejo modo de hace algunos siglos. Es decir, andando. Sus pies, lector, van a caminar como ya no recordamos por buena parte de la provincia de Zamora. Y cuando menos se lo espere, Martín Benito hará que se encuentre, amén de otros prodigios, sentado a la mesa del mismísimo y genuino Conde de Benavente. Eso por lo que hace a la puerta o relato titulado “El carnaval del peregrino”. En el segundo, “Memorial de Salazar”, el viaje, también a pie y por parajes que de tan familiares acaban pareciendo insospechados, nos lleva a Ciudad Rodrigo, a pueblos de los alrededores, a Salamanca. Mas no es el viaje físico o geográfico lo que va a pasmar más al lector, sino la naturalidad con que se nos permite merodear, pasear, conocer “personalmente” lo que había por allí, lo que se amaba, se sentía, se soñaba, allá por los siglos XVI y XVII.
No teman, sin embargo, que la evidente erudición y adiestrado manejo de viejos documentos por parte del que ha hecho la puerta entorpezca la excusión o la entrecorte. Para nada. El dominio del lenguaje y sobre todo la capacidad para hacernos “oler” el perfume medieval del castellano, sin que ello coarte lo más mínimo la comprensión cabal del texto, no es precisamente el menor logro de estos dos relatos, hechos, sí, con la humildad de quien aspira a fabricar “solo” un libro-puerta, pero también con la sabiduría literaria de quien, si quisiera, podría fabricar un libro-pared, hermosísimo de factura aunque no contara nada, para regocijo de quienes confunden forma y fondo, continente y contenido, sustancia y superficie, espuma y manantial...

Dos relatos, dos
El memorial de Salazar hace un recorrido por la mentalidad y las costumbres de finales del Renacimiento, centrada en una diócesis de frontera, vista con los ojos de un clérigo, fiel servidor del obispo civitatense don Martín de Salvatierra.
Con El carnaval del peregrino el lector recorrerá la provincia de Zamora en la segunda década del siglo XVII de la mano de un canónigo cordobés, actor ocasional, arrepentido pecador y temeroso de Dios y de los bandidos. Descubrirá también la intriga del montaje ilustrado, del relato fabulado o verdadero, que se pierde en alguna desconocida biblioteca.
El libro va ilustrado con grabados y pinturas de Francisco de Goya.
***
Fragmentos de El memorial de Salazar
Sacra Católica Majestad. En el nombre de Dios, que es Uno y Trino, y de la Santísima Virgen, Madre de Nuestro Señor Jesucristo, amén. La vida de los hombres está llena de sobresaltos, que vuelven mansos a los más arriscados y encolerizan a los más virtuosos. Esta es la relación que yo, Ginés Gómez de Salazar, natural de la ciudad de Lorca, en el Reino de Murcia y al presente vecino de la ciudad de Ciudad Rodrigo, a donde vine hace ya trece años con su señoría reverendísima don Martín de Salvatierra, me dispongo a dejar escrita en este memorial para conocimiento de Su Majestad, el rey Felipe, tercero de este nombre, una vez que su ilustrísima entregó el alma al Señor el pasado 13 de diciembre del año de gracia de Nuestro Señor Jesucristo de 1604.
***
Tengo que dejar aquí escrito que, muy a mi pesar, no pude tampoco hacer averiguación de cuántas lanzas podrían sacarse de aquellas villas para el servicio de Su Majestad, ni siquiera si le servirían en caso de necesidad, pues sus habitantes no se precian de caballería ni de tener caballos, ni saben qué cosa es, y como es gente de Raya, son indómitos, trajineros y amigos de pleitos.
Pese a lo sucedido, no desesperó su ilustrísima de conocer palmo a palmo su obispado y, tocado en su orgullo, se dispuso a formarse una cabal idea del mismo, ya fuera recorriéndolo personalmente o a través de mis ojos y relaciones. Y fue aquí, en el llano, en las quebradas, en los montes y en los riscos, cuando comencé a saber que había sido la voluntad divina la que en Segorbe había guiado mi mano y mi pluma al pedir el traslado de don Martín a un nuevo obispado. Sólo pudo ser la Providencia la que nos trajera a Ciudad Rodrigo, para poder así mejor alabar a Dios y ver las tentaciones y obras del maligno, como se verá más adelante.
***
El concejo había decidido, para honrar nuestra visita y también para aliviar algunas necesidades de los estómagos de los vecinos y moradores del lugar, ir en busca de la cabriada, traerla a poblado y ordeñarla, para así juntarse todos en la plaza pública y merendar lo que aquí llaman una “migá”, esto es, una especia de sopa de pan mojado con leche, que se sirve fría o caliente, aderezada en ocasiones con miel.
Como me sorprendí de que en la santa misa estuvieran presentes los hombres y los niños y faltaran no pocas mujeres, pregunté al beneficiado la razón de aquello, el cual me indicó que no lo tuviera en consideración, pues estaban estas entretenidas cortando las rodajas de las hogazas de pan y disponiéndolas en las perolas y barreñas, tal era la pitanza que se esperaba. Sucedió que nada más terminada la misa, el alcalde y los otros regidores excusaron hacer aquel domingo concejo público en el atrio de la iglesia y, mientras yo me quedaba con el cura para rematar lo concerniente a la visita que me encomendó su señoría, todos partieron al monte en busca de la cabriada. Según supe después, no fue posible traerla a poblado, pues las cabras se mostraron remisas a bajar del monte y tan pronto como avanzaban tres pasos retrocedían cuatro, con lo que los regidores decidieron que el ordeño se hiciera allí mismo.
***
También yo, como dije, lo tuve muy cerca, tanto que durante tres o cuatro meses, casi sin saber cómo, me di al fornicio y a la holganza, dejándome llevar por la lujuria. Y fue que, acostumbrado a pasear en mis ratos de ocio por la ribera del Águeda, conocí a una guapa moza, criada de una casa noble de la ciudad, la cual acudía a lavar al río dos veces por semana y con la que entablé inocente conversación. Pero un día, como advirtiera que mi hábito tenía ciertas manchas que al lavarlo no desaparecían, se ofreció para hacerlo ella y esa tarde, al caer el sol, fue a buscarlo a mi casa. Por agradarla y en correspondencia al favor que me hacía, la quise invitar a unos dulces y a un poco de moscatel. No se si fue con su risa, con el vino o con la redondez de sus pechos, pero el diablo se coló esa noche en mi casa en forma de hermosa y lozana mujer. Omito a Vuestra Majestad los pormenores de aquella velada nocturna, a la que siguieron regularmente otras. Tan preso quedé que, por el día, en lugar de rezar las oraciones a Nuestra Señora, yo lo hacía a la mía y cuando cerraba los ojos la veía a ella y pensando en ella me entraba gran zozobra y sólo vivía por y para mi dueña.
Fragmentos de El carnaval del peregrino
El chantre Andrés de los Palacios siempre había tenido fama de fabulador. Por eso, cuando regresó de su viaje a Santiago nadie en la ciudad cordobesa creyó su relato. El cabildo le había otorgado un permiso de tres meses para poder ausentarse de sus obligaciones en la catedral, considerando que cinco años antes el canónigo Bernardo de Aldrete había hecho el camino de ida y vuelta a Compostela en algo menos de sesenta días, y eso a pesar de que hubo de pasar las montañas por el Padornelo y la Canda en uno de los más crudos inviernos que los naturales recordaban.
***
Pero si buena fue la tarde, con mi conversión momentánea en arcipreste, mejor fue la cena en la posada, en donde mis amigos y yo dimos cuenta de unos buenos habones de Sanabria y de unos capones rellenos. Fuera por los habones o porque el estómago no se acostumbra a pasar de la nada a la abundancia, lo cierto es que esa noche me visitó el mismo Caco que, casualmente, tenía los rasgos de uno de los caballeros de Santiago, y ya me iba a quitar la bolsa o matar, cuando Hércules, con cara de Escalante, le derribó de un certero golpe de maza. Al despertarme por la impresión llevé instintivamente la mano a la bolsa y pude comprobar que, gracias a Dios, seguía en su sitio. Los habones debieron hacer el resto, pues a partir de ese momento ya no pude pegar ojo en toda la noche, teniendo que salir afuera dos veces apremiado por ciertos apretones y temiendo y desconfiando, a la vez, de los tres bultos que roncaban a mi lado, en otros tantos camastros de aquel destartalado cuarto.
***
De regreso al patio, ¡oh, sorpresa!, me encontré con la compañía de Escalante, que estaba iniciando los preparativos para representar un par de piezas y algunos entremeses esa misma tarde, ya que el conde celebraba varios días de fiesta por los desposorios de una hija suya. Maese Escalante refirió a los presentes los pormenores de mi estreno como actor tres días antes en la Puebla de Sanabria, de lo que todos se holgaron mucho, por lo que animaron al autor a que representase esa función y que yo participara en ella. Ante los ruegos del abad no pude negarme, por lo que vierais aquella misma tarde a todo un chantre de la catedral de Córdoba convertido en cómico, en presencia del mismísimo don Juan Alfonso Pimentel, conde de Benavente.
La comida fue frugal, a pesar de la insistencia de su excelencia a que le acompañáramos a la mesa, pero habiendo de dar la representación no convenía llenar mucho nuestros estómagos y estar así ligeros de cuerpo y ágiles de mente. Tiempo habría de resarcirse dijo Escalante, a la vez que me guiñaba el ojo derecho.
Lo demás no sé si debiera referirlo a vuestras mercedes, pero en aras de la veracidad de mi relato creo que no debo esconderlo. Lo cierto es que después de la función y de haber sido agasajados por el conde y su ilustre familia y hechos los cumplidos necesarios al abad, me despedí de todos ellos, agradeciéndole mucho sus atenciones y hospitalidad, que no quisiera parecer yo ruin y aprovechado; además, me había persuadido Escalante, que en una villa tan populosa como aquella no habría de faltarme posada.
Confiando en mi amigo el autor, nos fuimos juntos a cenar a una especie de mesón que estaba cerca del convento de San Bernardo. Y digo una especie, porque al cabo de estar un rato en él, me pareció que aquella casa tenía más de mancebía que de posada. A la mesa se nos sentaron dos mozas dicharacheras, lozanas y hermosas, que dijeron ser de la Tierra de Campos y nos fueron sirviendo buen vino, entre huevos, longaniza y unas buenas truchas que, al parecer, habían sido pescadas en el río que pasa junto a la fortaleza. El tiempo fue pasando y la cabeza comenzó a turbárseme poco a poco, entre vihuelas, zanfonas y gaitas, que de todo instrumento había en aquella casa, de modo que no sabría decir cuándo me vi arrastrado y envuelto en el embrujo del baile y de la danza, quién sabe por qué fuerza.

Fotos: Nadie nos ha visto (grabado); Las lavanderas (óleo) y El cantor ciego, de Francisco de Goya.

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